El tipo de investigación respecto a este tipo de actividad que se desarrolla, alejada de la superficie visible, tiene sus riesgos. Como cualquier otro trabajo de investigación también acarrea ciertos riesgos. Pero la publicación, en la edición del 23 de marzo de la London Review of Books, del artículo “The Israel Lobby”, escrito por los profesores Stephen Walt y John Mearsheimer , parece presagiar secuelas especialmente severas. Según comentarios de los editores: «Al asegurar que el alcance de la alianza estadounidense-israelí “no tiene parangón en la historia política norteamericana”, Walt y Mearsheimer nos sitúan ante una pregunta claramente incómoda: “¿Por qué los Estados Unidos han querido dejar de lado su propia seguridad y la de varios de sus aliados con el objetivo de promover los intereses de otro estado?”». Argumentan los autores que «el apoyo prestado por Estados Unidos a Israel no viene motivado ni por consideraciones de tipo estratégico, ni por ningún tipo de imperativo moral. Bien al contrario, los autores señalan al lobby israelí como la principal fuerza rectora de dicho apoyo. Si no fuera por el poder de esta comunidad de defensores de los intereses de Israel no hubiera abrazado Estados Unidos tan estrechamente una alianza que es, según este punto de vista, perjudicial para los intereses estadounidenses en el exterior».
Para dimensionar la actuación de los lobbys, y medir la disponibilidad de dinero con la que cuentan veamos algunas cifras. Según informaciones, «la industria petrolera se ha gastado en Estados Unidos cerca de 448 millones de dólares en el período 1998-2004 en actividades de “lobby” con los partidos republicano y demócrata, según la investigación realizada por el Centro para la Integridad Pública de Washington. Este instituto de investigación, favorable a la reforma de la ley de financiación de partidos, precisa que 381 millones de dólares se han gastado en actividades generales de “influencia”, a los que se añaden otros 67 millones en contribuciones directas a los candidatos federales. Destaca el hecho de que el 73 por ciento de estas últimas fueron a parar a los candidatos republicanos, en su mayoría diputados de la Cámara de Representantes de Estados ricos en petróleo. Es más, el político que más contribuciones de las petroleras ha recibido desde 1998 es el ex-presidente George Bush, con más de 1,7 millones de dólares».
Entre los candidatos al Congreso, «el político más favorecido por estos fondos ha sido el presidente del Comité de Energía y Comercio, el republicano Joe Barton, quien suma 574.795 dólares, seguido de cerca por otro correligionario, el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes Tom DeLay. En contraste, sólo tres demócratas figuran en la lista de los veinte más “financiados”, dos senadores y un representante, todos ellos de Louisiana». En cuanto a los contribuyentes, de cara al actual proceso electoral «la compañía que más fondos ha aportado es Koch Industries, un grupo con sede en Kansas, que ha desembolsado 587.000 dólares en donaciones. Pero a lo largo de todo el periodo analizado, la lista la encabeza la petrolera Exxon Mobil, con 55 millones de dólares en actividades de “lobby”, seguida de ChevronTexaco, Marathon Oil, BP Amoco and Royal Dutch Shell, con más de 25 millones cada una».
El informe no acusa a las petroleras de ninguna actividad ilegal, aunque señala que «la industria se ha “aprovechado” de un clima político “amistoso” para seguir adelante con sus actividades “a expensas de las preocupaciones medioambientales”». Según el director ejecutivo del Centro, Charles Lewis «esta influencia es perfectamente comprobable simplemente estudiando “las decisiones políticas tomadas sobre cuestiones que afectaban al mismo tiempo al petróleo, la energía y el Medio Ambiente”». Estas empresas, por su parte, se limitan a señalar que la investigación demuestra que están presentes en el debate político y que lo hacen porque así se les solicita. La portavoz de Exxon, Laura Kerr, afirmaba en este sentido: «No es sorprendente que, siendo la mayor compañía de Estados Unidos, se nos pida nuestra opinión sobre cuestiones sustanciales», citada por la web de información medioambiental “Greenwire”.
Se puede afirmar, entonces, que los «lobbies» son un sistema para-estatal que funciona presionando sobre las decisiones más importantes que pueden afectar el interés del capital concentrado. Esta articulación entre las grandes multinacionales y las instituciones republicanas ponen en evidencia la existencia de un gobierno paralelo a escala mundial. Aparece acá nuevamente asomando su poder el Nuevo Orden Mundial que estamos analizando.
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