Una vez creados
este tipo de hábitos, con la ayuda de la incorporación de la televisión como
medio insustituible, más la creación de canales de 24 hs. de noticias, cosa
impensable unas décadas atrás, es necesario rellenar esos espacios con una
repetición hartante, pero no inocente. No sólo sucede con los delitos a lo
largo del día. Siguiendo los comentarios de los programas de deportes durante
la semana se puede verificar el conjunto de tonterías que se dicen para cubrir
tal cantidad de horas de radio y televisión. En el caso de la información de
delitos o accidentes esto se multiplica y se dramatiza. Se produce así la
sensación, muy bien estudiada y practicada, de la existencia de altos índices
de este tipo de hechos, que son desmentidos por la investigación de la Corte
Suprema. Creo que empieza así a quedar más clara la afirmación del Ministro de
la Corte que está en el título de estas notas.
Como resultado de
este tipo de técnicas informativas, nuestra sociedad ha estado cayendo en una
suerte de paranoia colectiva. Esto se traduce en el hecho de sentirse perseguido, de mirar hacia atrás varias veces mientras
caminan por una calle oscura. Esta sensación es un legado que los medios
poderosos internacionales elaboran sin escrúpulos de ninguna naturaleza. En la
sociedad del capitalismo salvaje el lucro es el principal objetivo, excluyente de cualquier otro, en empresas de
las dimensiones que han adquirido los dedicados a la comunicación. Son ellos
quienes fijan las políticas a implementar en el mercado comercial. Reglas
inviolables del juego de la competencia entre empresas. Lo que se ha aprendido
en este negocio es que la inseguridad
vende.
Es necesario educar
al consumidor informático en el ejercicio de una mirada crítica, para permitir
un filtro que no acepte sin más la mercancía que se le ofrece. No intento decir
que esto sea sencillo y de rápida solución, lo señalo como una necesidad. Sin
embargo, mucho se ha avanzado sobre la ingenua credulidad de ese público.
Además el tema tiene ya su historia que fue abriendo brechas en la confianza
colectiva. A comienzos de la década del cuarenta aparece una frase enunciada
por Orson Welles[1]
(1915-1985) en su gran película El
ciudadano: “Los medios de información no dicen la verdad”. No debe
entenderse esto como un rechazo a la información mediatizada, la sociedad de masas no ha encontrado otro
modo de seguir los acontecimientos en un mundo globalizado. Lo que se puede
esperar es una actitud más analítica que ponga en cuestión todo lo que recibe y
lo confronte con otras fuentes informativas. Hoy internet es un camino de
acceso hacia la prensa digital
alternativa.
Acá debo incorporar
un concepto derivado de la inteligencia militar: la desinformación. El uso coloquial le otorgó a este vocablo una
acepción ingenua que la convierte en sinónimo de no estar informado. Sobre este concepto nos dice Wikipedia:
La desinformación es la
acción y efecto de procurar en los sujetos el desconocimiento o ignorancia y
evitar la circulación o divulgación del conocimiento de datos, argumentos,
noticias o información que no sea favorable a quien desea desinformar.
Habitualmente se da en los medios de comunicación, pero estos no son los únicos
medios por los cuales se puede dar una desinformación. Puede darse en países o
sectas religiosas que tienen lecturas prohibidas, gobiernos que no aceptan
medios de oposición o extranjeros, naciones en guerra que ocultan información.
El periodista
español Pascual Serrano, creador de una página digital, rebelión.org, nos
advierte:
La mayoría de los ciudadanos
considera que, después de leer la prensa o ver los telediarios, está informada
de la actualidad internacional. Sin embargo, la realidad dista mucho de ser la
imagen unívoca ofrecida por los medios.
En un libro
reciente, cuyo título es Desinformación.
Cómo los medios ocultan el mundo, que lleva ya ocho ediciones, ofrece una
incisiva investigación mediante la cual desentraña el funcionamiento de los
grandes medios de masas para hacernos comprender que la desinformación es una constante:
Lo que creemos que está
sucediendo en el mundo es sólo una falsa composición al servicio de unos
intereses que van, poco a poco, conformando la opinión pública.
La obra, además,
propone técnicas y hábitos de lectura para fomentar una nueva actitud, independiente,
ante la información, y promover así una ciudadanía resistente a la
manipulación.
[1] Director, productor, guionista y actor de cine estadounidense. Su
película El ciudadano (1941) representó
la vida de un magnate de la prensa estadounidense, William Randolph Hearst,
quien manejaba y manipulaba la información pública según sus intereses.
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