En el año 2004, dos antes de su fallecimiento, un economista que no respondía al perfil de sus colegas, John Kenneth Galbraith (1908-2006), escribió un artículo que tituló “El poder corporativo” en el que narra algunas experiencias personales de su vida como importante funcionario del gobierno estadounidense. Lo que cuenta nos viene a cuento porque nos permite pensar desde dentro del sistema el tema que hemos estado analizando en estas páginas.
«A fines de la segunda guerra mundial, yo era director para efectos generales del estudio de bombardeos estratégicos de Estados Unidos – llamado Usbus. Dirigía un gran equipo económico profesional para evaluar los efectos industriales y militares de los bombardeos de Alemania. Después de considerables bombardeos la producción de aviones de caza aumentó efectivamente en Alemania a principios de 1944 gracias a la reubicación de maquinarias y equipos y a una administración más enérgica. Los resultados del informe fueron resistidos vigorosamente por las fuerzas armadas aliadas – especialmente, sobra decirlo, del comando aéreo, aunque fueron el resultado del trabajo de los expertos más capaces y apoyados por funcionarios de la industria alemana y por impecables estadísticas alemanas, así como por el director de la producción alemana de armamentos, Albert Speer. Todas nuestras conclusiones fueron dejadas de lado. Los aliados públicos y académicos del comando del aire se unieron para detener mi nombramiento a una cátedra en Harvard y lograron tener éxito durante un año». El poder de las grandes corporaciones de la industria armamentística se unía al comando de las fuerzas armadas para ocultar la verdad.
«Y no es todo. La mayor desventura militar en la historia de EE.UU., antes de Irak, fue la guerra en Vietnam. Cuando fui enviado a Vietnam en una misión de investigación a principios de los años 60, tuve una visión total de la dominación militar sobre la política exterior, una dominación que actualmente se ha ampliado al reemplazo de la “presunta autoridad civil”. Desarrollé una visión fuertemente negativa del conflicto. Más adelante, apoyé la campaña contra la guerra de Eugene McCarthy en 1968. En esa época el establishment militar en Washington estaba a favor de la guerra. Por cierto, se tomaba por un hecho que tanto las fuerzas armadas como la industria de armamentos deberían aceptar y endosar las hostilidades – el llamado “complejo militar-industrial” de Dwight Eisenhower».
Cabe citar acá las palabras de despedida de este presidente en Enero de 1961 para entender qué nos está diciendo Galbraith: «Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos. Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella; también la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial. Existe y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos».
Los resultados de la advertencia de Eisenhower fueron nulos. El poder concentrado en ese “complejo militar-industrial” fue más fuerte que la previsión de las consecuencias que se hicieron sentir en la política de los gobiernos siguientes. Dice nuestro articulista: «En 2003, casi la mitad de todos los gastos discrecionales del gobierno de EE.UU. fue utilizada para propósitos militares. Una gran parte fue para la compra o desarrollo de armas. Los submarinos a propulsión nuclear costaron miles de millones de dólares, los aviones decenas de millones de dólares cada uno. Estos gastos no resultan de un análisis objetivo. Las firmas industriales relevantes hacen propuestas de diseños para nuevas armas, y reciben pedidos para la producción y el beneficio correspondiente. En un flujo impresionante de influencia y comando, la industria armamentista distribuye valiosos empleos, pagos de dirección y beneficios entre su electorado político, y es indirectamente una fuente valorada de fondos políticos. La gratitud y la promesa de ayuda política van a Washington y al presupuesto de defensa. Y en cuanto a la política exterior o, como en Vietnam y en Irak, a la guerra. Es obvio que el sector privado se impone con un papel dominante en el sector público». Más de cincuenta años después de la advertencia hoy se puede verificar ese poder como eje de la globalización.
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