(Premio Nobel, es
profesor de Economía en la Universidad de Columbia. Su último libro es El precio de la desigualdad: cómo la
división actual de la sociedad pone en riesgo nuestro futuro).
El tema que aborda luego, que nosotros hemos
padecido durante los noventa es el del papel de las Calificadoras de Riesgo. Califica como caprichoso el comportamiento
de estas empresas que inciden de modo determinante en el corto plazo por la
direccionalidad que le imprimen a las inversiones internacionales. Sin olvidar
la presión de las multinacionales que se hacen sentir especialmente a través de
la Organización Mundial del Comercio. Éstas multinacionales representan sólo un
1% de los intereses generales del mundo pero imponen reglamentaciones que las favorecen. Para que Otro mundo sea posible es imperioso, en
el más corto plazo posible, modificar las formas de administrar la
globalización hacia un mundo sin trabas. Señala nuestro autor que «para
preservar la democracia, es necesario moderar la globalización».
Terminar con la reducción del
Estado.
Uno de los pilares del Consenso de Washington
fue disminuir al máximo la presencia del Estado en las transacciones económicas y financieras. «Es
necesario defender, por lo tanto, una justa distribución de los roles tanto del
mercado como del Estado, y no acentuar sobre todo la reducción de la presencia
del Estado sino estimular desde él la economía». Lo que la experiencia ha
demostrado es que «los programas anti-déficit y de austeridad» tienen por
objeto alejar el Estado de su intervención redistributiva de la riqueza lo que
ha provocado el aumento de las desigualdades.
La historia nos demuestra
que la austeridad casi nunca funcionó y que el gasto público, en cambio, puede
ser muy eficaz. Sin embargo resulta siempre sorprendente ver que muchos
expertos (banqueros, políticos…) o ciudadanos que se dejan seducir por el “mito
de la austeridad” como también por el “mito de comparar el presupuesto del
Estado con el de un hogar”. Un gobierno gastando más de lo que gana puede
incentivar la producción y la generación de empleos. La creación de riquezas
derivada de esa política puede llegar a ser muchas veces superior a los gastos
realizados. Ahora bien “el 1%, los ganadores, ha captado y distorsionado el
debate presupuestario” sobre la base de un chantaje sobre el exceso de gastos
pero que solo oculta su deseo de achicar el estado.
Stiglitz se introduce en un terreno más
técnico como lo es el de la política macroeconómica, de la política monetaria.
Recuerda que en este tema ha sido fundamental la presencia de las ideas de los
monetaristas, con Milton Friedman a la cabeza, «campeón del libre mercado», y
toda la escuela de Chicago, cuyos perjuicios se conocen en todo el mundo
especialmente en América Latina: los famosos “Chicago boys”. Este tema ha
estado en el tapete durante el debate de la “independencia del Banco Central”
en nuestro país. Por ello es necesario prestar atención a Stiglitz sobre este
tema:
Las teorías de Friedman
reflejaban su intención de achicar el Estado y limitar su libertad de decisión.
La moderna concepción de la política monetaria ha dañado al 99%. Negando la
importancia de la distribución de los ingresos, centrándose en las tasas de
interés como única palanca y partiendo de la desregulación. La crítica económica nos muestra muy bien los
límites del concepto de Banco Central independiente tal como funciona en muchos
países puesto que son cautivos de los mercados financieros. Hay que señalar la
falta de fe en el control democrático de los que defienden la independencia de
los bancos centrales.
Pero lo más importante, vuelve a subrayar, es
que una vez más «detrás de la política monetaria se esconde una lucha de ideas,
una batalla sobre la concepción de la economía y de que lo que es bueno para
todos, aunque lo que intentan es que ese 1% que toma las decisiones, las impongan
forzosamente al 99% que las sufre». Nos advierte que aunque el monetarismo ha
sido dejado de lado, de todos modos los bancos centrales siguen centrados en
las tasas de inflación como único objetivo. Han convertido la inflación en el
único problema. Esto se ha convertido en una verdadera obsesión.
El debate sobre los temas señalados ha logrado
desviar la atención de los problemas más serios, como son las desigualdades y
la baja de los salarios. La conclusión a la que llega es que luego de 25 años
«las políticas macroeconómicas y monetarias no han aportado ni estabilidad, ni
crecimiento permanente, ni una mejor distribución de la riqueza entre las
mayorías. Ha llegado por lo tanto el tiempo de encontrar otro marco». El
problema mayor en este debate es la resistencia de los bancos y de los mercados
financieros.
El profesor nos ofrece una clase sobre cómo
defendernos de los gurúes de la economía y sus publicitarios.
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