Sigamos leyendo a Galbraith, notable pensador y educador, más que un simple economista, por la importancia que tienen todavía hoy sus palabras: «Nadie dudará que la corporación moderna es una fuerza dominante en la economía actual. En su tiempo hubo capitalistas en EE.UU.: El acero de Carnegie, el petróleo de Rockefeller, el tabaco de Duke, los ferrocarriles, a menudo incompetentemente controlados por unos pocos acaudalados. En su posición en el mercado y en la influencia política, la dirección corporativa moderna, a diferencia de la capitalista del siglo XIX, goza de aceptación pública. Obtiene un papel dominante en el establishment militar, en las finanzas públicas y en la ecología. También se considera como un hecho una autoridad pública. Sin embargo, los desfavorables defectos sociales y su secuela requieren atención. Uno, como acabamos de señalar, es la forma en la que el poder corporativo ha ajustado el propósito público para servir sus propias necesidades. Dictamina que el éxito social significa más automóviles, más receptores de televisión, un mayor volumen de todos los demás bienes de consumo – y más armas letales. Los efectos sociales negativos – polución, destrucción del paisaje, la salud indefensa de la ciudadanía, la amenaza de acción militar y de muerte – no cuentan como tales».
La autoridad de quien dice esto es suficiente aval de lo que hemos venido estudiando. «La apropiación corporativa de la iniciativa y de la autoridad pública es desagradablemente evidente en sus efectos en el medio ambiente y peligrosa en cuanto a la política militar y exterior. Las guerras constituyen una importante amenaza para la existencia civilizada y un compromiso corporativo con la adquisición y el uso de armas alimenta esta amenaza. Legitima e incluso otorga una virtud heroica a la devastación y la muerte. El poder en la gran corporación moderna pertenece a la dirección. El consejo de directores es una entidad afable, que se reúne con autosatisfacción, pero que es totalmente subordinada al verdadero poder de los gerentes». Estas afirmaciones desmienten lo que dicen los manuales sobre administración de empresas, lo que se enseña en las universidades, puesto que en esas lecturas no aparece el verdadero poder, no el que se muestra institucionalmente, que es el que decide hacia dónde y al servicio de quienes se ha globalizado.
Dice en este sentido: «Los mitos de la autoridad del inversionista, las reuniones rituales de directores y la reunión anual de los accionistas persisten, pero ningún observador de la corporación moderna que esté en sus cabales puede escapar a la realidad. El poder corporativo está en la dirección – una burocracia que controla su tarea y su compensación. Los emolumentos pueden bordear el robo. En numerosas ocasiones recientes, se ha hablado de escándalo corporativo. A medida que el interés corporativo se mueve hacia el poder en lo que solía ser el sector público, este último sirve el interés corporativo. Esto se hace tanto más evidente en los últimos movimientos de este tipo, el de firmas nominalmente privadas hacia el establishment de la defensa. De ahí proviene una influencia primaria sobre el presupuesto militar, sobre la política exterior, el compromiso militar y, en última instancia, la acción militar: La guerra. Aunque éste es un uso normal y esperado del dinero y de su poder, el efecto total se disfraza mediante casi todas las expresiones convencionales».
Si alguna duda queda acerca de cómo funciona el poder de la globalización, agrega: «En vista de su autoridad en la corporación moderna era natural que la dirección ampliaría su papel hacia la política y el gobierno. Solía haber el alcance público del capitalismo, ahora es el de la dirección corporativa. En EE.UU., los gerentes corporativos están estrechamente aliados con el presidente, el vicepresidente y el secretario de defensa. Las principales figuras corporativas se encuentran también en altas posiciones en otros sitios en el gobierno federal. El desarrollo de la defensa y de las armas son fuerzas motivadoras en la política exterior. Durante algunos años, también ha habido un control corporativo reconocido sobre el Tesoro. Y en la política medioambiental».
Termina con una afirmación y un llamado a la reflexión dictados por la experiencia y la sabiduría de sus, por entonces, noventa y seis años: «Estamos aceptando la muerte programada de los jóvenes y la matanza a discreción de hombres y mujeres de todas las edades. Así fue en la primera y en la segunda guerra mundial, y así sigue siendo en Irak. La vida civilizada, como la llaman, es una gran torre blanca que celebra los logros humanos, pero arriba hay permanentemente una gran nube negra. El progreso humano está dominado por la crueldad y la muerte inimaginables. La civilización ha hecho grandes adelantos a través de los siglos en la ciencia, el cuidado de la salud, las artes y sobre todo, si no por completo, el bienestar económico. Pero también ha dado una posición privilegiada al desarrollo de armas y a la amenaza y a la realidad de la guerra. La matanza masiva se ha convertido en el máximo logro civilizado. La realidad de la guerra es ineludible – la muerte y la crueldad generalizada, la suspensión de los valores civilizados, una secuela desordenada. Los problemas económicos y sociales que he descrito pueden, con reflexión y acción, ser confrontados. Y así sucede. La guerra sigue siendo el decisivo fracaso humano».
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