Un personaje un tanto extraño para nosotros como es el cineasta Michael Moore, productor y director de películas como Bowling for Columbine (2003) en la que muestra la violencia en los EEUU; Sicko (2009) en la analiza el estado del sistema de salud en ese país; ahora ha estrenado Capitalismo: una historia de amor (2010) plantea el desastroso impacto que el dominio de las corporaciones tiene sobre la vida cotidiana de los estadounidenses; todo ello lo convierte en un crítico del capitalismo voraz, aunque sus análisis no llegan a una revisión estructural. Lo cual no impide apreciar la capacidad didáctica con la que muestra lo que se propone. En una entrevista que le hizo Naomi Klein, periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento antiglobalización, Moore afirmó con mucha sencillez:
«Pero el hecho pertinente que está en la base es que el capitalismo es la legalización de esta codicia. La codicia ha estado entre los seres humanos desde siempre. Hay un buen número de cosas en nuestra especie que podrías llamar el lado oscuro, y la codicia es una de ellas. Si no se ponen determinadas estructuras o restricciones en esas partes de nuestro modo de ser que vienen de ese lado, entonces se salen de madre. El capitalismo hace lo contrario. No sólo no le pone restricción alguna, sino que la estimula, la recompensa. Me planteo esta cuestión a diario, porque la gente se queda muy sorprendida al final de mi película al oírme decir que hay que eliminar la codicia completamente. Entonces me dicen: «¿Qué hay de malo en ganar dinero?» Y me doy cuenta de que, como no se nos enseña economía en el bachillerato, no pueden entender qué significa todo esto. El asunto es que cuando tienes capitalismo, el capitalismo te incentiva para que pienses en formas de ganar dinero o de ganar más dinero».
Nos enfrentamos, otra vez, ante uno de los motores del sistema que centra toda la actividad económica, social y política en la ganancia de dinero. Esto vuelve a colocar el tema en la dimensión cultural, de fundamental importancia, sobre todo después de veinte años de prédica neoliberal. Un historiador estadounidense de prestigio internacional, Immanuel Wallerstein , abunda en esta misma línea:
«No soy yo quien dice que Wall Street realmente se fundamenta en la codicia sino Stephen Raphael. ¿Y quién es Stephen Raphael? Es un antiguo miembro de la junta directiva de Bear Stearns, el banco de Wall Street que colapsó el mes pasado. ¿Y dónde dijo esto Raphael? En una entrevista con el Wall Street Journal, más o menos el periódico de casa en Wall Street. ¿Cuál era el punto que quería plantear Raphael? Quería explicar (¿o la idea era excusar?) el colapso de la firma. «Esto pudo ocurrirle a cualquier firma», dijo. Sí, en efecto pudo haber sido así. Y así fue. Mientras se producía el colapso el presidente del directorio, Jimmy Caines, muy alejado de la pena jugaba bridge en un torneo. Algo no muy listo por parte de un banquero codicioso. El resultado es que perdió casi toda su fortuna personal, y otra voraz firma, JP Morgan Chase, llegó como buitre y liquidó a su víctima. La consecuencia fue que 14 mil empleados de Bear Stearns están sin empleo».
Los empleados se quedan en la calle, como en ese derrumbe también las aseguradoras de pensiones quebraron, no recibieron indemnizaciones ni tendrán posibilidad de jubilarse. No se puede pedir mayores calamidades. Volvamos a ver que sucede del lado de los hombres del dinero cuya búsqueda perpetua de utilidades no tiene límites (hasta que estalla la burbuja), según Wallerstein:
«¿Qué hacen los grandes capitalistas, si quieren hacer dinero, en tiempos de menores ganancias procedentes de la producción? Empiezan a mover su dinero de las empresas productivas a las financieras. Es decir, empiezan a especular. Y, en tiempos de especulación, la codicia no conoce límites. Así tenemos los llamados “bonos de desecho o tóxicos” (de muy alto riesgo pero de grandes rendimientos), las “adquisiciones forzadas” (conocidas en inglés como takeovers), “hipotecas abiertas” y “fondos de cobertura” son todos esas cosas curiosas con nombres curiosos. Parece que aun Robert Rubin, una de las personas realmente grandes en el mundo de las finanzas, admitió recién que en realidad él no sabe lo que es un “liquidity put ” (una especie de “rembolso asegurado”)».
La tan mencionada libertad de mercados y su necesaria transparencia encontró un mentís profundo y contundente con lo que dejó en la superficie esta crisis financiera (que no es sólo eso). La codicia llevada a extremos increíbles nos dejó ante este panorama cruel que no se sabe cuál es su final real.
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