El problema quedó planteado en la nota
anterior. Veamos lo que nos dice el profesor Andrés Piqueras:
Las
crisis cíclicas del capitalismo están estudiadas desde sus orígenes. Lo
importante es que estos ciclos son manifestaciones que indican una enfermedad
crónica del sistema. En el capitalismo se producen periódicamente crisis de
sobreacumulación, porque los procesos de producción incorporan cada vez más
capital (en forma de maquinaria y tecnología), en detrimento del trabajo
humano. En otras palabras, se acumula demasiado capital. Y esto es, en sí, una
fuente de obstaculización de la plusvalía. Por eso el desarrollo tecnológico
implica grandes contradicciones para el sistema.
En esta explicación puede encontrarse la
influencia del pensamiento de Carlos Marx, en el que se mira el problema desde
sus estructuras más profundas. La Revolución industrial del siglo XVIII
incorporó la máquina al sistema productivo, ello permitió la utilización de una
fuerza potenciada que multiplicó la capacidad manufacturera junto a la incorporación
masiva de la mano de obra obrera. Se abría así el camino a un proyecto
socio-político-económico nuevo. La necesidad de abastecer a los mercados
coloniales demandantes de bienes de consumo impuso la necesidad de innovaciones
tecnológicas para seguir mejorando y aumentando esa producción.
Si bien, en una primera etapa, se ofrecía una
cantidad importante de puestos de trabajo, la necesidad que impuso la competencia entre grandes empresas,
por la disputa del mercado mundial, impulsó la renovación tecnológica tras la
búsqueda de mejor calidad y menores costos para poder vender a precios
competitivos. Esta competencia internacional por la conquista de mayores
mercados ha caracterizado el panorama empresario del último siglo: el resultado
fue la concentración de la propiedad en muy pocas manos. El siglo pasado vio aparecer grandes
conglomerados empresarios a los que se los denominó en el lenguaje técnico multinacionales, subrayando el carácter
internacional del capital que había desbordado las fronteras nacionales. En
palabras del profesor:
Porque
el desarrollo de la tecnología supone que cada vez sea menos necesario el
trabajo asalariado. De ahí que en los países con mayor desarrollo tecnológico,
se expulse fuerza de trabajo de los procesos productivos. Es decir, aumenta la
desocupación en los países centrales del sistema; pero al mismo tiempo, el
capitalista necesita del trabajo asalariado para obtener la mayor renta
posible, y ahí está la contradicción. ¿Qué hace entonces el capital? Amplía la
explotación de la fuerza de trabajo y utiliza, para ello, la fuerza de trabajo
migrante; el ejército de reserva mundial, que ha aumentado al incorporarse
nuevos países –como la antigua URSS o China- a la órbita capitalista y los
procesos de deslocalización.
Esta palabra
técnica, deslocalización, tiene la
virtud de decir encubriendo lo que está diciendo, puesto que encierra el
sentido más grave del proceso al que hace referencia. Significa cerrar empresas
en los países centrales, por el mucho mayor costo de la mano de obra respecto
del que se existe en países de la periferia. Por tal razón la minimización de
costos se logra por la contratación de esa mano de obra en esos países. Pero
esa misma deslocalización produce
desempleo en los países de origen de la empresa. Esta consecuencia preocupó en
un primer momento a sectores de la derecha estadounidense. En un trabajo mío[1]
escribí sobre el particular:
El
senador norteamericano Jesse Helms, republicano, sostiene la necesidad de
aplicar algún marco regulatorio a las importaciones de su país. Él anuncia que
se está entrando en grandes “desventajas competitivas” frente a la libre
empresa global. De allí se infiere que la globalización podría terminar por
destruir la revolución de las economías de mercado. Por otra parte
“libertarios” como Patrick J. Buchanan y Ross Perot admiten que la integración
económica, que se está llevando a cabo por el North American Free Trade
Agreement (NAFTA), está empobreciendo a los trabajadores norteamericanos y esto
achica la capacidad de consumo del mercado interno norteamericano.
La paradoja de este capitalismo radica en que
el enemigo del trabajador de los EEUU, el que impone una disminución de las
remuneraciones y, hasta hace peligrar su trabajo, es lo producido en el
exterior por una empresa de estadounidense que ingresa como importación a los
EEUU.
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