domingo, 23 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza V



 Pero este fenómeno no es exclusivo de los estadounidenses.  Se lo puede encontrar en otros países del mundo desarrollado.  El periódico National Post comenta que algo similar ocurre en el Canadá:
La creciente popularidad de los productos de lujo para bebés. Los precios de los cochecitos pueden alcanzar los 500 o 600 dólares canadienses hasta llegar a los 6.000 dólares, en el caso de algunos modelos. Los bolsos para pañales de marcas de diseño pueden venderse en 1.000 dólares o más.
Italia también está viviendo el auge de los artículos de lujo, a pesar de su recesión económica. El diario Corriere della Sera mostraba cómo:
Un creciente número de personas, con ingresos de 40.000 euros o más, está dispuesto a derrochar en artículos caros, como un segundo o tercer coche. Las compras preferidas incluyen jacuzzis (el año pasado se vendieron 17.000); televisores de plasma a 8.000 euros; o el home cinema (‘cine en casa’), que cuesta más de 25.000.
Estos comentarios de los periódicos o de los autores mencionados —unos entusiasmados, otros sorprendidos— dan cuenta de un mundo en el que el consumo configura la identidad personal y llena el vacío de sentido de la vida. Se "tiene" para "ser" y se "es alguien", en la medida en que se es "reconocido" como un miembro de "ese mundo". Podemos preguntarnos: ¿Cómo, y la crisis europea? La terrible respuesta es: sólo hay crisis para las clases medias hacia abajo, las de más altos consumo no la sienten.
Nosotros estamos, todavía, lejos de ese mundo o puede ser que ya no haya tanta ingenuidad. Pero, por ello, estamos a tiempo de pensar si ese "paraíso" que nos ofrecen, tiene frutos tan apetitosos como aparecen a la distancia. Debemos pensar cuál es la contrapartida de la vida en ese mundo, cuál es el precio en salud integral que se debe pagar.
Las promesas de vivir como si estuviéramos en ese primer mundo que nos muestran los medios de comunicación —que está cada vez más claro y lejos de ser un fiel reflejo de su real situación social— suponen, para muchos, que allá se está muy cerca de esa vida deseada o que ése es el paraíso terrenal. Un sector nada despreciable de nosotros sigue poniendo sus esperanzas allí. Pero ¿de qué paraíso se habla? El del Occidente primermundista sólo existe en la afiebrada imaginación de los publicistas, nada ingenua por cierto y muy mercenaria.
Sin embargo, es cierto, en alguna medida, que en la opulencia del Norte la mayoría no muere de desnutrición, esto queda reservado para las franjas de menores ingresos, pero lo hace por exceso de colesterol; por el exceso de alcohol, que sigue aumentando los accidentes automovilísticos mortales; por cómo ha aumentado el cáncer de pulmón y los infartos. No todos los habitantes de las naciones ricas pueden "disfrutar del placer de sentirse ricos", ya que la lista de excluidos del banquete va creciendo, pero este denominado "cuarto mundo" no aparece cotidianamente en los grandes medios. Allá se aplican, cada vez más, los ajustes empresariales para mejorar los balances aumentando así la renta de los accionistas. Veamos estadísticas:
En la mayor potencia industrial, Estados Unidos, se estimaba en 1999, que un 13% de la población no llegaría a los 80 años; que el 20,7% era funcionalmente analfabeta, y que el porcentaje de estadounidenses que se encontraban por debajo del nivel de la pobreza era del 19,1% [todas estas cifras son hoy más graves]. En la otra punta de la escala, los privilegiados ciudadanos que disfrutan de ingresos estables pueden estrellarse con sus automóviles, machacar su salud con dietas de plástico, y asfixiarse en nuestras ciudades, gracias a la perfecta máquina consumista.
Se trabaja mucho, los que todavía conservan puestos bien remunerados, para poder lucir una tarjeta de crédito que abra las puertas de acceso al "gran consumo". Por supuesto, no importa que sus necesidades materiales básicas (alimentos, ropa, vivienda) se encuentren cubiertas, y que sus necesidades afectivas estén cada día más empobrecidas; lo verdaderamente importante es gastar, comprar, consumir sin descanso, como ya hemos visto. Como dice Eduardo Galeano, «Las cosas importan cada vez más, y las personas cada vez menos, los fines han secuestrado a los medios: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa, la TV te ve».

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