Un notable pensador francés, Michel Foucault, sostenía hace más de treinta años, que “la mayoría de los observadores afirma que está aumentando la delincuencia, pero los que más lo afirman son los partidarios de la mano dura”. Lo decía respecto de Europa, pero bien podemos aceptarlo como una constante entre nosotros, debiendo decirse que es un fenómeno de la sociedad global. Insisto, una vez más, esto no significa que pueda o no haber aumentado el delito y que no constituya una enorme dificultad en la vida cotidiana. El problema es quién lo dice, cómo lo dice y por qué.
Lo que pretendo señalar es una íntima relación entre la publicación de los delitos y la sensación que nos provocan. Tiempo atrás, buscando material para escribir un libro, Los medios de comunicación en un mundo globalizado, descubrí una vieja obra editada en 1922, La opinión pública, cuyo autor fue luego un prestigioso periodista norteamericano. Me refiero a Walter Lippmann (1889-1974), de quien ya hablé en otra oportunidad. Viene a cuento por el tema que estamos analizando. En ese trabajo expone, como ejemplo de la capacidad de condicionar la opinión del receptor de los medios, lo que el New York Times había logrado con sus lectores.
Terminada la Primera Guerra Mundial, comenzó este periódico a publicar en sus editoriales la imagen del “Peligro Rojo” que acechaba al pueblo del Norte. Mostró en su libro, con cierto detalle, la campaña de desinformación sistemática desarrollada en esa época, y los éxitos conseguidos. El pueblo norteamericano quedó convencido del enorme peligro que significaba la existencia de la Unión Soviética, en la tercera década del siglo pasado. Lo que este autor muestra con todo detalle es que en esa época Rusia era un país semifeudal, devastado por la guerra, muy pobre, con un pueblo hambreado y en grave peligro de sucumbir. La Revolución Bolchevique estaba lejos de haber triunfado totalmente; varios frentes de conflicto estaban en pleno desarrollo, y la victoria final se lograría varios años después.
La expresión “opinión pública” se puso de moda muy poco tiempo después y tiene origen en ese libro. Lo que resulta muy llamativo, y sobre esto debemos detenernos a pensar, es la inversión producida respecto del significado dado por Lippmann. Éste denominó con ese concepto, opinión pública, al resultado obtenido en la conciencia colectiva, lectora del New York Times, a partir de la prédica de los editoriales. La convicción del ciudadano medio respecto del inminente peligro comunista no tenía ningún asidero en los hechos reales de la Rusia de entonces. Por lo tanto, afirmaba este autor, opinión pública no es la opinión que el público se forma a partir de investigar, indagar, averiguar sobre un tema. Por el contrario, es el resultado de la intención de hacer creer algo a un público, desde la repetición machacona de la información de la campaña preparada por algún medio, con el objetivo de convencer de la existencia de una realidad ficticia; es decir, manipular la conciencia colectiva. Lo importante de esta afirmación es la autoridad periodística de quien escribió ese libro. Un egresado brillante de la Universidad de Harvard, que durante la Primera Guerra Mundial llegó a ser consejero del presidente Woodrow Wilson, fue luego un importante intelectual del liberalismo estadounidense, crítico de medios y filósofo, e intentó reconciliar la tensión existente entre libertad y democracia en el complejo mundo moderno.
El uso posterior que ha tenido el concepto opinión pública no es ajeno a la necesidad de los grandes medios por hacer olvidar el sentido originario y el carácter de denuncia que tenía. Esto ocurrió, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, en la que se puso en evidencia que la propaganda nazi había partido de la consigna “Miente, miente…, que algo quedará”. Es precisamente entonces cuando comienza a hablarse de la “objetividad de la noticia” y del “periodista profesional”. Nos encontramos, entonces, ante un nuevo adoctrinamiento por parte de los medios. La distinción entre informar y editorializar hizo creer que el periodismo utilizaba dos modos de comunicación: a) poner en conocimiento los datos de un hecho desnudo de toda valorización, cuando se informaba y b) exponer la opinión del medio o del periodista, cuando lo hacía con carácter de editorial. Perdonen mis preguntas, pero vuelvo a hacerlo: ¿acaso hoy es realmente así?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario