Las consecuencias espirituales
Como creo que de los aspectos más de orden técnico ya hemos tenido suficiente, vamos a volver la mirada ahora desde otro ángulo: las consecuencias culturales y sus repercusiones psíquicas de estas últimas décadas, entendiendo cultura en su sentido más amplio. Para ello me voy a apoyar en una autoridad médica sobre la salud integral, el doctor Emiliano Galende . Tomando como punto de partida la salud mental, que él la ubica dentro de un contexto similar al que venimos analizando, desde su experiencia en nuestro país llega a conclusiones muy interesantes.
«Muchas personas consultan por estados continuos de ansiedad que perturban sus días y sus noches, ponen énfasis en situaciones persecutorias en sus empleos, en incertidumbres e inseguridad en sus relaciones de pareja, en vicisitudes de adaptación por migraciones impuestas o voluntarias; otras demandan atención por crisis repetidas de angustia que los sorprenden y que alteran el transcurrir de sus tareas, sus salidas a la calle (y al mundo), obligándoles a resguardarse, cuando lo tienen, en la seguridad de sus relaciones cercanas y familiares; otras llegan a la consulta agobiadas con su vida, con un dolor que no se reduce a algún conflicto identificado, su astenia durante el día, que hace penoso cada tarea o movimiento, se prolonga en noches de insomnio; otras padecen una suerte de extrañamiento del ámbito en que se desarrolla su vida, tienen dificultades para hilvanar su pensamiento, su mundo afectivo y mental es disperso y les dificulta entender y narrar su padecimiento».
Son modos de manifestarse las consecuencias de esta etapa de la vida globalizada, en la cual las presiones son tan fuertes que las personas se encuentran mal equipadas para dar respuestas o soportarlas del mejor modo. Pero, la observación aguda del especialista detecta algo más profundo: «Si escuchamos bien a estas personas descubrimos siempre una ausencia de proyecto, una amenaza a futuro, un riesgo en el presente, una incertidumbre sobre el devenir de sus relaciones de empleo, de pareja, de residencia, de su economía». El Dr. Galende nos propone ubicarnos en un intersticio social, que se abre entre la persona y el mundo, en el que se manifiestan esas interrelaciones para analizarlas cómo se van dando:
«Nos son conocidas aquellas pasiones que ligan al hombre con su pasado: el resentimiento, la nostalgia, el rencor, que explican sus dificultades con el presente en quienes los padecen. Se trata de pasiones diferentes a las que provienen del presente, cuya inmediata certeza nos produce tristeza, dolor, alegría, odio, amor o placer. Siendo tan presentes en nuestra vida, no se reconoce tanto a las pasiones que nos dominan sobre el incierto futuro: el miedo y la esperanza. El miedo es esa angustia provocada por algo incierto o amenazante, algo extraño que puede alterar nuestro presente ya que parece anunciar un mal inevitable. Siempre subyace al miedo la amenaza de la aniquilación y de la muerte».
Es habitual atribuir estos estados de conciencia a problemas de índole estrictamente personal, resultado de sus propias biografías, totalmente separadas del contexto social en el cual se producen. Cada persona es, sin lugar a dudas, resultado de una historia en la cual el contexto ha jugado un papel decisivo: «Miedo y esperanza, son resistentes a la voluntad o a los argumentos de la razón, por lo mismo suelen ser incontrolables para el hombre. Esto mismo hace que sean pasiones contagiosas que pasan fácilmente de un individuo a otro, y constituyen el afecto principal que liga a los grupos y a las masas». Por eso el miedo es desde siempre un eje de la política y un instrumento del poder. Llevado al extremo, el pánico se muestra como el gran desorganizador del grupo o la masa, frente a él cada individuo asume por sí mismo su supervivencia (sálvese quien pueda). El uso de la amenaza de un futuro peor empuja a la aceptación de un presente malo (flexibilización laboral o riesgo de desocupación, bajar los salarios porque hay crisis, callar la protesta para asegurar la paz). Por el contrario, la esperanza de un futuro mejor, diferente al presente, genera solidaridad, unión bajo el sentimiento activo de que es posible actuar sobre la realidad actual. Como superación, nos dice Galende: «Se trata de pasar del estado de muchedumbre, compuesta por individuos aislados, al grupo solidario que actúa enfrentando el miedo para construir un futuro diferente. Por eso la solidaridad es política activa, es la esperanza puesta en el valor del hombre para construir su futuro».
Podemos, siguiendo esta línea, pensar en la utilización que hacen ciertos medios, los concentrados, en la utilización de la inseguridad como modo de crear estados de ánimo colectivos. El machacar sobre ese tema es una metodología de ocultamiento de lo que no se quiere comunicar. Lo que para Maquiavelo era un instrumento del Príncipe, en el mundo globalizado lo es de las multinacionales, propietarias de la mayor parte de los medios de comunicación. Es a ellas que les interesa desviar las conductas personales hacia un individualismo asfixiante que es el modo de defenderse del miedo impuesto.
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