Si el tema que nos ha convocado es la reflexión sobre el tema de la libertad, no hemos podido evitar la investigación sobre los orígenes de este modo de entenderla que nos ha propuesto el liberalismo clásico, de los siglos XVI y XVII, para hurgar en esas raíces todos los significados que contenía que, con el correr de la historia se pusieron de manifiesto, y que hoy lo estamos padeciendo. Ese retorno al pasado nos permitió encontrar allí una duplicidad, como hemos visto, de una libertad pensada sólo para cierta clase de personas y que, como consecuencia, excluía explícitamente al resto de los pueblos de la periferia. Se puede encontrar en un hecho que demostró la vigencia de esa misma duplicidad en la guerra de Kosovo y Serbia (1999) en la que la OTAN participó para restablecer la vigencia de la libertad y los derechos humanos. Sus resultados calamitosos, todo un país fue destruido.
Hinkelammert dice: «La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) puso en marcha una gran fábrica de muerte, que llevó a cabo una acción de aniquilamiento. No había defensas posibles y la OTAN no tuvo muertes; todos los muertos fueron kosovares y serbios, y la mayoría de ellos civiles. Los pilotos actuaron como verdugos que ejecutan culpables, que no tenían defensa. Cuando volvían, decían que habían hecho un “buen trabajo”, era el “buen trabajo” del verdugo. La OTAN se jacta de producido un mínimo de muertos. Lo que se destruyó fue la base real de la vida de la población. Se destruyeron la infraestructura económica con todas las fábricas importantes, las comunicaciones con todos los puentes significativos, la infraestructura de electricidad y de agua potable, escuelas, hospitales y muchas viviendas. Todo ello son objetivos civiles, que en jerga militar implican daños colaterales al poder militar». La descripción es terrible y se produjo en el corazón de Europa, no en África o Asia donde se ha podido hablar del “salvajismo de los enemigos”.
La OTAN no asumió ninguna responsabilidad por sus actos. El presidente de entonces de los Estados Unidos, Bill Clinton, declaró: «La responsabilidad por el aniquilamiento de Serbia es de los propios serbios, por la violaciones de los derechos humanos que ellos cometieron en Kosovo». Las violaciones que se mostraban, como justificación de la guerra desatada, constituyeron el argumento con el cual «se sentían con el derecho, y hasta la obligación moral, que les impuso esa participación». De allí que la explicaciones posteriores hablaron de la “intervención humanitaria”. El argumento no dicho, pero que se desprende de lo que se mostró, es que la violación de los derechos humanos para evitar las violaciones a los derechos humanos quedan justificadas de hecho y jurídicamente. Los ecos de los argumentos de Locke quedan a la vista. Así como el “agresor” de la “sociedad natural” impedía que el conquistador se apropiara de sus tierras, éste se veía obligado a emprender una “guerra justa” para contrarrestar la “guerra injusta”. Es éste, el que agrede “injustamente” el culpable de las acciones que se desatan y de las víctimas que resultan de ello.
Como ya quedó dicho, todas las guerras “justas” que se emprendieron desde principios de los noventa en el Medio Oriente, Guerra del Golfo (1990-91), Invasión a Afganistán (2001 hasta hoy) Invasión a Irak (2003-hasta hoy) se han presentado bajo las mismas explicaciones. Ello exige disponer de un aparato publicitario que convenza a la población de Occidente de la “justicia” de estas acciones. Las dos armas indispensables para estas guerras de “liberación” que posibilitarán la “democratización” de esos pueblos actúan coordinadamente: El poder militar y el poder de los medios. La propaganda nos va explicar la necesidad de violar los derechos humanos de esas poblaciones, aunque esto no sea expresado en esos términos, para ofrecerle el disfrute posterior de esos derechos. Un juego de palabras perverso.
Hinkelammert cierra sus reflexiones con estas palabras: «Todo lo que se le antoje al poderoso lo puede hacer, y todo eso será imposición legítima de los derechos humanos». Esos países que llevaron la destrucción, la miseria, la muerte, por sus planes colonizadores, no asumen ninguna responsabilidad por esos hechos ya que se produjeron por la “acción humanitaria” realizada. Podríamos concluir diciendo: es el precio de la libertad que nos ofrecen y que se ha ido pagando con la in mensa deuda externa que se ha contraído para reconstruir tanta destrucción.
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