miércoles, 8 de octubre de 2014

Mentiras verdaderas ¿o verdaderas mentiras? I



Estamos viviendo una etapa de este mundo globalizado, difícil de ser imaginada muy poco tiempo atrás. En ella se confunde, ante nuestra mirada, una enorme cantidad de imágenes, de las cuales se desprenden conceptos que se presentan, ante el observador ingenuo, como incomprensibles. Se dice, desde los más altos peldaños del poder internacional, que se va a "hacer algo" de "cierto modo" y con "determinado objetivo". Nos vamos enterando después, paulatinamente, que ha ocurrido lo contrario y que todo ello ha sido por razones muy distintas a las manifestadas. Poco tiempo después, y ante la presión de algunos sectores por conocer la verdad, se confiesa que se había mentido en el cómo, en el qué se iba a hacer y en los objetivos que se habían propuestos. Además, que algunas de las imágenes que mostraban lo que se hizo habían sido trucadas. Todo ello, pareciera poder hacerse, sin que se conmuevan los cimientos del "modo de vida occidental y cristiano", sobre todo en su versión "puritana". Veamos cómo se va configurando este "nuevo orden".
La corresponsal en Nueva York del diario Clarín, Ana Baron, publica el miércoles 9 de abril de 2003 la siguiente información:
El FBI puede ahora exigir los registros de los libros que la gente considerada 'sospechosa' compra o pide prestados. Cualquiera que en los Estados Unidos solicite un libro que las autoridades consideren medio raro en una biblioteca pública o privada, corre el riesgo de tener a un agente del FBI tocando el timbre de su casa. Gracias al Acta Patriótica, una compleja ley aprobada luego de la euforia de los atentados del 11 de setiembre de 2001, el gobierno tiene poderes absolutos para saber lo que todo el mundo lee. Los bibliotecarios y las organizaciones civiles de Estados Unidos están alarmados, pues la sensación de que el gobierno de George W. Bush está acabando con la libertad de expresión, lo que incluye la libertad de informarse, no es chiste. Sin embargo, mientras los estadounidenses miran la guerra de Irak por televisión, no hay debate público sobre el tema. Y así, la gente sigue concurriendo a las bibliotecas, sin saber que «El Gran Hermano» puede estar espiando.
El observador ingenuo, del que hablaba antes, se estará preguntando: "¿Se está refiriendo, esta periodista, a la mayor democracia de occidente? ¿Se trata del mismo país que fue a Afganistán e Irak para derrotar a los tiranos para después instaurar una "democracia de estilo occidental"? No es difícil pensar la perplejidad en la que se irá sumergiendo nuestro ingenuo observador. Sigue la información periodística:
Algunas organizaciones civiles protestaron, pero muy pocas repararon entonces en una oscura sección de la ley, la cláusula 215, que le da poderes al FBI para pedir a cualquier biblioteca o librería del país la lista de los libros que la gente solicita o compra. Un detalle: ni las bibliotecas ni los libreros pueden informar a sus clientes que la policía federal está investigando sus hábitos de lectura. Si lo hacen, pueden ir presos. Antes de la aprobación de esta ley, el FBI o cualquier organismo investigador necesitaba aprobación de un juez para obtener registros de lectura. Además, debía enmarcar el pedido dentro de una causa criminal. Pero ahora el FBI puede realizar todo ese trámite en perfecto secreto, evitando un escándalo impresentable en la opinión pública.
¿Cómo compatibilizar este tipo de leyes con la democracia de los Padres Fundadores de los Estados Unidos? Pero al mismo tiempo ¿cómo comprender la impasividad de los ciudadanos norteamericanos, tan orgullosos de su democracia, ahora avasallada de este modo?

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