Nuevamente entra en escena un personaje ya citado, Walter Lippmann, ya mencionado. Como hombre del liberalismo, propuso su tesis de “la revolución en el arte de la democracia”. Esta revolución partía de algunas premisas muy interesantes de revisar, porque vuelve a aparecer el tema de la “franqueza”. La idea central parte de la convicción de que el público «no sabe pensar y que no es prudente abandonarlo en sus ideas». Por eso afirmaba «que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan».
Puede sorprender al lector que no ha incursionado en estos temas semejante afirmación como método de la democracia. Sin embargo, estas ideas sostienen el concepto de democracia que siempre manejó la clase política estadounidense, razón por la cual prestaron siempre un fuerte apoyo al desarrollo de los grandes medios para guiar la opinión del ciudadano de a pie. Avanza sobre el tema Chomsky: «Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual, en una democracia con un funcionamiento adecuado, hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total».
A esta clase pertenecen también aquellas personas que comparten esas ideas y la pone en circulación. «Es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegernos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa».
Tantas veces los debates sobre el papel de los medios se pierden en una maraña de detalles que no logran mirar debajo del escenario, donde se puede encontrar todo lo que queda oculto a la mirada ingenua del gran público. Sigamos con Chomsky por sus conocimientos, su compromiso con la gente y su capacidad crítica en sus investigaciones. Sigamos leyendo:
«Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas».
Este paternalismo dicho con tanta aspereza no puede ser detectado fácilmente en nuestros medios, pero el estar alerta en la lectura de ellos puede ayudarnos en está línea. Es así que las élites políticas de los países centrales encontraron en los medios de comunicación el instrumento idóneo para el manejo de ese rebaño: «Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos— está relacionada con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido».
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