La idea de libertad del ciudadano es un aporte del pensamiento liberal, y se impuso en el siglo XIX, tras los cambios producidos en Europa, como consecuencia de la Revolución Industrial inglesa y la Revolución Política francesa. La burguesía, que había estado varios siglos disputándoles a las clases nobles el poder, finalmente triunfaba en sus propósitos, y las ideas proclamadas por sus intelectuales comenzaban a tomar forma político-institucional.
El liberalismo es, entonces, un sistema de ideas que se expresa en el terreno filosófico, en el económico y en el político; plantea las libertades civiles, se opone a cualquier forma de despotismo, al proponer los principios republicanos. Su ofrecimiento, para modificar las ideas y prácticas políticas heredadas, postula una reorganización social que se sustente en una democracia representativa y en la división de poderes.
Los siglos de despotismo monárquico debían ser superados a partir del ejercicio de las libertades individuales, lo que conduciría al progreso de la sociedad. Esta libertad para todos los ciudadanos debía ser garantizada por el establecimiento de un Estado de Derecho, en el cual todas las personas fueran iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones, subordinadas a un mismo marco mínimo de leyes. Los liberales tenían una gran desconfianza a la presencia de un Estado fuerte, dada la experiencia del Estado Absoluto de las monarquías anteriores, y el despotismo padecido los mantenía alertas. Por ello, el Estado que proponían debía ser mínimo, lo suficiente para evitar y controlar los abusos de los poderosos.
El siglo XIX se presenta como el escenario en el que se irá desplegando la construcción política de esa propuesta que tiene la libertad del ciudadano como columna vertebral para su institucionalización. Esta magna tarea debería ir acompañada, necesariamente, por una educación del ciudadano que fuera consciente de lo que se estaba construyendo, para convertirse en custodio del nuevo orden social. Esta doctrina adquirió su consagración con el triunfo de la Revolución norteamericana del siglo XVIII.
Es necesario aclarar, debido a las confusiones que se han dado alrededor de este tema, que lo que se practicó fundamentalmente en ella fue el republicanismo mucho más que la democracia . No debe olvidarse que, a fines del siglo XVIII, debido a los desbordes sociales provocados como consecuencia de la Revolución francesa, aparecieron muchas dudas sobre la viabilidad de un pueblo que se hiciera responsable de las grandes decisiones políticas. Los Padres Fundadores de los Estados Unidos pusieron a buen recaudo las decisiones de la Gran Política, argumentando que no podían quedar en manos de los farmers (nuestros chacareros) las decisiones de la conducción del Estado .
El triunfo de las ideas liberales adquirió el prestigio necesario como para que pensadores e investigadores de gran parte del mundo de principios del siglo XX se hicieran eco de esta doctrina, por lo cual una importante bibliografía se fue publicando desde allí en adelante. La mayor parte del mundo occidental se fue estructurando en torno de este conjunto de principios. Las dos grandes guerras que padeció la humanidad, casi en su totalidad, así como la mayor parte de las libradas en diversas zonas del planeta, tuvieron, como banderas justificadoras, “la defensa de la democracia y de las libertades individuales”. Es evidente que estas ideas calaron muy hondo en la conciencia de los hombres pertenecientes a la cultura occidental. Sin embargo, en las primeras décadas de ese siglo —probablemente por la utilización interesada de los principios proclamados pero no respetados por parte de grupos económicos concentrados (neoliberalismo)—, provocaron la desilusión de los menos favorecidos, lo que abrió cauce a la emergencia de proyectos autoritarios.
Podemos afirmar que el resultado de la contienda en 1945, después de los enormes costos en vidas y bienes, consolidó el liberalismo político, económico y cultural, para lo que se dio en llamar el “Mundo Libre”. Lo que siguió después comenzó a mostrar la otra cara de ese liberalismo: las desigualdades económicas oscurecieron lo que se había presentado como el “reino de la libertad”, al comprobar que esta no se repartía con la igualdad prometida.
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