Todo lo mencionado en la nota anterior era acompañado por la convicción
de que "la unión hace la fuerza", de que esa unión debía
estructurarse en organizaciones de las más variadas formas, y de que esa
experiencia debía ser la matriz de un camino de organización social en todos
los niveles de la Nación como el camino colectivo para construir un futuro
mejor. Hubo apresuramientos en décadas pasadas, es cierto, producto de
demasiadas ansiedades, pero hubo aprendizajes, y está llegando la hora de
repensar todo ello.
¡Qué lejano parece hoy aquel tiempo! ¡Qué extrañas y lejanas suenan esas
palabras! ¡Cuánta gente ha afirmado, con aire de madurez, la tontería de soñar
con mundos mejores! Siento que la necesidad de hablar de todo ello y, en
especial con los jóvenes de ahora, tiene una extraña y profunda relación con la
necesidad de superar la mediocridad y la chatura que hoy se enseñorea como un
talante con pretensiones de inteligente.
Tal vez, por el abandono de aquellos caminos llenos de ideales, haya sido
tan fácil y simple sumergir nuestra cultura en esta superficialidad vana de la
felicidad instantánea y pasajera. El consumismo de objetos comprables e
inmediatamente desechables, invadió todas las esferas de las relaciones
sociales. Y algunos de los mejores ideales y sentimientos fueron reducidos a
“cosas pasadas de moda”: la amistad (condicionada por los pequeños intereses),
las relaciones internas de la familia (adelgazadas por el tiempo retaceado; la
búsqueda del mayor ingreso posible como objetivo fundamental); las relaciones
amorosas (transitorias, sin compromisos y fugaces); el goce como consumo y el
placer como objetivo, etc. Las relaciones entre las personas se empaparon de
ese clima de época.
Pareciera que han quedado sólo espacios muy reducidos de conciencia donde
alojar la esperanza. Sin ésta, cualquier proyecto de un mañana mejor muere antes
de nacer.
Leo lo ya escrito y temo que se perciba un
aire de acusación a estos jóvenes de hoy. De inmediato, me asalta la necesidad
de hablar de nuestra responsabilidad generacional, la de los desesperanzados. ¿Los jóvenes de estos tiempos llegaron a un
"mundo puro" que les dejamos los mayores? O ¿mucho de lo que les pasa
es la consecuencia de nuestras incapacidades, de nuestras complicidades, de
nuestras incoherencias, de nuestros malos o nulos ejemplos? Debemos
preguntarnos qué grado de responsabilidad, y hasta de culpabilidad, nos cabe
por lo que hicimos, por lo que dejamos de hacer, por lo que permitimos que
hicieran sin tomar conciencia de sus
consecuencias o mirando para otro lado. ¿Cuánto de todo aquello, señalado como
males de esta época, no encuentra sus raíces en nuestras conductas pasadas y
presentes? ¿Cuántas veces, los que pertenecemos a generaciones anteriores nos
desentendimos y nos desentendemos de nuestra deuda?
Pero, sin embargo, también debo decir que si
nosotros, los mayores, fuéramos capaces de forjar una sana y profunda
autocrítica, podríamos abrir un camino para invitar a estos jóvenes a
transitarlo juntos; sin colocarnos a la vanguardia para indicarles por dónde
pisar, pero sin perder el ritmo de la marcha que ellos son capaces de llevar para
no quedar rezagados. Si nos tomáramos de
la mano para caminar juntos, se abriría un
nuevo espacio, una manera nueva de avanzar y una nueva posibilidad para
un futuro postergado. Y en las conversaciones del camino, ellos nos expresarían
sus ideales y nos señalarían todo lo deseable por conseguir; nosotros, desde
nuestra experiencia, les aportaríamos la prudencia de ir intentando lo posible,
sin por ello claudicar en la búsqueda de lo deseable, pero no realizable todavía.
Debemos ser capaces de advertir que nuevos
vientos soplan por sobre la América Latina, y que se empiezan a hacer sentir en
nuestras pampas y montañas. Abrir los ojos para ver también que empieza a
descongelarse el escepticismo en ellos, como si una primavera del alma empezara
a hacerlos reverdecer, y de aquellos tallos duros y leñosos nuestros unos
pequeños brotes verdes pudieran anunciar nuevamente la vida, una vida que
anuncia otra más vivible y más digna. Si esos brotes son cuidados amorosamente,
si les prestamos toda nuestra atención, olvidándonos de aquella certeza que nos
decía que ya estaban secos y que nada podían dar, aprenderíamos, una vez más,
que la vida siempre encuentra nuevos caminos para dar lo más hermoso que nos
ofrece: ella misma, la maravillosa y esperanzadora aventura de vivir.
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