Hace unos diez años, en oportunidad de presentar la candidatura del juez Baltasar Garzón para el Premio Nobel de la Paz, Ernesto Sábato leyó unas palabras, importantes para recordar. Si bien, a mi juicio, tienen ese tono ético, tan propio de él —por lo que, de modo distinto del expuesto, se ubica en el plano del “deber ser”—, no por ello pierden el valor de ser útiles para contraponer otro modelo de información pública de masas, tan necesaria en esta etapa. Sus palabras, por momentos, adquieren un tono muy crítico, son un llamado para el ejercicio de un periodismo responsable:
«El hombre de este tiempo vive delante de lo que acontece en el mundo entero. Y lo hace a través de la mirada de los periodistas; ellos son los testigos, quienes nos narran los acontecimientos. De ellos depende el cariz con que interpretamos los hechos, el partido que asumamos frente a lo que nos pasa como humanidad. El periodista habrá de deponer su propia visión de las cosas para abrirse a lo que sucede, comprendiendo que son sus ojos y sus palabras las que llevarán a los demás hombres la realidad de la que son parte. El periodista es así testigo, mediador e intérprete. La suya es una tarea de suprema responsabilidad. A lo largo de los años en que fue gestándose mi obra ensayística y literaria, yo mismo he colaborado con los diarios de mi país y con importantes medios gráficos de todo el mundo».
El escritor habla de su experiencia periodística y de las razones que lo llevaron a expresarse a través de la prensa: «Puede parecer contradictorio que un hombre habituado al silencio y la demora que requieren el ensayo y la literatura, sienta la necesidad, a su vez, de expresarse a través de esa palabra inmediata, del instante, que caracteriza a la escritura periodística. Así también lo han hecho Ortega, y otros genios, y el propio Gandhi que, desde las columnas de un humilde y precario periódico alentó su revolución espiritual, el verdadero despertar del alma de su pueblo sometido. Sucede que, ante determinados acontecimientos, todo intelectual auténtico debe postergar su obra personal en favor de la obra común, poniendo su voz al servicio de los hombres, para ayudarlos a construir una nueva fe, una débil pero genuina esperanza. Entonces, en el vertiginoso suceder de los acontecimientos, la palabra que surge en respuesta logra evadir su destino fugaz y perecedero».
Ya creo haberme referido a la calidad de la participación de notables pensadores que aportaban su palabra docente, como guía de un pueblo necesitado de la palabra de los maestros. Al referirse a su experiencia, transmite un modo de comunicar responsablemente en momentos en que es necesario ver con más claridad: «En este sentido, quienes trabajamos con la palabra, escritores, filósofos, periodistas, pensadores, y quienes a través de sus imágenes hacen oír el clamor de tantas voces silenciadas, todos nosotros, digo, más que una función pedagógica, tenemos un deber ético con las sociedades. Debemos restaurar el sentido de las grandes palabras deterioradas por aquellos que intentan imponer un discurso único e irrevocable». La palabra de quien es poseedor de una mirada más profunda, que escarbe por debajo de la superficie de la realidad, es imprescindible, en ciertos momentos, puesto que brotan desde la autoridad de quien las pronuncia, autoridad bastante escasa hoy.
«El periodismo es un formador de opinión pública que da un sentido crítico frente a los hechos de la vida. Hoy, el periodismo debe reconciliarse con sus mejores señas de identidad históricas por donde respire la libertad de opinión y la capacidad imaginativa de sus intelectuales. La prensa en estos últimos años ha adquirido una notable expansión social y política, jerarquizada por su labor en las áreas de investigación y cultura. Quienes tienen en su poder el funcionamiento de los grandes medios, han de permanentemente tomar conciencia de la gran transformación a la que pueden contribuir. Capacitados, como están, para intervenir en las graves necesidades a las que estos tiempos nos está enfrentando».
Advierte que el poder informático puede ser utilizado bien o mal y respecto de ello llama la atención: «Por la magnitud de su alcance, este poder es a veces utilizado por quienes pretenden perpetuar la hegemonía de un modelo único, sin alternativa. Imponiéndonos el yugo de una obscena globalización que justifica el sufrimiento de millones de hombres y mujeres, a la vez que nos relegan en una sensación de impotencia perpetua e inevitable. La sociedad está a tal punto golpeada por la injusticia y el dolor; su espíritu ha sido corroído tan a menudo por la impunidad, que se vuelve casi imposible la transmisión de valores a las nuevas generaciones. Sin embargo, la enorme posibilidad de modificar el aciago rumbo que venimos llevando se halla presente en el alcance ilimitado que los medios de comunicación poseen sobre la formación de conciencia de niños, hombres y mujeres». Las palabras precedentes son un aporte importante para el tema tratado en estas notas.
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