Hemos revisado la historia del siglo XX con la mirada puesta en el proceso que culminó con la concentración del capital en pocas manos y la mayor miseria de una parte muy importante de la población del planeta. Hemos partido de este último tiempo a sabiendas de que el curso reconoce un punto de partida de más de cinco siglos. La expansión de la conquista de la península ibérica dio inicio a lo que se puede denominar la mundialización del poder imperial. La derrota del Imperio español a manos de los británicos fuerza un cambio de mando que perfecciona el dominio colonial que va a durar hasta el fin de la Segunda Guerra, aunque ya había síntomas del agotamiento desde la Primera Guerra, para entronizarse el poder estadounidense que dará un viso más institucional con la formación del neocolonialismo. Por lo tanto la ambigüedad terminológica: expansión colonial, mundialización, planetarización, globalización, son diferentes modos de hacer referencia a ese proceso, que admite para su análisis, ciertas adecuaciones históricas pero que no puede ocultar la voluntad de dominio que mueve ese afán durante todo ese tiempo.
Un punto relevante para señalar es la Revolución industrial de mediados del siglo XVIII en Inglaterra que le va a otorgar una potencia económica determinante a un capitalismo joven que se fue asentando durante el siglo XIX: el capitalismo liberal de libre competencia, como se lo ha denominado, aunque esa expresión encubre mucho de lo que ha sido. Desde fines de ese siglo se van conformando formas asociativas entre la producción, el comercio y las finanzas a las que el líder de la Revolución Soviética, comúnmente conocido como V. I. Lenin, denominó en 1916: “Imperialismo, fase superior del capitalismo”, libro en el que hace un profundo análisis de esa etapa. Ese capitalismo dejará atrás la fase liberal de la competencia al concentrarse en grandes conglomerados que monopolizarán la actividad económica mundial. Las dos guerras mundiales pueden entenderse como ajustes territoriales, económicos y financieros del reparto del globo con el predominio de los vencedores. La posterior guerra llamada “fría” y o Tercera Guerra Mundial como el Subcomandente zapatista Marcos la ha denominado llega hasta la implosión de la Unión Soviética. Ella se caracteriza por guerras localizadas en territorios alejados de los dos imperios (el estadounidense y el soviético) que intentan diversas reorganizaciones y repartos de esos territorios y los negocios que allí se pueden desarrollar.
El resultado de lo que Marcos llama, según su análisis, la Cuarta Guerra Mundial es la globalización que instauraría un mundo sin opositores, con un solo dueño, los Estados Unidos: «La concepción que da fundamento a la globalización es lo que nosotros llamamos "neoliberalismo", una nueva religión que va a permitir que el proceso se lleve a cabo. Con esta Cuarta Guerra Mundial, otra vez, se conquistan territorios, se destruyen enemigos y se administra la conquista de estos territorios. Esta Cuarta Guerra Mundial usa lo que nosotros llamamos "destrucción". Se destruyen los territorios y se despueblan. A la hora que se hace la guerra, se tiene que destruir el territorio, convertirlo en desierto. No por afán destructivo, sino para reconstruir y reordenar». Estamos en esa etapa del dominio imperial.
Agrego acá, para terminar, la palabra del Obispo Emérito Pedro Casaldáliga , quien habla desde la mirada cristiana y su compromiso con los oprimidos: «Para salir al paso de cualquier ingenuidad, es bueno recordar que el neoliberalismo es capitalismo puro; más aún, es el capitalismo llevado a las últimas consecuencias. No es sólo el capital sobre el trabajo, sino el capital contra el trabajo; trabajo que sería un derecho de todos y que está siendo prohibido a una mayoría creciente, por obra del desempleo. El lucro por el lucro, que en el capitalismo neoliberal se constituye en el mercado total y omnipotente, haciendo de la misma humanidad una compraventa. La propiedad privada, cada vez más privatista y privatizadora: el neoliberalismo es el capitalismo de la exclusión decretada para la inmensa mayoría de la humanidad. Siempre el capitalismo impidió a muchos “tener”, a la mayoría; hoy el neoliberalismo le impide “ser” a esa mayoría inmensa. Hablábamos de tres o cuatro mundos. Para el sistema neoliberal el mundo se divide redondamente en dos: los que tienen y cuentan y pueden vivir bien, y los que no tienen y no son y, por lo mismo, sobran.
El capitalismo que podríamos llamar más tradicional se apoderaba de los estados y capitalizaba encima de ellos. El capitalismo neoliberal propugna e impone la estructura del estado mínimo. Con lo cual, de hecho, acaba negando la misma sociedad. Un mundo, con sus países, sin unos estados auténticamente representativos y garantes de los espacios, oportunidades y armonía de convivencia para los ciudadanos y ciudadanas, ya es un mundo sin sociedad. Y sin futuro también. El neoliberalismo es tan homicida como suicida. A los países de ese otro mundo, el tercero, les queda el desempleo, el hambre, la violencia».
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario