Agregaré unas
últimas citas para que pueda verse la coherencia de la predicación doctrinaria
respecto de los temas sociales. Afirma San Basilio[1] (330-379):
«Tales
son los ricos. Por haberse apoderado primero de lo que es común, se lo apropian
a título de ocupación primera. Si cada uno tomara lo que cubre su necesidad y
dejara lo superfluo para los necesitados, nadie sería rico, pero nadie sería
tampoco pobre… Y tú, encerrándolo todo en los senos insaciables de tu
avaricia, ¿crees no cometer agravio
contra nadie, cuando a tantos y tantos defraudas?… En resolución, a tantos
haces agravio, a cuantos puedes socorrer».
La denuncia se
extiende además a la violencia que los ricos ejercen contra los pobres, porque
les molesta ver que éstos puedan tener algo que ellos no tienen. El profesor de
la Universidad de La Rioja, España, José Vives (1961) compara esto con la
historia bíblica de Nabot narrada en el libro de los Reyes que podría ser hoy
relatada en diversas partes del mundo actual:
«La
historia de Nabot sucedió hace mucho tiempo, pero se renueva todos los días.
¿Qué rico no ambiciona continuamente lo ajeno? ¿Qué rico no trama arrojar al
pobre de su pedazo de terruño y anular las lindes del campo que el miserable
recibió de sus antepasados? ¿Qué rico se contenta con lo que tiene? No ha sido
Nabot el único pobre asesinado: cada día
un Nabot cae por los suelos; cada día algún pobre es asesinado».
Subraya, el profesor, la novedad radical de la concepción patrística con
respecto al derecho romano vigente en aquella época, que volvió a tomar
vigencia en el derecho burgués en el mundo occidental:
«Esta
novedad consiste en el rechazo de la doctrina del derecho romano que
dictaminaba que cada uno podía usar simplemente privata ut propia (en el
sentido de que “cada uno podía hacer de lo suyo lo que le viniera en gana”),
para agregar que de alguna manera también privata sunt communia, es
decir, que la privatización sólo se justifica en cuanto y en tanto real y
efectivamente contribuya mejor al bien de todos».
Avanzando en el tiempo, para no recargar este texto, nos detenemos en el
siglo XIII, en Italia, para
leer cómo se interpretó el tema en las palabras de un filósofo y teólogo
fundamental para esa etapa. Allí nos encontramos, en continuidad con las
doctrinas expuestas sobre los bienes y la propiedad sobre ellos, con Tomás de Aquino[2] (1225-1274), quien hace el siguiente planteo:
Todo
lo que es contrario a la ley natural es ilícito; y según el derecho natural
todas las cosas son comunes, (es decir) a esta comunidad (de bienes) repugna la
propiedad de posesiones. Por lo tanto, es ilícito al hombre apropiarse de algún
bien exterior... A la primera objeción
hemos de decir que la comunidad de bienes es de derecho natural, no porque el
derecho natural exija que todas las cosas han de ser poseídas en común y nada
pueda ser poseído como propio, sino porque, según el derecho natural, no hay
distinción de posesiones, que es más bien una convención (o pacto) humana, que
pertenece al derecho positivo... Por lo que la propiedad de bienes no se opone
al derecho natural, sino que está sobreañadida al derecho natural por la
invención de la razón humana.
Sin menospreciar las dificultades del lenguaje que
utiliza, propio del medioevo, intentemos comprenderlo: es natural el derecho de
las comunidades que se encuentran en una etapa originaria, como ya vimos, en la
que los bienes eran comunes. Lo que está en el centro de la cuestión es el bien
común, no puede éste estar subordinado a un legalismo imperante en una
determinada cultura, ni a un sistema social que acepte e imponga el orden
establecido como el bien a preservar. De allí se concluye que es contrario a la
simple intuición encontrar la naturaleza repartida, entre un conjunto de
hombres propietarios y otro mucho mayor de excluidos de la propiedad, si se
tiene en cuenta que en el origen no había propietarios, “todos los bienes eran
comunes”.
[1] Llamado Basilio el Magno fue obispo de Cesárea, y preeminente clérigo
del siglo IV. Es santo de la Iglesia Ortodoxa y uno de los cuatro Padres de la
Iglesia Griega.
[2] Fue un teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de
Predicadores, el principal representante de la tradición escolástica, y
fundador de la escuela tomista de teología y filosofía.
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