El complejo proceso que se fue desplegando, sobre todo a partir de fines de la década de los setenta, fue combinando diversas decisiones de lo que podríamos llamar el “poder internacional concentrado” respecto de cómo ir avanzando sobre la titularidad de los medios de comunicación. Hace unos pocos años, una autoridad en la materia, el director del periódico Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet , analizaba la situación de las publicaciones periodísticas en Europa y decía: «La disminución de la difusión de periódicos, su cada vez mayor concentración en un puñado de grupos industriales y su mayor dependencia de los intereses económicos de esos grupos caracterizan a la prensa escrita actual [esto es extensible a todos los medios - RVL]. Un fabuloso desarrollo tecnológico pone a la información al alcance de un público cada vez más extenso y con mayor rapidez. Pero simultáneamente se incrementa un periodismo complaciente en menoscabo de un periodismo crítico, lo que pone el riesgo la noción misma de prensa libre y perjudica y degrada a la democracia».
De este párrafo se pueden sacar varias conclusiones. Yo lo voy a intentar desde la línea de esta serie de notas. Los medios de comunicación, deberíamos decir de información, o tal vez de desinformación, han sido acaparados por un “puñado de grupos empresarios” (otro tanto ocurre en nuestro país), con capitales que hasta no hace más de 25 años no se ocupaban de este negocio. La consolidación de los grandes conglomerados económicos permitió que dieran un paso hacia el control de la opinión pública, ahora desarrollada dentro del marco de las reglas de la democracia. Pero como “democracia” es hoy el “reino del mercado” la vía utilizada fue la compra de esos medios y su concentración. Por tal razón se puede comprender, aunque no justificar, que por razones de conservación de sus puestos de trabajo haya proliferado “un periodismo complaciente”, como puede verse hoy en nuestro país. Paralelamente se fue disolviendo el “periodismo crítico”.
Esto nos coloca en la pista del proceso que se ha ido dando dentro de esos medios. La censura estatal explícita en el mundo occidental ha casi desaparecido, pero ha sido reemplazada por la censura interna que se verifica en las redacciones. Y la censura interna es más fácil de aplicar cuando los periodistas han asumido los valores que los medios exhiben: todos ellos marcados por el claro eje de la mayor rentabilidad. Agreguemos a esto que la rentabilidad se obtiene por la venta de espacios publicitarios y que estos son definidos por las empresas y las agencias de publicidad. Ambas están regidas por objetivos comunes: llegar a la conciencia del mayor número posible de consumidores por los caminos más efectivos. Esta mercantilización penetra en los medios que apelan a todo tipo de trucos para vender (CD, DVD, revistas, juegos con premios). No debe perderse de vista que los empresarios que avanzaron sobre los medios tienen una diversidad de empresas que deben ser protegidas y apoyadas por la información de esos medios.
Ramonet nos advierte: «Lo cual refuerza la confusión entre información y mercancía, con el riesgo de que los lectores ya no sepan qué es lo que compran. Así es como los diarios enturbian más su identidad, desvalorizan el título y ponen en marcha un engranaje diabólico que nadie sabe en que acabará». Entonces la pretensión de recuperar para los medios el papel de difusores de cultura es ridícula, inocente, irrealista o infantil. Creo que hoy todo ello la describe, hasta tanto no seamos capaces de convertirnos en, por lo menos, consumidores críticos y selectivos que hagamos sentir las preferencias de un público que demanda bienes culturales y no camuflaje de mercado. Me parece impactante la figura del “engranaje diabólico” utilizada por quien sabe mucho de ello porque se encuentra en el corazón mismo de este proyecto devastador.
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