El análisis del poder de las corporaciones debe ir acompañado por una mirada sobre la situación del trabajo dentro de ese mismo período, porque trabajadores y marginados son las víctimas de este proceso. Veamos este aspecto del tema. Los años setenta del siglo pasado puso sobre la superficie del sistema capitalista que se estaba produciendo una tendencia muy severa hacia la pérdida de la renta del capital. Este proceso se vio agravado por la denominada Crisis del petróleo que disparó los precios del crudo y tuvo como consecuencia una transferencia de utilidades en beneficio de los países productores: el valor del barril saltó desde los nueve dólares hasta siete u ocho veces su valor. Estas dos variables atentaron contra el capital internacional. A partir de allí se puede observar un recrudecimiento de la lucha del capital contra el trabajo por la obtención de una mayor tasa de ganancias. Para una mejor comprensión de este proceso recurro a la investigadora Claudia Danani quien sostiene que es necesario hacer un poco de historia de esta relación conflictiva, capital-trabajo:
«"Globalización" y "neoliberalismo" son términos que en las últimas dos décadas ganaron la primera fila a la hora de explicar los procesos de transformación sociopolítica y económica. Entre ellos, las transformaciones operadas en el trabajo. Usados como sustantivo o adjetivo ("globalización neoliberal" o "neoliberalismo globalizado", por caso), ambos dan lugar a argumentos simétricamente opuestos: en el primer caso, todo es nuevo con eso que llamamos globalización y neoliberalismo; en el segundo, en cambio, se trata de términos que sólo definen la fase actual de lo ya conocido: el sistema capitalista. Pero una historia política del trabajo requiere reconocer en él dos pilares: en primer lugar, el trabajo ha sido y es la vía legítima de satisfacción de necesidades, ya que es a cambio de él que los no propietarios obtienen un ingreso. Fue el reconocimiento del carácter productivo del trabajo (el hecho de que agrega valor) lo que lo convirtió en algo apreciado por las sociedades, para las que no daba lo mismo que la gente trabajara o no, ya que el trabajo de sus miembros es la fuente de generación de riqueza. Dicho de otro modo, ese interés de la sociedad por el trabajo de sus miembros fue una condición para que se convirtiera en cuestión política, y por lo tanto en objeto de acción estatal legítima».
Una vez planteado el marco conceptual de esta relación avanza en sus reflexiones: «A treinta años de "la crisis de los '70", no cabe duda de que se vive una ofensiva del capital contra el trabajo, así como que éste viene perdiendo la partida. Quienes ven en esto una fase más de la lucha de clases aciertan al señalar que, aun con lo perturbadores que son para la vida individual y colectiva, esos procesos alrededor del trabajo no son de una naturaleza diferente a otros procesos de fortalecimiento económico, social y jurídico del capital. En otras épocas aumentó el desempleo (en las sociedades capitalistas no hay riesgo más cierto que el de la desocupación), bajó el salario real, aumentó la tasa de ganancia por subas de la productividad no trasladadas a salarios, o se aplicaron durísimas legislaciones laborales». Esta lucha por la recuperación de utilidades se precipitó y se agudizó en las últimas tres décadas del siglo pasado, aprovechando un programa de concientización global que inculcó conceptos que ganaron el “sentido común” de una parte importante de la población del planeta, sobre todo sus clases medias urbanas.
«Bajo la invocación de la globalización y del progreso técnico, el neoliberalismo tuvo éxito en poner en cuestión la condición productiva del trabajo; es decir, en dudar de la necesidad (social) de trabajo para crear riqueza ("ya ven, ahí están las fabulosas tasas de desempleo para demostrarlo"); y, al hacerlo, cuestionó su utilidad social. Por supuesto, el neoliberalismo no inventó el argumento de que puede prescindirse del trabajo humano, interpretación que está en la base misma del sistema capitalista, del mismo modo que la compulsión del capital de expulsar trabajo del proceso productivo. Pero con la oleada globalizadora surgieron condiciones favorables para instalar esas "razones" en el sentido común, presentarlas como "evidentes por sí mismas" y quebrar la resistencia de movimientos sindicales, sociales y políticos diversos».
Logrado este propósito fue más fácil atacar la existencia de las organizaciones sindicales deteriorando su representatividad y, al mismo tiempo, debilitando su capacidad negociadora en defensa del salario. Esto se vio agravado por el aumento de la desocupación que empujaba a crecientes masas de trabajadores que aceptaban condiciones indignas que por lo menos le permitían recibir algún ingreso. «Tener o no tener trabajo se convirtió en la frontera entre "pertenecer y no pertenecer" a la sociedad, entre la inclusión y la exclusión social».
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