sábado, 5 de junio de 2010

El capitalismo en crisis XXV

Una factura muy cara
En un estudio reciente de la ONU se profundiza el análisis de esa factura ecológica con mayor detalle: por ramas industriales y sectores diferenciados. Demuestra que también podría hacerse por países y regiones, con análogas consideraciones en orden a las medidas, mundiales y regionales, imprescindibles para detener el riesgo que se cierne sobre el planeta por el cambio climático, intentando mantener la diversidad biológica y evitar los peores daños medioambientales. Este tipo de estudio no se plantea el punto fundamental alrededor del cual gira toda esta problemática. Este tema podría recibir el nombre de fetichismo del crecimiento , pero la dirigencia mundial está todavía muy lejos de pensar en estos términos. Este fetichismo que funciona como una a una especie de substituto de la religión, o podría considerarse una religión laica que tiene un dios: el consumismo que lleva aparejado un productivismo exacerbado. La lógica es de una sencillez que permite ocultar la dificultad que encierra: es necesario aumentar la producción para satisfacer todas las demandas. La única razón de todos estos fundamentalismos es la obtención del mayor lucro posible. Pero la tierra ya ha avisado que no soporta más saqueo y maltrato. Ese crecimiento se puede obtener mediante el desarrollo industrial, fundamentalmente. Presentadas las cosas así, Leonardo Boff , miembro de la Comisión Internacional de la Carta de la Tierra nos aclara:
«La categoría desarrollo proviene de la economía realmente existente -la capitalista, organizada por los mercados, que hoy en día están articulados a escala mundial. La lógica interna de esta economía es la explotación sistemática e ilimitada de todos los recursos terrestres para alcanzar tres objetivos fundamentales: aumentar la producción, expandir el consumo y generar riqueza. Esta lógica implica un lento pero progresivo agotamiento de los recursos naturales, la devastación de los ecosistemas y una considerable extinción de todas las especies. En términos sociales crea desigualdades crecientes ya que sustituye a la cooperación y a la solidaridad con una feroz competencia. Más de la mitad de la humanidad vive en la pobreza».
El profesor Krätke sostiene que, llegados a este punto de la situación ecológica, sólo cabe una desaceleración de la producción compatible con la preservación del ecosistema, pero advierte:
«Un capitalismo sin crecimiento, estancamiento y depresión duradera, un capitalismo de permanentemente prosperidad sostenible, es como la cuadratura del círculo. Un ejercicio que sólo cuadra a costa de abandonar el círculo del pensamiento económico unitariamente integrado. Hace mucho que se propugna un crecimiento cero, o incluso negativo, la transición al estancamiento o aun al decrecimiento. Ninguna de ambas variantes es factible sin una radical reestructuración de la economía, sin el desplazamiento y la reconfiguración de ramas enteras, de industrias, de regiones y de redes comerciales. Y aquí coinciden con la idea de un capitalismo verde, ecológicamente reformado, conjurado en la fórmula del crecimiento sostenible. Pero el esquema de un crecimiento cero o aun negativo va visiblemente más allá de eso que actualmente compone el consenso verde. Lleva derecho al fin del “desarrollo”, y con eso, al núcleo del problema. La cuestión es clara y sencilla: si podemos o no permitirnos todavía el capitalismo en su forma actual (el neoliberalismo sumado a los modos agregados hiperindustriales de producir, fundados en la energía fósil); si todavía podemos permitirnos toda esta desapoderada destrucción de recursos, todo este terrible despilfarro de fuerza de trabajo, este inmenso hiato entre la riqueza privada y la miseria social».
Todo este razonamiento, basado en información de fuentes académicas muy serias, que parte la lógica mercantilista que lo sostiene, no deja margen a mucha duda, nos está poniendo ante una alternativa de hierro: o cambiamos el paradigma dentro del cual funciona la mente del hombre actual, lo que nos permitirá una replanteo de usos, costumbres, hábitos, conceptos con los que nos relacionamos con la naturaleza; o estaremos aceptando en un plazo difícil de precisar, pero no muy lejano, la posibilidad de la desaparición del vida. Boff sostiene que:
«La solución debe encontrarse en un nuevo paradigma de convivencia entre naturaleza, Tierra y Humanidad que otorgue centralidad a la vida, mantenga su diversidad natural y cultural y garantice el sustrato físico-químico-ecológico para su perpetuación y ulterior co-evolución. Es aquí donde se entronca la cuestión de la ética. Hoy, como nunca antes en la historia del pensamiento la palabra ethos en su acepción original, ha adquirido actualidad. Ethos en griego significa morada humana, el espacio de la naturaleza que reservamos, organizamos y cuidamos para convertirlo en nuestro habitat. Pero hoy en día ethos no es solamente la morada en que habitamos, la ciudad en que vivimos o el país al que pertenecemos. Ethos es la Casa Común, el planeta Tierra. En consecuencia, necesitamos un ethos planetario».
Edgardo Lander , profesor titular de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela, ha presentado una ponencia ante el Consejo Hemisférico del Foro Social de las Américas, en la que manifiesta lo siguiente:
«La construcción de alternativas capaces de caminar hacia la construcción, no sólo de sociedades democráticas y equitativas, sino igualmente compatibles con la preservación de la vida en el planeta, necesariamente tienen que ser anti-capitalistas. A pesar de que una elevada proporción de la población no tiene acceso a las condiciones básicas de la vida, la humanidad ya ha sobrepasado los límites de la capacidad de carga de la Tierra. Sin un freno a corto plazo de este patrón de crecimiento desbordado y una reorientación hacia el decrecimiento, la armonía con el resto de la vida y una radical redistribución del acceso a los bienes comunes del planeta, no está garantizada la continuidad de la vida humana a mediano plazo. El calentamiento global es sólo la expresión más visible de procesos de destrucción sistemáticos que están reduciendo la diversidad genética, devastando bosques tropicales, sobre explotando los mares, contaminando las aguas… Sin respuestas efectivas y a corto plazo, con toda seguridad los problemas ambientales se harían cada vez más severos, produciéndose alteraciones irreversibles en los patrones climáticos a no muy largo plazo».

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El problema es ético

En la película de Oliver Stone de 1987, Wall Street, el personaje principal, Gordon Gekko, sostiene ante una asamblea de accionistas de una gran empresa: «El punto es, damas y caballeros, que la codicia es buena. La codicia es correcta. La codicia funciona. La codicia, en todas sus formas, ha marcado el desarrollo de la humanidad». Esta afirmación, que no encierra una gran novedad, pone en evidencia una de las ideas fundacionales del desarrollo capitalista que, aunque algún distraído no lo haya comprendido, se enseña en muchas universidades del mundo como doctrina. Es más, partiendo de una frase de Adam Smith: «No es la bondad del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento; sino, su egoísmo», con la cual está describiendo como funciona el mercado inglés del siglo XVIII, pero que no afirma que el hombre es naturalmente egoísta, como sostiene la doctrina económica. Al convertir esta simple descripción casi en una antropología filosófica, de la cual se infiere que eso es necesariamente así, que está en la naturaleza humana que así sea. Hay bastante investigación histórica que demuestra que en muchas culturas predominaba la cooperación y el apoyo mutuo , más aún este tipo de conducta del hombre de hoy representa casi una excepción en la historia de la vida del hombre sobre el planeta.
Por ello, debemos seguir con el análisis, del cual este trabajo sólo pretende ser una provocación para comenzar con un poco de audacia intelectual, la descripción y el análisis de este sistema enfermante. Volvamos a nuestro sendero de investigación. Una síntesis que vale la pena leer nos la ofrece María Toledano respecto de recordar una etapa, que ya quedó mencionada, que tiene un punto de inflexión hace unas tres décadas. ¿Qué pasó allí?:
La reducción de los beneficios empresariales, debido a un reparto más equitativo, empezó a cuestionarse por parte de los teóricos neoliberales. La ambición desmedida y el deseo de acumulación más allá de lo establecido se impusieron como normas de estilo. Los pactos de estabilidad laboral y financiera fueron puestos como ejemplo de freno al desarrollo. Estos teóricos, economistas y sociólogos de Chicago y otros thinks tanks, deseosos de consolidar sus posiciones de poder y su influencia en los dirigentes políticos, agitaron la bandera de la desregulación. Era necesario cambiar el curso de la historia, preconizar el fin de la misma, tal y como era concebida hasta la fecha, y sepultar para siempre la raquítica lucha de clases que encabezaban, ya con discreto talante negociador, los grandes sindicatos de clase europeos (Francia, Alemania e Italia).
Unos pocos párrafos antes dije que hay gente que idealizando los altos centros de estudio se pueden sorprender cuando se les dice que allí se adoctrina a los futuros profesionales de las diversas especialidades para no entender los entramados subterráneos del sistema actual. Miles de egresados de esos centros desconocen gran parte de lo que se ha estado leyendo en estas páginas. Y eso no me lo atribuyo como mérito de mi agudeza intelectual. He dicho al principio que iba a convocar a prestigiosos investigadores y académicos para colocarnos frente a verdades que hace mucho tiempo se saben. Entonces, ¿por qué no se comunican? Por una sencilla razón: los señores del dinero tratan constantemente de que esto no trascienda, como también ya se dijo. Para entender mejor volvamos a nuestra escritora:
El capitalismo es, en esencia, aceleración. Un impulso que barre las fronteras del tiempo agitado por la potencia imparable del beneficio empresarial. La estela, como llama fugaz, incendia la naturaleza y las emociones, destroza las relaciones familiares y las palabras de la tribu, elimina el recuerdo y construye un instante eterno en el que todo es repetición -consumo- sin diferencias. Esta aceleración, cuyo punto de arranque podemos reconocer en la década de los 80, transformó las relaciones de producción y el modo de vida de las sociedades hipermodernas, anuló la capacidad de evolución de los países en vías de desarrollo y giró el eje central del planeta -la guerra preventiva como teoría del miedo- hacia un lugar donde la sombra proyectada por la incandescente luz del progreso era sólo reflejo de la muerte.
Esto permite comprender por qué se dijo que en Irak había armas de destrucción masivas y un Secretario de Estado de los EEUU, Colin Powell lo afirmó ante el plenario de la ONU, mintiendo descaradamente. Por qué se invadió ese país y después Afganistán tras un terrorismo fundamentalista que ellos habían adiestrado: Al Qaida. Por qué se inventó el “eje del mal” a partir del atentado a las Torres Gemelas cuya investigación oficial hoy está muy cuestionada por importantes personalidades e instituciones de ese país. Todo ello para asegurar el domino mundial del imperio estadounidense, sus dominaciones, sus saqueos, la búsqueda de petróleo, sus aventuras bélicas que mantienen el funcionamiento del complejo industrial-militar del Pentágono.

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Un personaje un tanto extraño para nosotros como es el cineasta Michael Moore, productor y director de películas como Bowling for Columbine (2003) en la que muestra la violencia en los EEUU; Sicko (2009) en la analiza el estado del sistema de salud en ese país; ahora ha estrenado Capitalismo: una historia de amor (2010) plantea el desastroso impacto que el dominio de las corporaciones tiene sobre la vida cotidiana de los estadounidenses; todo ello lo convierte en un crítico del capitalismo voraz, aunque sus análisis no llegan a una revisión estructural. Lo cual no impide apreciar la capacidad didáctica con la que muestra lo que se propone. En una entrevista que le hizo Naomi Klein, periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento antiglobalización, Moore afirmó con mucha sencillez:
Pero el hecho pertinente que está en la base es que el capitalismo es la legalización de esta codicia. La codicia ha estado entre los seres humanos desde siempre. Hay un buen número de cosas en nuestra especie que podrías llamar el lado oscuro, y la codicia es una de ellas. Si no se ponen determinadas estructuras o restricciones en esas partes de nuestro modo de ser que vienen de ese lado, entonces se salen de madre. El capitalismo hace lo contrario. No sólo no le pone restricción alguna, sino que la estimula, la recompensa. Me planteo esta cuestión a diario, porque la gente se queda muy sorprendida al final de mi película al oírme decir que hay que eliminar la codicia completamente. Entonces me dicen: «¿Qué hay de malo en ganar dinero?» Y me doy cuenta de que, como no se nos enseña economía en el bachillerato, no pueden entender qué significa todo esto. El asunto es que cuando tienes capitalismo, el capitalismo te incentiva para que pienses en formas de ganar dinero o de ganar más dinero.
Nos enfrentamos, otra vez, ante uno de los motores del sistema que centra toda la actividad económica, social y política en la ganancia de dinero. Esto vuelve a colocar el tema en la dimensión cultural, de fundamental importancia, sobre todo después de veinte años de prédica neoliberal. Un historiador estadounidense de prestigio internacional, Immanuel Wallerstein , abunda en esta misma línea:
No soy yo quien dice que Wall Street realmente se fundamenta en la codicia sino Stephen Raphael. ¿Y quién es Stephen Raphael? Es un antiguo miembro de la junta directiva de Bear Stearns, el banco de Wall Street que colapsó el mes pasado. ¿Y dónde dijo esto Raphael? En una entrevista con el Wall Street Journal, más o menos el periódico de casa en Wall Street. ¿Cuál era el punto que quería plantear Raphael? Quería explicar (¿o la idea era excusar?) el colapso de la firma. «Esto pudo ocurrirle a cualquier firma», dijo. Sí, en efecto pudo haber sido así. Y así fue. Mientras se producía el colapso el presidente del directorio, Jimmy Caines, muy alejado de la pena jugaba bridge en un torneo. Algo no muy listo por parte de un banquero codicioso. El resultado es que perdió casi toda su fortuna personal, y otra voraz firma, JP Morgan Chase, llegó como buitre y liquidó a su víctima. La consecuencia fue que 14 mil empleados de Bear Stearns están sin empleo.
Los empleados se quedan en la calle, como en ese derrumbe también las aseguradoras de pensiones quebraron, no recibieron indemnizaciones ni tendrán posibilidad de jubilarse. No se puede pedir mayores calamidades. Volvamos a ver que sucede del lado de los hombres del dinero cuya búsqueda perpetua de utilidades no tiene límites (hasta que estalla la burbuja), según Wallerstein:
¿Qué hacen los grandes capitalistas, si quieren hacer dinero, en tiempos de menores ganancias procedentes de la producción? Empiezan a mover su dinero de las empresas productivas a las financieras. Es decir, empiezan a especular. Y, en tiempos de especulación, la codicia no conoce límites. Así tenemos los llamados “bonos de desecho o tóxicos” (de muy alto riesgo pero de grandes rendimientos), las “adquisiciones forzadas” (conocidas en inglés como takeovers), “hipotecas abiertas” y “fondos de cobertura” son todos esas cosas curiosas con nombres curiosos. Parece que aun Robert Rubin, una de las personas realmente grandes en el mundo de las finanzas, admitió recién que en realidad él no sabe lo que es un “liquidity put ” (una especie de “rembolso asegurado”).
La tan mencionada libertad de mercados y su necesaria transparencia encontró un mentís profundo y contundente con lo que dejó en la superficie esta crisis financiera (que no es sólo eso). La codicia llevada a extremos increíbles nos dejó ante este panorama cruel que no se sabe cuál es su final real.

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Las consecuencias espirituales

Como creo que de los aspectos más de orden técnico ya hemos tenido suficiente, vamos a volver la mirada ahora desde otro ángulo: las consecuencias culturales y sus repercusiones psíquicas de estas últimas décadas, entendiendo cultura en su sentido más amplio. Para ello me voy a apoyar en una autoridad médica sobre la salud integral, el doctor Emiliano Galende . Tomando como punto de partida la salud mental, que él la ubica dentro de un contexto similar al que venimos analizando, desde su experiencia en nuestro país llega a conclusiones muy interesantes.
Muchas personas consultan por estados continuos de ansiedad que perturban sus días y sus noches, ponen énfasis en situaciones persecutorias en sus empleos, en incertidumbres e inseguridad en sus relaciones de pareja, en vicisitudes de adaptación por migraciones impuestas o voluntarias; otras demandan atención por crisis repetidas de angustia que los sorprenden y que alteran el transcurrir de sus tareas, sus salidas a la calle (y al mundo), obligándoles a resguardarse, cuando lo tienen, en la seguridad de sus relaciones cercanas y familiares; otras llegan a la consulta agobiadas con su vida, con un dolor que no se reduce a algún conflicto identificado, su astenia durante el día, que hace penoso cada tarea o movimiento, se prolonga en noches de insomnio; otras padecen una suerte de extrañamiento del ámbito en que se desarrolla su vida, tienen dificultades para hilvanar su pensamiento, su mundo afectivo y mental es disperso y les dificulta entender y narrar su padecimiento.
Son modos de manifestarse las consecuencias de esta etapa de la vida globalizada, en la cual las presiones son tan fuertes que las personas se encuentran mal equipadas para dar respuestas o soportarlas del mejor modo. Pero, la observación aguda del especialista detecta algo más profundo: «Si escuchamos bien a estas personas descubrimos siempre una ausencia de proyecto, una amenaza a futuro, un riesgo en el presente, una incertidumbre sobre el devenir de sus relaciones de empleo, de pareja, de residencia, de su economía». El Dr. Galende nos propone ubicarnos en un intersticio social, que se abre entre la persona y el mundo, en el que se manifiestan esas interrelaciones para analizarlas cómo se van dando:
Nos son conocidas aquellas pasiones que ligan al hombre con su pasado: el resentimiento, la nostalgia, el rencor, que explican sus dificultades con el presente en quienes los padecen. Se trata de pasiones diferentes a las que provienen del presente, cuya inmediata certeza nos produce tristeza, dolor, alegría, odio, amor o placer. Siendo tan presentes en nuestra vida, no se reconoce tanto a las pasiones que nos dominan sobre el incierto futuro: el miedo y la esperanza. El miedo es esa angustia provocada por algo incierto o amenazante, algo extraño que puede alterar nuestro presente ya que parece anunciar un mal inevitable. Siempre subyace al miedo la amenaza de la aniquilación y de la muerte.
Es habitual atribuir estos estados de conciencia a problemas de índole estrictamente personal, resultado de sus propias biografías, totalmente separadas del contexto social en el cual se producen. Cada persona es, sin lugar a dudas, resultado de una historia en la cual el contexto ha jugado un papel decisivo: «Miedo y esperanza, son resistentes a la voluntad o a los argumentos de la razón, por lo mismo suelen ser incontrolables para el hombre. Esto mismo hace que sean pasiones contagiosas que pasan fácilmente de un individuo a otro, y constituyen el afecto principal que liga a los grupos y a las masas». Por eso el miedo es desde siempre un eje de la política y un instrumento del poder. Llevado al extremo, el pánico se muestra como el gran desorganizador del grupo o la masa, frente a él cada individuo asume por sí mismo su supervivencia (sálvese quien pueda). El uso de la amenaza de un futuro peor empuja a la aceptación de un presente malo (flexibilización laboral o riesgo de desocupación, bajar los salarios porque hay crisis, callar la protesta para asegurar la paz). Por el contrario, la esperanza de un futuro mejor, diferente al presente, genera solidaridad, unión bajo el sentimiento activo de que es posible actuar sobre la realidad actual. Como superación, nos dice Galende: «Se trata de pasar del estado de muchedumbre, compuesta por individuos aislados, al grupo solidario que actúa enfrentando el miedo para construir un futuro diferente. Por eso la solidaridad es política activa, es la esperanza puesta en el valor del hombre para construir su futuro».
Podemos, siguiendo esta línea, pensar en la utilización que hacen ciertos medios, los concentrados, en la utilización de la inseguridad como modo de crear estados de ánimo colectivos. El machacar sobre ese tema es una metodología de ocultamiento de lo que no se quiere comunicar. Lo que para Maquiavelo era un instrumento del Príncipe, en el mundo globalizado lo es de las multinacionales, propietarias de la mayor parte de los medios de comunicación. Es a ellas que les interesa desviar las conductas personales hacia un individualismo asfixiante que es el modo de defenderse del miedo impuesto.

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En un artículo reciente el escritor estadounidense John Berger rescata de un informe elaborado en el año 2007 por la oficina de estadísticas de Justicia de EEUU el siguiente dato: «1 de cada 136 habitantes de ese país esta detenido en cárceles o Institutos penitenciarios. Cuatro millones en total. El miedo es también global, responde a diversos motivos». Para Berger «A lo largo y ancho del planeta vivimos en una prisión. La prensa nos informa que 15 millones de mexicanos viven escondidos en EEUU, a pesar del muro que impide su ingreso, de 1.200 Km. de largo y 1.800 torres de observación con policías armados. La ONU cuenta 200 millones de refugiados en el mundo, escapando de guerras y pobrezas extremas». Mirando nuestro entorno observamos un mundo de barrios cerrados, villas miserias, favelas, nuevos ghetos. Los que allí habitan son en cierto modo compañeros de prisión, según la expresión de Berger. Es visible que hay grupos de personas apartadas, excluidas de la sociedad, gente que está en esa situación de presos a la fuerza, custodiados como criminales, pero están también quienes buscan voluntariamente estar custodiados por su anhelo de seguridad y protección en barrios cerrados, “edificios con seguridad”, club de campo, etc.
El Dr. Galende nos sugiere que pensemos en personas de nuestro entorno: «Podemos sumar a los que viven encerrados en sus empleos por horarios que no dominan (por ejemplo la flexibilización laboral y la extensión horaria aprobada por el Parlamento Europeo). A todos los convierte en presos el miedo: por amenaza del desempleo, por la violencia, por el hambre, por la emigración, por la ilusión de la seguridad. Como los criminales presos, quienes estamos presos en este mundo global amenazante nunca aceptamos este presente como definitivo, la mayor parte mantiene su anhelo de libertad, de poder elegir y decidir, pero no ignoramos que muchos, por diversas debilidades y desventajas sociales, son victimas personales del pánico y la angustia crónica». Por ello la afirmación de Galende es clarificante: «Este mundo del miedo no es natural ni espontáneo. Por vía del consumismo, que necesita de una cultura del individualismo, se trata de mantenernos aislados, como en las cárceles se mantiene a los presos en celdas individuales, para evitar que la idea de un futuro en común nos pueda volcar juntos a la resistencia».
La baja calidad, calidad integral, de nuestras vidas es una de las causas de las angustias a las que estamos sometidos, tal vez la más importante. Por ello, cuando se renuncia a la esperanza, porque no podemos escapar al efecto pernicioso del miedo, hemos aceptado que este estado de cosas es inmodificable, o si es posible modificarlo no es una tarea que podamos hacer cada uno de nosotros o, peor aún, es un tema que no interesa analizar. La aceptación de la promesa del éxito personal, conseguible por pocos en el contexto masivo, aparta de este tipo de reflexiones. Ese éxito, obtenido en el escenario del mundo competitivo, no nos aleja de los miedos ni de las angustias, puesto que de ser así las clases acomodadas no visitarían los consultorios de los psicólogos, los psiquiatras, terapeutas en general. Es evidente que eso no es cierto, más aún, un porcentaje importante de los pacientes provienen de esos sectores sociales. Esto no significa que en el resto de la sociedad no sea necesario, lo es porque esta sociedad capitalista no perdona a casi nadie.
Continúa Galende: «Este encierro masivo hace que la vida urbana se parezca a la de la cárcel o al manicomio: conflictos y luchas entre vecinos o antiguos compañeros, pobres atacando a otros pobres, desempleados luchando contra empleados, especialmente si son inmigrantes, aun en la pareja amorosa se observa la desconfianza y cuidado de no comprometer bienes y futuro. Si prestamos atención veremos cómo los medios a través de mensajes incluidos en aparentes noticias, nos dicen que la vida es insegura, insisten con lo incierto de la economía, los riesgos de epidemias, crisis energética, catástrofes naturales, amenazas del futuro cuyo contenido ficcional se oculta. Lo eficaz es generar el miedo y lograr su capacidad de mantenernos aislados. Estas operaciones mediáticas son exitosas, mantienen su eficacia haciéndonos creer que la prioridad para cada uno de nosotros es tomar medidas destinadas a nuestra seguridad personal, nos convencen de que nuestra situación de riesgo y amenazas del futuro depende lo que podamos hacer cada uno, no del destino en común».

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Palabras finales

Si hemos podido cargar en nuestra mochila la cantidad de datos, conceptos, análisis, reflexiones, etc., con los cuales hemos venido tratando de entender el funcionamiento del sistema capitalista en su etapa del dominio de las finanzas, podemos ahora pensar con este diagnóstico la posibilidad de construir un mundo más humano . Entonces estamos en condiciones de intentar la aventura del pensar reflexivo. Y, aunque esto no nos lleve de inmediato a una superación de este estado de cosas, podemos tomar conciencia de que la historia no está terminada y que la libertad consiste en ser dueño de nuestros pensamientos y no dejarnos someter ni abatir por el escepticismo. La libertad es una conquista del espíritu, y para ello debemos seguir los grandes ejemplos de tantos luchadores que con su voluntad cambiaron el mundo, aunque muchos de ellos no lo hayan podido ver. Un ejemplo que conmueve es el que nos mostró Nelson Mandela quien pasó 27 años en la cárcel sin perder sus esperanzas, sus sueños, sin claudicar. Mandela fue liberado el 11 de febrero de 1990 y se convirtió en 1994 en el primer presidente negro de Sudáfrica, cargo en el que permanecería hasta el fin de su mandato en 1999.
Lo que pretendo transmitir es que lo que no puede lograrse ya no es motivo para desecharlo. La perseverancia en la lucha es la base de las grandes conquistas. Esta perseverancia exige voluntad, estudio, investigación, que nos vaya formando para estar en condiciones de hacer un diagnóstico correcto. A partir de allí definir las conductas a seguir. No es imprescindible el acto heroico, también las pequeñas acciones cotidianas ayudan a la construcción de futuros deseables. Yo repito muchas veces un viejo refrán chino: «Muchos pequeños hombres, en muchos pequeños lugares, haciendo pequeñas cosas, cambiaron el mundo». Un enemigo que se cruza al proponerse la posibilidad de un cambio es la idea que supone una transformación total, estructural, hecha de una vez, todo de un solo acto. Por ello lo de “las pequeñas cosas”. Y un comienzo fundamental para ello es la modificación en cómo se plantea qué es un cambio. Creo que es necesario reflexionar sobre este aspecto para avanzar sobre el obstáculo que presenta. El primer cambio necesario es el que se debe producir en nosotros.
Un paso muy importante es comprender que la realidad es siempre una construcción de la mente. No significa esto que no ella exista sino que eso que enfrentamos se reconvierte dentro de nuestra mente de acuerdo a loa modos de nuestro pensar. Permítaseme acá hacer una digresión que puede ayudar a entender. Para ello propongo una afirmación de Galileo Galilei (1564-1642) que escribió en su libro El Mensajero de las estrellas (1610), que revela la idea que planteaba acerca de qué era el conocimiento: una estructuración especial de la mente por la cual se predispone a ver de un modo predeterminado lo que investiga. Por ello su frase comienza diciendo: mente concipere… (la mente concibe…). Reside allí un aporte fundamental de su modo de investigar, que modificaría toda la ciencia: es la mente la que dice que la realidad (el cosmos en su caso) es de un modo determinado. Los sentidos captan una serie de informaciones que luego la mente ordenará en una propuesta de concebir esa realidad . Esta preparación previa, esta formación de la estructura con que la mente enfrenta la enorme cantidad de datos disponibles y los ordena en un todo coherente, es una tarea de quien se propone el conocimiento. Bajando al tema que hemos venido pensando puedo apelar al tan mencionado caso de “la mitad del vaso llena o la vacía” en la cual es la mente la que decide qué rescata. Por ello la dificultad, muchas veces, no es un hecho real sino un modo de verlo.
Entonces, las respuestas a las siguientes preguntas requieren una predisposición, un compromiso, una actitud de la voluntad: ¿Será posible preservar lo humano, la solidaridad, la libertad, la justicia, el anhelo de construir un futuro común, a pesar de las amenazas políticas y de las decepciones que nos rodean? Vale recordar al filósofo francés Maurice Merleau Ponty (1908-1961), cuando en la posguerra escribía: «Una sociedad no es el templo de los valores-ídolos que figuran al frente de sus monumentos o en sus textos constitucionales; una sociedad vale lo que valen en ella las relaciones del hombre con el hombre... Para conocer y juzgar una sociedad es preciso llegar hasta su sustancia profunda, el lazo humano del cual está hecha y que depende sin duda de las relaciones jurídicas, pero también de las formas del trabajo, de la manera de amar, de vivir y de morir». Los valores previos necesarios.
Entonces amar al prójimo, la vida, la madre naturaleza, debe colocarse como cimiento de todo intento esperanzado, sosteniendo la voluntad de construcción de ese mundo más humano. Pero, al mismo tiempo, no olvidar la enseñanza evangélica «manso como un cordero, pero astuto como una serpiente» puesto que este mundo está dominado por los astutos sin valores, «todo por el dinero». Joseph Stigliz , dice en una entrevista con tono de reconvención: «Es una paradoja absurda, una ironía de vuestra historia europea ¿No se dan cuenta? Los gobiernos han contraído muchas deudas para salvar al sistema financiero europeo, los bancos centrales mantienen bajas las tasas de interés para ayudar a ellos a recobrarse, no para favorecer la recuperación de todos. Y, ¿qué hacen las grandes finanzas? Usan las bajas tasas de interés para especular contra los gobiernos endeudados. Consiguen seguir ganando dinero sobre el desastre que ellos mismos han generado». Nos advierte que no se debe ser inocentes hasta el extremo de seguir creyendo a los que siempre nos han mentido, es una indicación hacia la necesidad de desarrollar un espíritu crítico. Agrega el profesor: «Reescribir las reglas de la economía de mercado -beneficiando a quienes causaron tanto sufrimiento en la vida cotidiana global y tantos desempleados- es peor que costoso financieramente. En realidad, es obscenamente injusto».
Nos queda pensar, ante el monstruo gigantesco que nos aplasta si seremos capaces de juntar las fuerzas necesarias para hacerlo. Puesto que hay que enfrentar a enemigos materiales vigorosos, multinacionales todo-poderosas. Sin embargo, hay un enemigo mucho más sutil, más difícil de detectar: es el que está agazapado en nuestras conciencias, hacia él debemos dirigir primero nuestras armas. Por ello creo que un camino posible es apelar a las viejas virtudes y tratar de ser coherentes con ellas, en la medida de nuestras fuerzas. El pueblo boliviano oyó a su presidente Evo Morales recordarles las ancestrales normas indígenas: «Ama sua, ama lluclla, ama quella», que significa «no robes, no mientas, no seas perezoso».
Termino con un cuento que escribió Robert Reich , que en parte explica todo lo que hemos estado viendo: «Imaginemos un genio gigante aparecido unas décadas atrás en el cielo de EE UU para situar al país ante un terrible dilema: “O conserváis vuestra situación económica actual y continuáis como hasta ahora... o tengo una proposición que haceros. A principios del próximo siglo, unos pocos de Uds. seréis inmensamente ricos, aumentará el poder adquisitivo de la mayoría y habrá crecimiento económico. Pero eso no es todo [risas del genio]. La otra parte del trato es ésta: desaparecerá la seguridad en el empleo, vuestros ingresos serán menos previsibles, habrá mayores desigualdades... y la sociedad se fragmentará. Trabajaréis mucho más y tendréis cada vez menos tiempo libre... ¡Os toca elegir!"». El periodista Tubal Páez reflexiona ante la disolución de esos valores: «Y en momentos en que esos términos, en mi opinión, se diluyen un tanto con el auge del individualismo y de otras malas conductas del alma humana, es importante que nosotros enaltezcamos rasgos que tienen que ver con el pensamiento y la reflexión, la solidaridad, la defensa de los valores y en primer lugar de la dignidad. Yo creo que nosotros no tenemos otra opción que enfrentar, no podemos eludir, aunque nos parezca el adversario muy grande, y nos inunde con una catarata de mentiras».

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