El argumento de la “objetividad” está estrechamente ligado a la formación de una “opinión pública acondicionada”, en el sentido que la Real Academia Española le da a este vocablo: «Atmósfera de un lugar o espacio cerrado, sometida artificialmente a determinadas condiciones de temperatura, humedad y presión, según sea deseado». Este acondicionamiento es el resultado de una larga tarea de décadas, que comenzó a dar frutos de los noventa en adelante. Entre los objetivos de este proceso estuvo el convertir lo informado por los medios en “verdad”. Esto se tradujo, durante años, en la expresión muy repetida de poner la fuente informativa como criterio de la veracidad: “Lo dijo la radio… o la TV… etc.”
Los finales del siglo XX y comienzos del XXI mostraron en esta materia un abuso exagerado de la falacia, la mentira, la tergiversación, la verdad a medias, cuyo punto culminante puede ubicarse, aunque esto sea controvertible, en el derrumbe de las Torres Gemelas, de Nueva York. Una especie de sospecha comenzó a ganar espacio en la conciencia de mucha gente, que fue acompañada de las mentiras sobre las armas (inexistentes) de destrucción masiva en Irak, los resultados de la Guerra en Afganistán, etc. Este estilo de comunicar, basado en una manipulación descarada de la información, tuvo resultados no previstos por sus mismos autores.
Un veterano columnista del diario La Vanguardia de Barcelona, Gregorio Morán, se pregunta sorprendido: «¿Hasta dónde llega la credulidad de la ciudadanía? ¿Dónde está el límite de las tragaderas de un lector? Es como una maldición que se repite con matemática regularidad». Pone como ejemplo de este abuso el siguiente comentario: «La prensa amarilla británica impresiona. No porque venda mucho, sino porque está muy bien hecha. Es verdad que parece basura, pero los reportajes están muy trabajados, hay mucha investigación detrás y además van muy bien escritos. El ex primer ministro Gordon Brown, que ha sufrido en carne propia los efectos de los tabloides ingleses, definió a esa parte notable del gremio periodístico con muy pocas palabras, casi como un titular: “Unos delincuentes sin escrúpulos”». La prensa amarilla, o el amarillismo en la prensa, dice, es un tema recurrente en el gremio periodístico, aunque tratado siempre de una manera peculiar: «Los “amarillos” siempre son los otros».
Cuando busca una explicación de lo que sucede con la prensa, Morán dice algo que puede resultar sorprendente, pero entra en las consecuencias señaladas, el público masificado lee poco: «Algo que lleve letra impresa es difícil que sea de masas. Incluso los semanarios más leídos, lo son porque se componen de fotografías, y los textos se limitan a ilustrar las imágenes. Por eso triunfó la radio en su momento y por eso ahora arrasa la televisión. No exige ni el más mínimo esfuerzo; hasta el telecomando funciona con un dedo y sin moverse del sitio. En otras palabras, la prensa amarilla plantea algunos interrogantes que no pueden despacharse con frases hechas, y uno de ellos, fundamental, es el de la opinión pública».
Formula una pregunta retórica: «¿Se puede manipular a la opinión pública de la misma manera, es decir, con la misma facilidad, desde una prensa amarilla que a través de una cadena televisiva?» La respuesta, según él, es “no”, por las especificidades de cada medio. Por eso dice: «Yo creo que el impacto de la pantalla es muy superior, y apenas si hay distancia entre lo que se ve y el impacto que produce. Si bien puede no haber ningún problema con la prensa basura de masas, sí lo hay con la televisión basura, y aquí es cuando entramos en el meollo del asunto. Si existe una prueba contundente de la fragilidad —por no decir inexistencia de opinión pública crítica— es la existencia de la televisión basura y las falsedades manifiestas en las informaciones, que luego se extienden a la prensa en general».
Sin embargo, en Gran Bretaña se dio un caso esperanzador, claro que al precio de haber traspasado con holgura los límites de tolerancia del público: el empresario internacional Rupert Murdoch, magnate de los medios de comunicación, se vio obligado a cerrar el diario londinense News of The World por maniobras delictivas en el manejo de la información. La denuncia del diario The Guardian provocó un cambio de la opinión pública a partir de demostrar que los Murdoch habían traspasado los límites de la legalidad en la mayor de las impunidades, y todo se vino abajo. «El laborista Tom Watson, una de las víctimas favoritas de los medios de comunicación británicos de Murdoch, lo expresó de manera contundente: “La repulsa de la ciudadanía es la que ha logrado el cierre del dominical. Una victoria para la gente decente”».
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