miércoles, 21 de noviembre de 2012

La crisis estructural del capitalismo IV



En una nota anterior mencioné el problema de la desocupación creciente, un tema de muy difícil solución dentro del esquema productivo actual. El aumento de la desocupación está ligado estrechamente al fenómeno de la tecnologización, aunque se pretenda desmentirlo con argumentos circunstanciales. Si durante algunas décadas esto fue posible de disimular fue debido a que en un mercado globalizado el aumento de la producción encontró colocación en los mercados periféricos. Esto significa que la utilización de tecnología en un país central consigue una baja de costos que se hará sentir en el mercado internacional, invadiendo los mercados nacionales de los países menos tecnologizados.
Por lo cual conseguirán un aumento de la producción que recaerá como consecuencia en el cierre de la industria local, en los países periféricos. El empleo en el país central es la contracara de la desocupación en el país periférico. Para dar un ejemplo de la sustitución de mano de obra por la tecnología podemos leer estas cifras comparativas que hablan con claridad: en los Estados Unidos, en la década del sesenta, cada millón de dólares de inversión industrial generaba entre cuarenta y cincuenta puestos de trabajo, la misma inversión en 1994 produjo la creación un cuarto de puesto de trabajo. Es decir que se requería entonces cuatro millones  para generar un puesto de trabajo. En treinta y cinco años el sistema exige una inversión doscientas veces mayor para demandar la misma cantidad de trabajadores. Estas cifras van en aumento. En el caso de Argentina, en la industria pesada se puede observar que en 1990 producir una tonelada de acero requería 14,8 hs/hombre, cinco años después se necesitaba sólo 9 hs/hombre, se había reducido el 40% de trabajo humano, por lo tanto menos puestos de trabajo.
Un sistema que requiere expulsar mano de obra para seguir avanzando está, al mismo tiempo,  reduciendo la capacidad promedio de consumo de la población. Si bien el argumento utilizado por los economistas es que la robótica abarata la producción y, en este sentido, se beneficia al consumidor, cosa innegable, no puede ocultarse que una parte importante de los consumidores son los trabajadores y que sin ingresos no podrán consumir. Terrible paradoja que enfrenta un sistema que necesita vender en escalas como no se habían conocido antes, de allí la cultura del consumismo, y que por la otra punta deja cada vez más gente fuera del mercado.
La propia lógica de este sistema lo lleva a emprender una loca carrera hacia el abismo. La que no parece tener solución dentro de los términos en los que el poder político-económico está plantado. El presidente de la B.M.W., empresa automotriz alemana, sostenía un diagnóstico similar. Afirmaba que “la productividad aumenta en una medida tal que podemos producir cada vez más coches con menos trabajo... Sólo si consiguiéramos vender B.M.W. en todos los rincones del planeta, habría alguna posibilidad de asegurar los puestos de trabajo actuales”.
Dice Jeremy Rifkin[1] que ya Carlos Marx había advertido esta contradicción, ya que pensaba que los propios capitalistas iban a detener el proceso de suplantación de hombres por máquinas. El riesgo de encontrarse ante la falta de consumidores iba a ser el punto de quiebre del problema. Leamos sus palabras:
Efectivamente, mediante la eliminación directa del trabajo humano del proceso de producción y mediante la creación de un ejército en la reserva formado por desempleados cuyos salarios podrían ser constantes y permanentemente reducidos, los capitalistas podían estar inconscientemente cavando su propia tumba, puesto que serían cada vez menos los consumidores con suficiente nivel adquisitivo para comprar sus productos.



[1] Sociólogo, economista, escritor, asesor político y activista estadounidense. Investiga el impacto de los cambios científicos y tecnológicos en la economía, la fuerza de trabajo, la sociedad y el medio ambiente.

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