Hasta ahora, nos encontramos con que el espacio público está bastante lejos de ser el lugar de la “verdad” y que, por otra parte, la conciencia ciudadana de nuestro país está comenzando a recelar sobre los contenidos de la información masiva. Prueba de ello es la información que nos brinda el Instituto Verificador de Circulación: Clarín vendía, en 2004, un promedio de 411.000 ejemplares diarios; hoy, su venta descendió a 290.243. La caída de ventas de los grandes medios puede verse en otras partes del mundo, por lo menos en el occidental.
Retomemos el hilo anterior de la exposición. Si nos sumamos al debate respecto de la libertad de expresar ideas, el supuesto necesario es que esas ideas contengan verdad o verdades. Si este supuesto no fuera compartido, como hemos visto, todo el debate queda librado a un juego de engaños, más o menos ingeniosos, como para que el receptor los acepte, pero cuyo resultado sería necesariamente falso. Hoy, me atrevo a decir, hemos dado un gran paso en el sentido de exigir una información más veraz.
Entonces, si aceptáramos, aunque más no sea provisoriamente, que la verdad es la concordancia entre lo que se dice de algo y ese algo como tal, estamos muy cerca del concepto de “objetividad”. La “verdad” como tal, como concepto, no es una expresión que sea utilizada habitualmente en la información pública. Se habla, por lo general, de “ser objetivo”, términos que aparecen en la expresión periodística como casi sinónimo. En la Argentina, hay todavía, de parte del periodismo de los medios concentrados, una resistencia a abandonar ese criterio de “hablar con objetividad”, tema tratado anteriormente.
Un artículo de un joven filósofo, periodista y docente de la UBA, nos propone algunas reflexiones que quiero incorporar a esta serie de notas. Me refiero a Dante Augusto Palma, que presenta como una contradicción el hecho de que «en las facultades de comunicación es acción habitual realizar ejercicios de deconstrucción de los discursos que dejan en evidencia los intereses ocultos detrás de la aparente neutralidad del periodista, los medios dominantes en la actualidad no renuncian a reivindicar para sí una épica de la opinión libre, desinteresada y amante de la verdad por la verdad misma». Equivale a decir que un estudiante de periodismo aprende que la objetividad es un logro altamente dificultoso; sin embargo, cuando entra a trabajar en uno de los grandes medios, se ve obligado a olvidar lo sabido y se coloca en la posición de “señor de la verdad”. Es evidente que mantener su trabajo lo exige, pero el problema no deja de ser problema.
A pesar de que, como he señalado, hoy se enfrenta a un público que comienza a demandar otro tipo de información no se ha alterado el modo de informar. Esto no significa que deba exigírseles a los periodistas que sean objetivos, independientes, neutrales. Hasta no hace tanto tiempo, sostiene Palma,: «el clima de denuncia con nombre propio ha trastrocado aquel espacio de reserva moral indignada que el periodista supo ostentar en momentos de crisis de representación política». Lo que ha cambiado, parece, es: «que se ha ganado la batalla cultural y que ya nadie podrá volver a leer un diario con tanta ingenuidad».
Entonces, asienta su posición: «Por mi parte, creo que no tiene sentido hablar sin más de neutralidad, independencia y objetividad. Si bien se trata de una problemática interesantísima, ha habido críticas demoledoras a la pretensión objetivista que las primeras décadas del siglo XX habían heredado del positivismo del siglo XIX. Si el hombre no puede aprehender hechos sociales completamente liberado de su subjetividad, evidentemente, el periodismo no debiera basar su legitimidad social en una supuesta asepsia desinteresada».
Se interna luego en el debate que se ha dado hace poco entre el “periodismo militante” y el “periodismo independiente”, al que considera mal planteado, suponiendo que no haya malas intenciones. Sin entrar en ese debate — no es la intención de estas notas—, conviene rescatar su afirmación acerca de: «la imposibilidad de hablar desde un lugar de neutralidad y señalo que todo acercamiento a la realidad está teñido siempre por una carga ideológica y subjetiva». Así las cosas, sin embargo, «es todavía posible, desde allí, construir un espacio de especificidad de la labor periodística». Por lo menos sería exigible la veracidad: desde la honestidad, la buena fe y la sinceridad.
La imposibilidad de objetividad se basa en: «una limitación de lo humano y, en tanto tal, completamente involuntaria, por la cual todo individuo debe tener conciencia de que aquello que considera real está atravesado por un conglomerado que incluye límites cognitivos, idiomáticos, ideológicos y religiosos, por mencionar sólo algunos de los niveles que constituyen a cada sujeto». Este es un buen punto de partida para sumarnos al debate planteado y poder tener buenas posibilidades de avanzar.
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