Gracias al aporte
de las investigaciones de los estudiosos que he consultado, hemos podido leer y
pensar la tesis alrededor de la cual gira todo este estudio. Todo ello nos ha
permitido un proceso de diversas aproximaciones. En mi opinión, hemos logrado encuadrar
el tema de la inseguridad social
dentro de un marco teórico, con las respectivas conclusiones de las
investigaciones realizadas. Agrego, ahora, estos dos párrafos del profesor
Hayward en los cuales se extiende para darle un primer cierre:
Muchos de los que delinquen
no son capaces de descifrar el modo en que el capitalismo los está explotando
porque no cuentan con educación o tienen una mala escolarización. No son
capaces de manifestarse si no es a través de la protesta violenta. Lo que
resulta interesante es que evidencian sus sentimientos en el mercado,
llevándose los artículos que quieren: zapatillas, ropa deportiva, televisores
de pantalla plana, etc. A la vez, muchos de los sentimientos que el capitalismo
trata de engendrar entre los más jóvenes para hacerlos consumir pueden también
utilizarse para explicar por qué provocaron los disturbios. Si se piensa en el
consumismo, lo que se requiere de los jóvenes, especialmente, es una demanda
constante por tener más, una demanda insaciable. La idea del consumismo está
diseñada para que se diga: “lo voy a tener ahora, en realidad no puedo afrontar
su costo, pero lo voy a conseguir”. Esta especie de suspensión de la
racionalidad normal, las prácticas
irracionales, y la excitación consumista y demandante generan excitación y
estimulación. En cierto modo, algunos de los rasgos que mostraron los
disturbios fueron sentimientos o emociones similares: gente impulsiva, actuando
por fuera del proceso de toma de decisiones, sin ser conscientes de que estaban
siendo captados por las cámaras. Muchos pueden lidiar con esto y controlar la
situación con eficacia. No obstante, algunas personas, y muy a menudo las más
pobres dentro la sociedad, reciben la mayoría de los mensajes.
Esta afirmación
corre el ángulo del delito, lo coloca como una de las consecuencias de una cultura
que incita a consumir: en ella aparece una víctima que los medios convierte en
un delincuente. Martillar la conciencia de los que están marginados mostrándole
todo lo que podrían tener, pero a lo que no pueden acceder por estar arrinconados
por ese mismo mercado que no les permite la entrada, es la expresión más
perversa de este juego publicitario.
Algunos estudios realizados
en los Estados Unidos sugieren que las personas más vulnerables de los barrios más pobres son quienes están más expuestas a
los avisos publicitarios, porque están mirando televisión todo el tiempo, no
leen libros ni van al colegio, constantemente reciben el bombardeo de mensajes
publicitarios. Incluso, los habitantes de algunos barrios pobres de los Estados
Unidos ni siquiera pueden firmar o escribir su nombre, aunque conocen marcas
muy exclusivas como Armani o Gucci, porque son bombardeados seis horas al día
con promociones o publicidades. Son los más expuestos a la lógica que marca la
cultura del consumo. No siempre, pero muy a menudo, fueron quienes estuvieron involucrados
en los disturbios en Londres; con frecuencia, eso estuvo vinculado con lo que
yo denomino la “mercantilización de la violencia” o el “marketing de la
transgresión”.
La palabra del papa
Francisco le da un cierre profundo a todo lo dicho hasta acá e ilumina con su
sabiduría evangélica lo más hondo y estructural del problema. Ha escrito en el
apartado Nº 59 de su Exhortación Evangelii gaudium que lleva como título: No a la inequidad que genera violencia:
Hoy en muchas partes se
reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la
inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible
erradicar la violencia. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona
en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos
policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la
tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción
violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico
es injusto en su raíz.
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