Voy a convocar al profesor Noam Chomsky citando algunos textos de una conferencia dictada en Amsterdam en marzo de 2011. En ella desarrolló un largo análisis sobre la situación política y militar del mundo actual, partiendo de la comparación de los levantamientos en el norte de África y las convulsiones sociales que están comenzando en los EEUU. «Uno y otro caso son un microcosmos de tendencias presentes en la sociedad global que siguen una variedad de cursos. La cosa no ofrece duda: tendrán consecuencias de largo alcance. Tanto lo que ahora mismo está aconteciendo en el decadente corazón industrial del país más rico y poderoso de la historia humana, como lo que está pasando en lo que el presidente Dwight Eisenhower llamó "el área estratégicamente más importante del mundo" ("una estupenda fuente de poder estratégico" y "probablemente el mayor premio económico del mundo en el campo de la inversión extranjera", en palabras del Departamento de Estado de los años 40, un premio que los EEUU trataron de reservarse en exclusiva, para sí propios y para sus aliados, en el incipiente Nuevo Orden Mundial de la época)».
Es muy interesante para pensar todo el proceso del siglo XX la relación que establece entre la situación actual y las decisiones que se tomaban en la década del cuarenta: «A despecho de todos los cambios habidos desde entonces, se puede suponer razonablemente que los actuales decisores políticos mantienen básicamente su adhesión al juicio del influyente asesor del presidente Franklin Delano Roosevelt, A.A. Berle, según el cual el control sobre las incomparables reservas energéticas del Oriente Próximo traería consigo "un control substancial del mundo". Y análogamente y por contraste, que la pérdida de ese control amenazaría el proyecto de dominación global claramente articulado durante la II Guerra Mundial y persistentemente mantenido aun frente a los decisivos cambios experimentados por el mundo desde entonces». Esto debe ser contrastado con lo que se ha publicitado como comienzo de la globalización los últimos años de la década del setenta, pero cuyo comienzo hay que buscarlo a comienzos de ese siglo, como ya hemos visto.
«Desde que comenzó la Guerra en 1939, Washington anticipó que ésta terminaría con los EEUU en una posición de supremacía. Funcionarios de alto nivel del Departamento de Estado y especialistas en política exterior se reunieron repetidamente durante la Guerra a fin de diseñar planes para el mundo de postguerra. Perfilaron una "Gran Área" que los EEUU tenían que dominar, y que incluía el Hemisferio Occidental, el Extremo Oriente y el antiguo Imperio Británico, con sus recursos energéticos del Oriente Próximo. Cuando Rusia comenzó a demoler los ejércitos nazis luego de la batalla de Stalingrado, los objetivos de la Gran Área comenzaron a extenderse hasta abarcar la mayor zona posible de Eurasia, y al menos su núcleo económico en Europa Occidental. Dentro de la Gran Área, los EEUU mantendrían un "poder indiscutible", con "supremacía militar y económica", al tiempo que se asegurarían de "limitar el ejercicio de la soberanía" de los estados capaces de interferir en los propósitos globales estadounidenses. Los circunstanciados planes del tiempo de guerra no tardaron en ponerse por obra».
Empieza a quedar más claro que el apoyo a la democracia, que tanto se ha pregonado desde Washington, no ha sido más que el mascarón de proa de un proyecto imperial. El modo un tanto brutal con que lo afirma el profesor no le quita verdad: «En el mundo real, el asco que por la democracia siente la elite es la norma. Son abrumadoras las pruebas de que la democracia sólo es apoyada mientras pueda contribuir a objetivos sociales y económicos, una conclusión a la que reluctantemente llegan los académicos más serios. El desprecio de la elite por la democracia se reveló espectacularmente en la reacción a las filtraciones de WikiLeaks. Las que mayor atención recibieron, con comentarios rayanos en la euforia, fueron los cables en los que se informaba del apoyo de los árabes a la posición de los EEUU frente a Irán. La referencia, claro, era a los dictadores árabes. Las actitudes de la opinión pública ni siquiera recibían mención».
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