martes, 8 de junio de 2010

El capitalismo en crisis XXVI

El problema es ético
En la película de Oliver Stone de 1987, Wall Street, el personaje principal, Gordon Gekko, sostiene ante una asamblea de accionistas de una gran empresa: «El punto es, damas y caballeros, que la codicia es buena. La codicia es correcta. La codicia funciona. La codicia, en todas sus formas, ha marcado el desarrollo de la humanidad». Esta afirmación, que no encierra una gran novedad, pone en evidencia una de las ideas fundacionales del desarrollo capitalista que, aunque algún distraído no lo haya comprendido, se enseña en muchas universidades del mundo como doctrina. Es más, partiendo de una frase de Adam Smith: «No es la bondad del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento; sino, su egoísmo», con la cual está describiendo como funciona el mercado inglés del siglo XVIII, pero que no afirma que el hombre es naturalmente egoísta, como sostiene la doctrina económica. Al convertir esta simple descripción casi en una antropología filosófica, de la cual se infiere que eso es necesariamente así, que está en la naturaleza humana que así sea. Hay bastante investigación histórica que demuestra que en muchas culturas predominaba la cooperación y el apoyo mutuo , más aún este tipo de conducta del hombre de hoy representa casi una excepción en la historia de la vida del hombre sobre el planeta.
Por ello, debemos seguir con el análisis, del cual este trabajo sólo pretende ser una provocación para comenzar con un poco de audacia intelectual, la descripción y el análisis de este sistema enfermante. Volvamos a nuestro sendero de investigación. Una síntesis que vale la pena leer nos la ofrece María Toledano respecto de recordar una etapa, que ya quedó mencionada, que tiene un punto de inflexión hace unas tres décadas. ¿Qué pasó allí?:
«La reducción de los beneficios empresariales, debido a un reparto más equitativo, empezó a cuestionarse por parte de los teóricos neoliberales. La ambición desmedida y el deseo de acumulación más allá de lo establecido se impusieron como normas de estilo. Los pactos de estabilidad laboral y financiera fueron puestos como ejemplo de freno al desarrollo. Estos teóricos, economistas y sociólogos de Chicago y otros thinks tanks, deseosos de consolidar sus posiciones de poder y su influencia en los dirigentes políticos, agitaron la bandera de la desregulación. Era necesario cambiar el curso de la historia, preconizar el fin de la misma, tal y como era concebida hasta la fecha, y sepultar para siempre la raquítica lucha de clases que encabezaban, ya con discreto talante negociador, los grandes sindicatos de clase europeos (Francia, Alemania e Italia)».
Unos pocos párrafos antes dije que hay gente que idealizando los altos centros de estudio se pueden sorprender cuando se les dice que allí se adoctrina a los futuros profesionales de las diversas especialidades para no entender los entramados subterráneos del sistema actual. Miles de egresados de esos centros desconocen gran parte de lo que se ha estado leyendo en estas páginas. Y eso no me lo atribuyo como mérito de mi agudeza intelectual. He dicho al principio que iba a convocar a prestigiosos investigadores y académicos para colocarnos frente a verdades que hace mucho tiempo se saben. Entonces, ¿por qué no se comunican? Por una sencilla razón: los señores del dinero tratan constantemente de que esto no trascienda, como también ya se dijo. Para entender mejor volvamos a nuestra escritora:
«El capitalismo es, en esencia, aceleración. Un impulso que barre las fronteras del tiempo agitado por la potencia imparable del beneficio empresarial. La estela, como llama fugaz, incendia la naturaleza y las emociones, destroza las relaciones familiares y las palabras de la tribu, elimina el recuerdo y construye un instante eterno en el que todo es repetición -consumo- sin diferencias. Esta aceleración, cuyo punto de arranque podemos reconocer en la década de los 80, transformó las relaciones de producción y el modo de vida de las sociedades hipermodernas, anuló la capacidad de evolución de los países en vías de desarrollo y giró el eje central del planeta -la guerra preventiva como teoría del miedo- hacia un lugar donde la sombra proyectada por la incandescente luz del progreso era sólo reflejo de la muerte».
Esto permite comprender por qué se dijo que en Irak había armas de destrucción masivas y un Secretario de Estado de los EEUU, Colin Powell lo afirmó ante el plenario de la ONU, mintiendo descaradamente. Por qué se invadió ese país y después Afganistán tras un terrorismo fundamentalista que ellos habían adiestrado: Al Qaida. Por qué se inventó el “eje del mal” a partir del atentado a las Torres Gemelas cuya investigación oficial hoy está muy cuestionada por importantes personalidades e instituciones de ese país. Todo ello para asegurar el domino mundial del imperio estadounidense, sus dominaciones, sus saqueos, la búsqueda de petróleo, sus aventuras bélicas que mantienen el funcionamiento del complejo industrial-militar del Pentágono.

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