Ya he mencionado la
necesidad de abordar este tema desde las diferentes facetas que presenta,
incorporando lo que puede señalarse como la dimensión institucional del tema y,
también, el cuadro estructural del cual emerge. Para ello, invitamos a presentarse
en estas reflexiones, aporta de su particular mirada, a una investigadora de
interesante itinerario. Profesora de la Universidad de Jerusalén, Eva Illouz pasó por la carrera de Literatura y por la
academia estadounidense. Nació en Marruecos, tiene una formación francesa y una
trayectoria internacional. Ha trabajado, desde hace tiempo, el cruce de las
emociones románticas y sexuales con la cultura y la economía en el capitalismo
tardío, lo que la coloca en otro nivel del análisis y hace particularmente interesante
su pensamiento.
Introduce un
concepto un tanto revulsivo para las almas románticas: el mercado del amor, dado que observa los comportamientos y las
relaciones sentimentales contemporáneos como un juego de ofertas y demandas, condicionadas por las reglas
imperantes que aparecen por debajo de lo que podría suponerse como la libre elección. Y así como en el mercado
capitalista se presentan de modo evidente los condicionamientos padecidos por esa
supuesta libertad, se permite contrastar
también a las relaciones sentimentales como recibiendo fuertes influencias
externas a la subjetividad originadas en el marco mercantilista de la cultura
dominante. Esto lleva a Eva Illouz a afirmar que «las reglas del juego amoroso funcionan
como reglas de mercado».
Lo que para Marx era la
mercancía, en mis investigaciones es el amor. Lo producen y configuran
determinadas relaciones concretas que circulan en un mercado donde los actores
compiten en desigualdad de condiciones. En el mercado de la pareja hétero, hay
mayor predisposición de las mujeres al compromiso, y las monedas de cambio son
el capital erótico y la propia subjetividad. Si hace varios siglos era habitual
que un hombre construyera su virilidad en torno del sufrimiento que podía
sentir por una doncella, hoy en día eso es impensable. Hace años que funciona
la ley del “boys don’t cry”. Y menos por una mujer. En realidad, en esta
sociedad utilitaria, el dolor no sirve para nada, y hay que descartarlo cuanto
antes, porque obstruye la cadena de producción de amor.
No se puede negar que el lenguaje nos golpea;
sus referencias y comparaciones ingresan desde un discurso al que no estamos
habituados. Tal vez lo utilice, para golpear nuestra sensibilidad, llamándonos
a un despertar para asumir estas nuevas realidades, que en realidad no son tan nuevas, han ido apareciendo
subrepticiamente sin ser percibidas, y hoy se presentan ante nuestra
incomprensión. Cuando afirma que la ley que condiciona las relaciones
sentimentales es “muchachos no lloren” lo hace motivada en la contraposición entre la subjetividad del hombre y
la mujer contemporáneos con la de nuestros antepasados. Y me pregunto: ¿cuánta
influencia de viejas nostalgias nos estará impidiendo pensar todo esto con
mayor distancia y objetividad?
La respuesta de Illouz sobre por qué se sufre
por amor es sociológica y materialista:
Toda experiencia se
encuentra contenida en las instituciones y organizada en ellas: la lectura va
de la subjetividad a lo colectivo. Nos pasamos horas revisando los traumas de
infancia para saber qué es lo que nos hace fracasar en el amor. Pero si las
condiciones están dadas por las disposiciones culturales, en realidad el
terreno de las relaciones amorosas no sería un parque de diversiones, donde
cada uno elige con mayor o menor felicidad su propia aventura, sino un parque
bursátil donde las acciones suben y bajan según las leyes de la oferta y la
demanda.
En contraposición con los “viejos
sentimentalismos románticos”, el amor pasa hoy por la racionalización y el
desencanto. Sostiene: «La dominante cultural es la ironía, que es lo opuesto a
la intensidad». Esta afirmación es el resultado de la investigación sociológica
que ha desarrollado sobre la historia de la vida emocional. En esas investigaciones,
llega a algunas conclusiones: la necesidad de asumir que «el “yo” está moldeado por las instituciones
y por los modelos culturales». Al estudiar la subjetividad en este nuevo
enfoque, aparecen condicionantes que no se habían detectado, según la autora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario