Vivimos
tiempos poco favorables para detenernos a pensar sobre la esperanza. La
propuesta de intentarlo puede aparecer como extemporánea, si es que existe
algún tiempo adecuado para ello. La paradoja de la esperanza es que ella se
torna imprescindible cuando a pesar de que todo nos empuja al descreimiento. Si
en este mundo se anunciaran buenos augurios, no se haría sentir como algo necesario.
Es posible que el poeta alemán Friedrich
Hölderlin (1770-1843) haya querido advertirnos algo con aquellas palabras: «Allí
donde está el dolor, está también lo que lo salva». Apelando a ese intento, que
puede parecer desmoralizante, internémonos en estas reflexiones.
Los
tiempos no ayudan, ya quedó dicho. Los medios concentrados de información nos
brindan una catarata de datos y hechos que avalan la filosofía del desaliento, del
desánimo, que ellos nos proponen, muchas veces disfrazada de información. Se
podría sintetizar en aquellas duras palabras de Discepolín: “El mundo fue y
será una porquería”. No intento quitarle razón a aquel sutil y penetrante
pensador de la realidad cotidiana, puesto que fue el denunciante de una época
en que nuestro país, arrollado por la crisis mundial de los treinta, ofrecía un
panorama social desolador para los más necesitados. Su tristeza y su amargura
estaban abonadas por esa realidad. Una
década después, a mediados de los cuarenta, hubo un despertar de la conciencia
de los más desposeídos que sintieron aires esperanzadores en la etapa que se
abría.
Nuevas
frustraciones atentaron contra esos tiempos de promesas, algunas cumplidas, y
se volvió a sentir que la historia miraba para otra parte, en defensa de las
clases poderosas. Esa primavera del espíritu fue truncada por la fuerza de los
intereses imperiales.
En los sesenta, acompañando un despertar de
los pueblos del Tercer Mundo, las llamas brotaron de los rescoldos, y aquella
esperanza se fortaleció con la utopía de un mundo mejor. Sin embargo los golpes
militares intentaron arrancar de cuajo aquellos intentos. El precio fue
terrible, pero no consiguieron extirpar los mejores sentimientos agazapados en
espera de un tiempo más propicio.
Pero
hoy soplan nuevos vientos que nos anuncian la posibilidad de vivir una etapa
mejor. América Latina está recuperando una historia que se anunciaba en esas
décadas pasadas, de la que pueden extraerse muy interesantes y útiles
enseñanzas. En aquel tiempo, brilló una esperanza que se trastrocó en este
escepticismo de las últimas décadas. ¿Por qué?; ¿qué había que ya no hay?; ¿qué
alimentaba esa esperanza que después desapareció? A partir de los años sesenta,
sin que esto pretenda ser un tiempo preciso y, tal vez, como resultado de
diversas circunstancias históricas —triunfo de la Revolución Cubana, el proceso
de descolonización de posguerra, las manifestaciones de los estudiantes
estadounidenses por el retiro de las tropas de Vietnam, el estallido de los estudiantes
franceses de Mayo del 68, etcétera—, en América Latina sectores importantes de
la juventud universitaria, pero no sólo de allí y no sólo los jóvenes,
encarnaron una conciencia esperanzadora.
Ésta
alentaba a emprender vuelo para pensar que había llegado el momento de tomar el
"comando de la Historia", someterla así a la voluntad de los pueblos,
imponerle sus objetivos y hacerla avanzar al ritmo que le quisieran imprimir
hacia un mañana preñado de utopías. Es decir, la certeza de que se podía y se debía ser protagonista de la Historia.
Se
mostraba, entonces, un modo de entender el compromiso histórico y social,
aunque hubo muchos apresuramientos,
muchos errores y se tomaron caminos equivocados. Sin embargo, una fuerte cuota
de idealismo encendía el corazón de aquellos jóvenes que coloreaba lo mejor del
alma humana. La entrega, el servicio a los más necesitados, el sacrificio, los
sueños y el horizonte que prefiguraban
delante de sus ojos nos hablan, aún hoy, de una etapa llena de sueños y
utopías. En esos tiempos, la preocupación por los otros era una condición de
época que invadía el alma de aquellos que no podían sustraerse del padecimiento
ajeno.
Pero,
para que no aparezcan estas reflexiones como un canto romántico e ingenuo,
desapegado de las duras realidades que una parte nada despreciable del planeta
padece, comenzaré analizando algunos impedimentos que se presentan ante la mirada
de quienes tienen dificultades para asumir una esperanza fácil. Trataré de mostrar todos los obstáculos que hoy se
cruzan en el camino de la esperanza
posible, para luego hablar sobre ella.
Hablar
de la esperanza debe ser entendido como la necesidad de abordar un elemento
fundamental de la política, aquel que nos proyecta hacia un mañana mejor, sin
lo cual todo se sumerge en una especulación intrascendente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario