Desde otra mirada sobre problema, aunque no tan «científica» pero comprometida con el dolor de los que sufren, la Comisión de Consumo de Ecologistas en Acción sostiene en otro
informe:
La
desvergüenza de los ricos hacia los pobres parece no tener techo. La
explotación de los países va más allá de las materias primas o de ciertas
manufacturas; también alcanza lo meramente ornamental, como, por ejemplo, las
flores. Un alto porcentaje de las flores de los EE.UU. y de Europa proceden de
Colombia. En 1993, este país exportó a los países ricos 130 millones de
toneladas. En los alrededores de Bogotá, trabajan 50.000 seres humanos en 450
empresas dedicadas a la floricultura. El 80% de esos trabajadores son mujeres.
Trabajan a destajo, en cuclillas, soportando un calor sofocante. Se les paga el
jornal mínimo, y sus empresarios no se molestan en pagar sus seguros sociales:
la que no trabaja se va, la que se enferma no cobra.
Pero como todo tiene una explicación, podemos leerla:
Los
empresarios se escudan en la competencia. Los EE.UU. compran el 80% de la
producción, y es un cliente exigente, quiere flores baratas y perfectas; si el
precio le parece alto o la calidad baja, amenaza con irse a comprar a Costa
Rica. Para mantener una producción de tales características se necesitan, en el
ecosistema de la sabana colombiana, 74 kilos de plaguicidas por hectárea y año
y un elevado y creciente volumen de agua. Los plaguicidas envenenan a las
trabajadoras, el suelo y las aguas subterráneas; y el agua se hace cada vez más
escasa y más nociva. Los pueblos próximos a las plantaciones reciben agua tres
veces por semana, y cada vez de peor calidad. Cualquier modificación que
implique mejoras para los trabajadores y para la naturaleza se traducirá en
aumento de los costos; y entonces el gran cliente, los EEUU, cambiará de proveedor.
Que el consumo cotidiano de los ricos del norte —y hasta el
suntuario— está sostenido por el sufrimiento de los que trabajan en el sur
parece más que evidente, aunque esta evidencia parece no estar disponible para
muchos que no oyen o no quieren oír. No sólo el bajo costo de los bienes se
logra sobre la salud y la vida de los pobres, sino que, además, se está
convirtiendo en una amenaza para el futuro de nuestro planeta. Parecería exagerado,
y que se intenta convertir el tema en macabro, pero no es así. Para recurrir a
un organismo de cuyas intenciones no puede sospecharse, leamos las conclusiones
del Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo, que dedicó su informe anual correspondiente a 2008, a Consumo y Desarrollo Humano. En el
documento, queda demostrado que:
A
pesar de que el gasto del consumo mundial había pasado de 1,5 billones de
dólares, en 1900, a 24 billones, en 2000, los beneficios, en cuanto a calidad
de vida, que de ello pudieran derivarse, sólo alcanzan a una pequeña parte de la
población mundial, la que vive en los países ricos y que equivale,
aproximadamente, sólo al 20% de esa población.
Ello nos muestra, una vez más, cuál es el resultado del
modelo de desarrollo que imponen desde el Norte, con aceptación de una porción
nada despreciable de aquella gente crédula e ingenua: «una extraordinaria
desigualdad, y su tendencia a incrementarse con el paso de los años. Este estudio aporta algunos otros datos
reveladores». Confirma que el consumo, entendido como un medio que contribuye
al Desarrollo Humano, es hoy a todas
luces una falacia. Afirma el informe que el consumo:
Debería
aumentar la capacidad y enriquecer la vida de la gente sin afectar
negativamente el bienestar de otros, debería ser tan justo con las generaciones
futuras como con las actuales, y debería servir para estimular a individuos y
comunidades vivaces y creativas. Pero para lo que realmente está sirviendo el
modelo actual de consumo es para destruir la base ambiental de los recursos y
para exacerbar las desigualdades.
Por lo tanto, queda claro que la transformación del consumo en
consumismo, como camino para mejorar la vida de los pueblos, es nada más que un
argumento de los poderosos para su propio beneficio. Esto no debe ser entendido
como la crítica del aumento del consumo de los más necesitados, ni como la
crítica a la necesidad de exportar. Se trata de ese consumo y de esas
exportaciones que se fomentan con la única y exclusiva finalidad de incrementar
las utilidades de los "inversionistas", palabra mágica y
fantasmagórica.
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