El siglo XX y, con mayor precisión su mitad posterior a la Segunda Guerra Mundial, nos sumergió en una lucha de ideas que situaba dos bandos contrapuestos como dos modelos: el “mundo libre” y los países del área soviética. Ese período, denominado “Guerra Fría” —por la continuidad de la guerra anterior, pero sin armas— como debate político e ideológico, nos acostumbró a pensar a partir de ciertas categorías y conceptos referidos a un contexto cuyos grandes rasgos no parecían dejar duda alguna: dos sistemas económico-políticos representaban una opción clara: capitalismo y comunismo. Fuera de ellos, sólo era posible encontrar matices que mostraban algunas “variedades sobre un mismo tema”. Cada uno de ellos ocupaba un espacio más amplio que el que correspondía a sus respectivos territorios nacionales, y estaba presentado, dentro del juego internacional, por una versión general que los sistemas de comunicación del “mundo libre” ponían a disposición de quien quisiera conocerlos. Equivale a decir: fuimos educados con una clara concepción de lo aceptable, deseable, respetable, aunque ella no había sido revisada desde una óptica crítica que nos permitiera /analizar los contenidos recibidos.
Debemos recordar que todavía no había aparecido una crítica que desenmascarara el papel que desempeñaban los medios de comunicación masivos en la transmisión de la información. Esa segunda mitad había impuesto la idea de la “objetividad periodística”, que se hacía extensiva a los discursos políticos e ideológicos que recorrían el espacio cultural del Occidente Moderno. La consecuencia de todo ello fue el cultivo de una actitud ingenua que aceptaba de buen grado todo lo que nos llegaba del mundo, y las ideas que se recibían, gozaban del respeto general de un público preparado para ello [Puede encontrarse un análisis más detallado en dos trabajos míos: La democracia y sus problemas y La democracia ante los medios de comunicación en www.ricardovicentelopez.com.ar].
El desarrollo del proceso político internacional, con la agudización de las contradicciones que comenzaron a advertirse sobre la superficie del escenario, fueron corriendo el pesado cortinado que ocultaba los mecanismos mediante los cuales se tejía el entramado informacional. La década de los ochenta y, sobre todo la siguiente, se presentaron triunfantes en la certeza de que la confrontación entre esos dos modelos mencionados había culminado con el triunfo sin apelaciones de la “democracia liberal” y el modelo económico de “mercado libre”. Un libro de dudosa calidad filosófica, pero presentado con una campaña publicitaria digna del lanzamiento de un nuevo modelo de automóvil, irrumpía en los medios elaboradores de pensamiento (los think tank) y se imponía con sus “nuevas verdades”. El título de ese libro anunciaba El fin de la historia, y su autor, Francis Fukuyama, era presentado como el filósofo del Nuevo Mundo y el revelador de una verdad que iluminaba el futuro de la sociedad global.
Para comprender mejor qué estaba oculto en la información internacional, detengámonos brevemente en la personalidad de este autor. ¿Por qué hacerlo? Porque conociéndola, podemos avanzar sobre el problema del tema de nuestro trabajo, la libertad, despejando el camino de modos de pensarla, que nos desvían de su contenido humano y de su importancia esencial.
Dado que el concepto de libertad es una bandera que izan tanto las derechas tradicionales como las izquierdas social-demócratas, nos resta saber qué intentan decir al nombrarla. La resignificación adquirida en la corriente neoliberal de pensamiento obliga a ser muy cuidadosos en su utilización, desbrozando el entramado ideológico que envuelve el tema.
La trascendencia que tuvo la implosión de la Unión Soviética y la posterior “caída del muro”, como hecho simbólico en 1989, fueron utilizadas propagandísticamente para cerrar los debates posibles acerca de qué era lo que se presentaba como camino futuro para Occidente. Es entonces cuando la figura de Fukuyama adquiere una sorprendente dimensión que excede en mucho sus calidades intelectuales como pensador político. A pesar de ello, una campaña preparada para celebrar el fracaso de la experiencia histórica del “socialismo real” lo catapultó al centro del escenario de la exposición ideológica, al aprovechar la popularidad lograda.
Conozcamos este personaje. Es un analista político y escritor, pero importa saber que fue un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América en el gobierno de George Bush, padre (1989-1992). Bush era un representante de la derecha republicana y había sido antes Director de la Central de Inteligencia Americana (CIA), lo cual ubica a Fukuyama en una clara posición política. Fue, luego, durante la presidencia de Bill Clinton (1993-2001), el impulsor del llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano —cuyo título devela las intenciones imperiales de dominación, por la manera en que ellos usan este adjetivo—, considerado uno de los núcleos de pensamiento de los neoconservadores, especialmente en política exterior.
Fue uno de los firmantes fundacionales junto con Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld o Lewis Scooter Libby, muchos de ellos de una importancia vital, durante el gobierno del presidente republicano George W. Bush. Ha sido y es, hasta hoy, un defensor de la teoría de la historia humana como lucha entre ideologías, y cuyo final histórico (1989) ha iniciado un mundo basado en la política y la economía neoliberales, que se ha impuesto a las utopías tras el fin de la Guerra Fría. Actualmente, es investigador de la Rand Corporation [La Corporación RAND (Research ANd Development) es un think tank estadounidense formado, en un primer momento, para ofrecer investigación y análisis a sus Fuerzas Armadas. Desde entonces, la organización de esta corporación ha cambiado y actualmente también trabaja en la organización comercial y gubernamental de los Estados Unidos] y catedrático de Economía Política Internacional en la Escuela John Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados. Durante poco más de 30 años, ocupó la Dirección Adjunta de Planificación Política en el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Su currículum nos libera de mayores comentarios.
Presentadas estas consideraciones previas, podemos introducirnos en la siguiente investigación, preparados, con las advertencias previas, para ir analizando el recorrido histórico del concepto “libertad”, sus cambiantes significaciones, sus adecuaciones políticas y sociales a las diversas circunstancias históricas para, con todo ello, atrevernos a pensar en una organización institucional que garantice el máximo posible de su ejercicio, sin descuidar la ineludible solidaridad que es necesaria para atender los desfases que se presentarán en el camino de construcción de una sociedad más equitativa.
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