El comienzo de este tipo de maniobras para operar sobre la opinión pública alcanzó éxitos notables, como señala Chomsky, y esto se tradujo en un el entusiasmo por estos procedimientos de personajes que se llamaban a sí mismos “liberales” pero que no escondían su visión elitista de la estructura social.
«Estos se mostraban muy orgullosos, como se deduce al leer sus escritos de la época, por haber demostrado que lo que ellos llamaban los miembros más inteligentes de la comunidad, es decir ellos mismos, eran capaces de convencer a una población reticente de que había que ir a una guerra mediante el procedimiento de aterrorizarla». Esta inteligencia se había verificado al manipular a “la clase media trabajadora”, definición que abarca a la gran mayoría de la población estadounidense según se definían a sí mismos, y lo siguen haciendo hoy —téngase en cuenta que en los Estados Unidos se afirma que no tienen diferencias de clases—, adoctrinándolos con ideas impuestas a través de la propaganda. Esa eficacia quedaba demostrada al convencer a los sectores pacifistas de la población, gran mayoría entonces, reticentes a cualquier aventura guerrera. La Guerra de Secesión había terminado en 1865 con un saldo de más de un millón de bajas y eso era una herida muy profunda en la memoria colectiva.
¿Cómo lograron este cambio en el público? La lectura de ello nos mostrará que muchas cosas de aquellos tiempos han adquirido una capacidad de sobrevivencia sorprendente. Volvamos a Chomsky: «Los medios utilizados fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento —tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas— era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo». Retenga el lector esta afirmación que, para muchos “ciudadanos de a pie” parece de ciencia ficción.
El plan estaba pensado en dos niveles: «la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían el pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra». El resultado fue altamente exitoso y dejaba como enseñanza algo importante: «cuando la propaganda que dimana del estado recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme». Ésta es la lección que aprendieron después Hitler y muchos otros, y cuya influencia ha llegado a nuestros días.
Es indudable que una operación política como ésta, novedosa para la época, debía generar repercusiones respecto a la capacidad de torcer el rumbo de la opinión pública, instrumento de poder muy importante del juego democrático. Aparece en este escenario un hombre muy significativo para las décadas siguientes.
Era parte de un grupo formado por teóricos liberales y figuras destacadas de los medios de comunicación que quedó directamente marcado por estos éxitos. Quien sobresalía fue Walter Lippmann (1889-1974), escritor y periodista estadounidense, egresado de Harvard, importante analista político como también un extraordinario teórico de la democracia liberal. Su aporte como ensayista y teórico del liberalismo se puede encontrar en su libro Una teoría progresista sobre el pensamiento democrático liberal. Paralelamente y como resultado de sus relaciones políticas, participó de las “comisiones de propaganda”, sobre cuya experiencia elaboró su tesis de lo que él llamaba “la revolución en el arte de la democracia”. Consistía en las técnicas de propaganda que «podían utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas, la aceptación de algo inicialmente no deseado».
Lo que puede sorprendernos es que pudiera afirmar, sin “ruborizarse”, lo que hoy se hace pero no se dice respecto a las manipulaciones de la información pública. Afirma Chomsky: «Pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como él mismo confirmó, los intereses comunes no son comprendidos por la opinión pública. Solo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan».
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