Quiero abordar el tema de la omisión y el ocultamiento de información que ya fue tratado antes, para lo cual ahora acudo a la opinión de un personaje autorizado. Me refiero a Robert Reich, ex Ministro de Trabajo de Bill Clinton, profesor de la Universidad de California, lo cual ya define su perfil. Por lo pronto, no es un comunista. En plena campaña electoral de su país, sale al ruedo a denunciar algunos aspectos que no solo no se mencionan en los discursos políticos, sino que tampoco aparecen en la prensa internacional ni en la de muchos países, incluido el nuestro.
El debate de campaña en los Estados Unidos está planteado, según él, alrededor del tema de “la libre empresa” y el problema de “tomar riesgo para ganar”. Para el público estadounidense, según la información que recibe, no existe la crisis fenomenal que lo envuelve. Menciona entonces a Mitt Romney quien está lanzado a la campaña. Registra como antecedente que «siendo Gobernador de Massachusetts anunció su candidatura para la Presidencia de los EE.UU. por el Partido Republicano, en 2008, y después la retiró. Ahora vuelve a presentarse sosteniendo la importancia de “la libre empresa”: «como el modo de alcanzar el éxito a través de “trabajar duro y asumir riesgos” [...] asumir el riesgo es el modo de crear empleos, crear opciones y expandir la libertad». Este discurso es compartido por los candidatos de ambos partidos, lo que demuestra que para ellos es “una verdad indiscutible”, porque no puede dudarse de que en «esta economía, la cuestión es el riesgo. Si no se asumen riesgos, no se puede triunfar».
Robert Reich quiere mostrar la hipocresía de ese discurso, fácilmente confrontable con la realidad socioeconómica actual de su país. El deterioro que padecen la clase media y la media baja (para no hablar de la clase baja) y que no tiene solución a la vista, es un problema grave. Las salidas propuestas son las mismas que llevaron a este estado de cosas. «Un momento —dice Reich—. ¿Quiénes creen ellos que están soportando el peso de los riesgos? Su cháchara acerca de la toma de riesgos en la libre empresa está patas arriba. Mientras más se sube en la economía, más fácil es hacer dinero sin correr riesgo financiero alguno a nivel personal. Mientras más se baja, mayores son los riesgos. Wall Street se ha convertido en el centro de la empresa libre (libre de riesgos). Los banqueros arriesgan el dinero de otros. Si el asunto sale mal, de todos modos cobran sus dividendos. Y si sucede lo peor, los banqueros e inversionistas más importantes serán rescatados por el Estado con el dinero de los contribuyentes… “porque son demasiado grandes para caer”». Es muy interesante lo que dice, sobre todo por quién lo dice.
Pasa luego a denunciar hechos que deberían ser de público conocimiento y que los grandes medios ocultan deliberadamente, allá y acá. Los peores ejemplos de una empresa libre de riesgos «son los ejecutivos que amasan millones tras haber fracasado a lo grande». El tema es de tal gravedad, que asombra que no tome estado público. Esto demuestra la complicidad de los grandes medios con los altos empresarios y ejecutivos. Para hacer pública esta información, debe recurrir a su blog personal: robertreich.blogspot.com. Reproduzco sólo algunos de los casos que presenta.
«1.- Hacia finales de 2007, Charles Prince dimitió como ejecutivo del Citigroup tras anunciar que el Banco necesitaría tomar una cifra de entre 8 y 11 billones de dólares para seguir funcionando. Se retiró con una espléndida pensión de 30 millones, premios y opciones en acciones, más una oficina, un auto y un chofer por cinco años. 2. La labor de cinco años de Stanley O’Neal, como ejecutivo de Merrill Lynch, terminó aproximadamente en la misma fecha, cuando se hizo claro que Merrill necesitaba decenas de billones o ser comprada a precio de remate por el Bank of America. Recibió como recompensa, a pesar de su mala gestión, una liquidación equivalente a $U.S.162 millones. 3.- Philip Purcell, dejó Morgan Stanley, en 2005, tras una revuelta de accionistas en su contra, y se llevó una recompensa de $ U.S. 43.9 millones, más $ U.S. 250.000 al año de por vida».
Es muy difícil de entender el pago extraordinario como recompensa, pese a haber realizado pésimas gestiones, que colocaron a sus empresas al borde de la quiebra,—el tema excede a estas notas— y se extienden mucho más allá de Wall Street. «En un estudio que se hizo público hace poco, GMI, una prestigiosa firma de investigaciones que monitorea los pagos ejecutivos, analizó los mayores paquetes de liquidación recibidos por ex-ejecutivos fracasados desde el 2000». Reproducirlo haría muy extensa esta nota, pero los pocos ejemplos vistos, que pueden multiplicarse enormemente, hablan de un extraño pacto que hace suponer que quien se retira se lleva información confidencial que compromete al directorio y a sus accionistas. Entonces, lo que se paga es el precio del “silencio”. No se puede comprenderlo de otro modo.
Surge la pregunta obvia ¿Por qué se oculta todo esto? ¿Por qué ningún medio se encarga de hacerlo público? Arriesgo una respuesta: los intereses internacionales entrelazan empresas, Bancos, financieras, fondos de inversión y medios de comunicación, en un “pacto siniestro”.
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