Partamos ahora de la decepción que envolvió a la conciencia colectiva de una parte importante de los ciudadanos que habitaban el área del sistema democrático occidental, en las últimas décadas del siglo pasado. El conflicto social de las sociedades modernas no es un fenómeno novedoso, pero se vio acentuado en ese tiempo. Después de los “años gloriosos”, como denominaron en los países centrales a los de la vigencia del Estado de Bienestar, la década de los setenta fue el comienzo de un giro cuya bisagra fue el acceso a los gobiernos de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, respectivamente. Ambos conformaron un tándem que significó un retroceso en el campo de las conquistas sociales garantizadas por el Estado Social que, a partir de entonces, fue mostrado como una rémora para el progreso económico. Este retroceso agudizó el conflicto social y dejó al desnudo el avance de los intereses del capital concentrado sobre una distribución del ingreso, más o menos equitativa y, fundamentalmente, sobre los ingresos de los trabajadores.
Ese nivel de conflicto fue analizado por el Doctor Lester Thurow, Profesor de Economía Política y Decano de la Sloan School del Instituto Tecnológico de Massachusetts, autor de una importante bibliografía de temas económicos y sociales, al señalar, como una de las contradicciones más graves del capitalismo, la que se plantea entre «el mercado, como forma de asignar los bienes, y la democracia, como modo de asegurar la igualdad». El mercado promueve la «competencia y el triunfo de los mejores». Dentro de él, quien demuestre tener las mejores capacidades y las mayores habilidades se impondrá en la búsqueda de maximizar el beneficio. El otro, el perdedor, se verá desplazado y finalmente derrotado: «dentro del mercado, cada individuo vale por el dinero que posee». En oposición a ello, «la democracia pretende garantizar la igualdad de todos los ciudadanos». Por tal razón, se genera una tensión de muy difícil trámite que expone con estas palabras:
La democracia y el capitalismo tienen diferentes puntos de vista acerca de la distribución adecuada del poder. La primera aboga por una distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre, un voto”, mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en el poder adquisitivo. Para decirlo de la forma más dura, el capitalismo es perfectamente compatible con la esclavitud... En una economía con una desigualdad que crece rápidamente, esta diferencia de opiniones acerca de la distribución adecuada del poder es como una falla de enormes proporciones que está por deslizarse.
Cabe subrayar lo enfático de la afirmación en un hombre perteneciente a lo más granado del establishment estadounidense y cuyo pensamiento apunta a la defensa del sistema.
Otro aspecto interesante del análisis de Thurow es que atribuye la desigualdad creciente al capitalismo en tanto tal, pero no a una patología de su desarrollo actual. Completa este pensamiento con la siguiente frase: «La mayor desventaja del capitalismo es su miopía. Tiene intrínsecamente un horizonte de corto plazo». Cuando Thurow dice “capitalismo”, creo que deberíamos leer “capitalismo estadounidense” hoy en plena globalización, lo cual proyecta estas contradicciones sobre el resto del planeta, ya incorporado a este capitalismo internacional.
Otra personalidad del capitalismo globalizado es el financista George Soros, especulador financiero, inversionista y activista político, de origen húngaro y nacionalidad estadounidense, actualmente, es presidente del Soros Fund Management LLC y del Open Society Institute, cuya mirada sobre este escenario está teñida por una prolongada y exitosa experiencia en el mundo de los negocios. Sobre el tema que venimos tratando, dice:
Está muy extendida la suposición de que la democracia y el capitalismo van de la mano. Lo cierto es que la relación es mucho más compleja. El capitalismo necesita a la democracia como contrapeso, porque el sistema capitalista por sí solo no muestra tendencia alguna al equilibrio. Los dueños del capital intentan maximizar sus beneficios. Si se les dejase a su libre arbitrio, continuarían acumulando capital hasta que la situación quedase desequilibrada... El fundamentalismo del mercado pretende abolir la toma de decisiones colectivas e imponer la supremacía de los valores del mercado sobre los valores políticos y sociales... Lo que necesitamos es un equilibrio correcto entre la política y los mercados, entre la elaboración de las reglas y el acatamiento de las mismas.
Puede causar sorpresa el que se exprese en estos términos, exhibiendo una pintura desnuda del mundo en el que se mueve. Lo importante es que podemos, a través de las citas de hombres pertenecientes al capitalismo globalizado, avanzar en la comprensión de los graves problemas que hoy enfrentamos, sobre todo la relación entre el capital y la libertad.
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