Palabras finales
Si hemos podido cargar en nuestra mochila la cantidad de datos, conceptos, análisis, reflexiones, etc., con los cuales hemos venido tratando de entender el funcionamiento del sistema capitalista en su etapa del dominio de las finanzas, podemos ahora pensar con este diagnóstico la posibilidad de construir un mundo más humano . Entonces estamos en condiciones de intentar la aventura del pensar reflexivo. Y, aunque esto no nos lleve de inmediato a una superación de este estado de cosas, podemos tomar conciencia de que la historia no está terminada y que la libertad consiste en ser dueño de nuestros pensamientos y no dejarnos someter ni abatir por el escepticismo. La libertad es una conquista del espíritu, y para ello debemos seguir los grandes ejemplos de tantos luchadores que con su voluntad cambiaron el mundo, aunque muchos de ellos no lo hayan podido ver. Un ejemplo que conmueve es el que nos mostró Nelson Mandela quien pasó 27 años en la cárcel sin perder sus esperanzas, sus sueños, sin claudicar. Mandela fue liberado el 11 de febrero de 1990 y se convirtió en 1994 en el primer presidente negro de Sudáfrica, cargo en el que permanecería hasta el fin de su mandato en 1999.
Lo que pretendo transmitir es que lo que no puede lograrse ya no es motivo para desecharlo. La perseverancia en la lucha es la base de las grandes conquistas. Esta perseverancia exige voluntad, estudio, investigación, que nos vaya formando para estar en condiciones de hacer un diagnóstico correcto. A partir de allí definir las conductas a seguir. No es imprescindible el acto heroico, también las pequeñas acciones cotidianas ayudan a la construcción de futuros deseables. Yo repito muchas veces un viejo refrán chino: «Muchos pequeños hombres, en muchos pequeños lugares, haciendo pequeñas cosas, cambiaron el mundo». Un enemigo que se cruza al proponerse la posibilidad de un cambio es la idea que supone una transformación total, estructural, hecha de una vez, todo de un solo acto. Por ello lo de “las pequeñas cosas”. Y un comienzo fundamental para ello es la modificación en cómo se plantea qué es un cambio. Creo que es necesario reflexionar sobre este aspecto para avanzar sobre el obstáculo que presenta. El primer cambio necesario es el que se debe producir en nosotros.
Un paso muy importante es comprender que la realidad es siempre una construcción de la mente. No significa esto que no ella exista sino que eso que enfrentamos se reconvierte dentro de nuestra mente de acuerdo a loa modos de nuestro pensar. Permítaseme acá hacer una digresión que puede ayudar a entender. Para ello propongo una afirmación de Galileo Galilei (1564-1642) que escribió en su libro El Mensajero de las estrellas (1610), que revela la idea que planteaba acerca de qué era el conocimiento: una estructuración especial de la mente por la cual se predispone a ver de un modo predeterminado lo que investiga. Por ello su frase comienza diciendo: mente concipere… (la mente concibe…). Reside allí un aporte fundamental de su modo de investigar, que modificaría toda la ciencia: es la mente la que dice que la realidad (el cosmos en su caso) es de un modo determinado. Los sentidos captan una serie de informaciones que luego la mente ordenará en una propuesta de concebir esa realidad . Esta preparación previa, esta formación de la estructura con que la mente enfrenta la enorme cantidad de datos disponibles y los ordena en un todo coherente, es una tarea de quien se propone el conocimiento. Bajando al tema que hemos venido pensando puedo apelar al tan mencionado caso de “la mitad del vaso llena o la vacía” en la cual es la mente la que decide qué rescata. Por ello la dificultad, muchas veces, no es un hecho real sino un modo de verlo.
Entonces, las respuestas a las siguientes preguntas requieren una predisposición, un compromiso, una actitud de la voluntad: ¿Será posible preservar lo humano, la solidaridad, la libertad, la justicia, el anhelo de construir un futuro común, a pesar de las amenazas políticas y de las decepciones que nos rodean? Vale recordar al filósofo francés Maurice Merleau Ponty (1908-1961), cuando en la posguerra escribía: «Una sociedad no es el templo de los valores-ídolos que figuran al frente de sus monumentos o en sus textos constitucionales; una sociedad vale lo que valen en ella las relaciones del hombre con el hombre... Para conocer y juzgar una sociedad es preciso llegar hasta su sustancia profunda, el lazo humano del cual está hecha y que depende sin duda de las relaciones jurídicas, pero también de las formas del trabajo, de la manera de amar, de vivir y de morir». Los valores previos necesarios.
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