El paso que vamos a
dar puede despertar prejuicios escondidos, ideas esclerotizadas por la prédica
machacona de los medios dominantes, y esto en especial para nuestra Argentina.
Nuestra dificultad radica en que hemos padecido una sucesión de oleadas culturales
(la hispánica, le británica y la estadounidense[1])
que deterioraron o menoscabaron nuestras preferencias culturales sobre todo en
las capas medias portuarias, en las que ha primado la admiración por lo que
llegaba de afuera “por su mejor calidad”, “por su mejor diseño y belleza”, fuera
lo que fuese. Por tal razón propongo una lectura detenida y reflexiva para tomar
nota de las características del problema. Corremos el riesgo de rechazar
livianamente lo que propongo y caer en la trampa de opinar que la defensa de la
cultura nacional es cosa de “chovinistas” o de “viejos nostálgicos”. Por ello
parto de la experiencia de una cultura milenaria.
La vieja tradición
cultural europea aceptó de mala gana esta penetración cultural estadounidense que
amenazaba con barrer sus preferencias culturales. Comenzó a plantear en ámbitos
internacionales la necesidad de poner barreras a esa industria del
entretenimiento, que englobaba todas las manifestaciones del arte, sobre todo
las audiovisuales. Un especialista en el tema, Francisco J. Carrillo[2]
(1944), lo analiza así:
La «excepción cultural» es
un concepto originariamente francés que, reconociendo la particular naturaleza
de algunos bienes y servicios culturales, pretendía preservarlos de las
estrictas reglas del mercado al considerarlos como sustentos de la identidad y
de las especificidades culturales de un país. Se pretendía con ello considerar
estos bienes y servicios como un patrimonio que va más allá de sus aspectos
comerciales, ya que forman parte de los valores, contenidos y formas de vida.
De ahí que se daba paso a un primer plano —utilizando un lenguaje
cinematográfico— a la creatividad de los individuos y, por ende, a su
traducción en lo que se ha convenido en llamar «diversidad cultural». Tal posición
política significaba un importante toque de atención ante las primeras
repercusiones de la mundialización y de la internacionalización de la economía
y del mercado, sin escrúpulos ante esa tipología de bienes y de servicios
culturales.
Me parece relevante
el concepto de la excepción cultural
como defensa de las producciones culturales nacionales frente a la entrada
avasallante de la poderosa Hollywood. La ola neoliberal pretendía convertir
todo en mercancía de libre venta en
los mercados. Esta excepción intentó apartar la cultura de esa banalización
comercial. Sigamos leyendo:
La mayoría de los Estados
miembros de la UNESCO fueron asumiendo la gravedad de dicha «amenaza a las
especificidades culturales» del planeta. Ya en 1972 los países miembros de esta
organización internacional adoptan la Convención
sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural,
considerando que «el patrimonio cultural y el patrimonio natural están cada vez
más amenazados de destrucción, no solo por las causas tradicionales de
deterioro, sino también por la evolución de la vida social, cultural y
económica que las agrava con fenómenos de alteración o de destrucción aún más
temibles».
El Dr. Lluís Bonet[3] ha
investigado las peripecias y consecuencias de los debates en foros
internacionales en los cuales Europa, y de modo especial Francia, se han
opuesto a que los bienes culturales fueran tratados como una mercancía más en la OMC y fuera
sometida a las reglas generales del libre comercio:
La interrelación entre
comercio y cultura es desde los años 90 una de las materias políticamente más
sensibles y técnicamente más complejas de la agenda de la Organización Mundial
del Comercio (OMC). El compromiso entre las dos grandes potencias comerciales
incluyó el audiovisual y la cultura en el Acuerdo General sobre el Comercio de
Servicios (GATS), con todo lo que ello implica, dejando abierta la
liberalización futura del comercio de servicios culturales. La oposición a la
liberalización del comercio cultural no es, sin embargo, una preocupación
exclusivamente europea. Únicamente 20 de los 143 países miembros de la OMC (de
los cuales sólo 3 de la OCDE) han abierto hasta la fecha sus fronteras. Por su
lado, el movimiento anti-globalización ha hecho bandera de la defensa de la
cultura. Al mismo tiempo, y con el objetivo de preparar una estrategia común de
cara a la Ronda del Milenio, en 1989 nació la Red Internacional de Políticas
Culturales de ministros de cultura liderada por Francia y Canadá. El gobierno
canadiense apoya también la creación de una Red de artistas y grupos culturales
internacionales para la diversidad cultural con el objetivo de movilizar la
sociedad civil.
Hoy debemos asumir
que esas “batallas” se convirtieron finalmente en derrotas. Europa ha sido
arrasada por el poder financiero internacional que impone sus reglas.
[1] Se puede consultar mi trabajo La
cultura Homero Simpson - el modelo que propone la globalización, en la
página
www.ricardovicentelopez.com.ar
[2] Licenciado en Derecho, Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología,
Licenciado en Letras, Profesor Asociado de Estructura Social en la Universidad
Complutense de Madrid. Escritor y académico español, ex representante de la
UNESCO, consejero del Instituto Europeo del Mediterráneo, del Consejo
Mediterráneo de Cultura y miembro asociado del Instituto de España.
[3] Profesor de Economía y Director de los cursos de postgrado en gestión
cultural de la Universidad de Barcelona. Especialista en economía y política de
la cultura.
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