La década de los noventa pretendió colocarle
un epitafio a las ilusiones de un mundo más equitativo. En el mejor estilo del pensamiento único[1] decretó
que el socialismo había fracasado, la implosión soviética lo había demostrado,
y que sólo restaba aceptar con crudo realismo el triunfo y el imperio del
sistema capitalista. No voy a ingresar acá en el debate, bastante complejo por
cierto, acerca de qué es capitalismo,
lo dejo para otra investigación. Pero, me parece imprescindible salir al cruce
de un escepticismo que se ha ido extendiendo por el mundo como una espesa capa
de niebla: sin la utopía de un mundo mejor sólo quedaba la resignación de aceptar
éste, tal cual es.
Lo que propongo, como marco conceptual para
leer estas líneas, es partir de la aceptación de que el sistema global se
desarrolla dentro de las normas de un sistema económico regido por las leyes
del mercado. Aceptando esto como hipótesis, y sólo para este análisis, podemos
acordar qué es lo que no toleramos, y no toleraremos, de esta versión del
capitalismo que varios analistas, incluido el papa Juan Pablo II, definieron
como salvaje. Será necesario plantearnos
cuáles son los recursos institucionales disponibles para poner ciertos límites
a los desbordes actuales, morigerando en alguna medida sus aristas más feroces.
Esta es una tarea posible hasta tanto la Historia no nos ofrezca un escenario
que habilite a soñar con otros modos de vivir y relacionarnos.
Durante las últimas décadas, en las cuales la
peor parte de este esquema brutal caía con todo su rigor sobre los pueblos de
la periferia, todo debate sobre esas injusticias parecía caer en el vacío ya
que no había oídos disponibles en los dirigentes y teóricos de ese Primer Mundo
que nos acompañara en esos reclamos. La doctrina del neoliberalismo parecía
haber ocupado todos los espacios políticos. Pero el comienzo del siglo XXI nos
sacudió con una crisis financiera (2007-8) de enormes repercusiones, cuyas
consecuencias más profundas las estamos observando todavía en países centrales
de economías capitalistas desarrolladas. Aparecen ahora con toda claridad y a
la vista de todo el planeta las peores consecuencias sociales, culturales,
políticas y económicas, que habían sido patrimonio exclusivo del padecimiento de
los pueblos de la periferia.
Entonces se podría pensar que hemos avanzado
en la comprensión política del problema. Por lo menos, una porción muy
importante de la población mundial está comenzando a tomar conciencia de la
necesidad de ponerle límites al capitalismo
salvaje. Si bien esto es muy poco, comparándolo con las demandas
revolucionarias de décadas atrás, es por lo menos un camino posible hoy para
comenzar a recuperar parte de lo perdido y trazar nuevos senderos hacia un
futuro más vivible. Prestemos atención en cómo se ve y se denuncian estas
consecuencias desde los, hasta no hace tanto tiempo, los ricos del Norte.
El periodista Àngel Ferrero, miembro del
Comité de Redacción de SinPermiso[2],
ha publicado una nota en que reflexiona sobre la Europa actual. Cita en ella lo
siguiente que apareció en una reciente publicación alemana:
Después de terminar los
estudios les resulta cada vez más difícil encontrar un trabajo. La solución
para muchos: es emigrar. Cada vez más
ingenieros, médicos, académicos y trabajadores cualificados hacen las maletas
[…] Sus destinos son sobre todo Gran Bretaña, los Países Bajos, Alemania y
Noruega.
Después de esta cita, aclara: «El texto no se
refiere a Grecia ni a España, ni tampoco a Portugal, sino a Polonia. Los flujos
migratorios que están teniendo lugar en Europa desde el estallido de la crisis
refuerzan la tensión entre centro y periferia y alimentan todo tipo de recelos
hacia los alemanes».
[1] El periodista y profesor de la Universidad de París, Ignacio Ramonet,
lo definió como: “Hay un solo tipo de problemas y hay una única solución para
ellos”.
[2] SinPermiso es una revista electrónica semanal, un proyecto político de
crítica de la cultura, material e intelectual, del capitalismo contra-reformado,
desregulado, re-mundializado y re-liberalizado del siglo XXI.
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