Entonces, nuestros viejos escepticismos
dejarán paso a nuevas experiencias, sin euforias apresuradas ni fáciles
encantamientos, con la prudencia necesaria para cubrir esos brotes de algunas
heladas tardías que todavía se pueden precipitar. Podrán nacer esas flores que,
una vez más, puedan adornar nuestra alma. ¿Será un nuevo modo de recuperar
"el comando de la Historia"?
Saber que la realidad tiene un importante
componente de lo que ponemos en ella al mirarla, es un primer paso para superar
nuestra vieja convicción que se apoyaba en las antiguas certezas, esas que nos
aseguraban que el mundo era lo que nosotros veíamos de él. Así como tantos dictaminaban
ayer que un mundo mejor estaba muy cerca y era fácil, ahora, con el mismo
talante podemos oír que dicen algunos que ya nada se puede conseguir. Es hora
de aprender de la vieja ironía del poeta español Ramón de Campoamor (1817-1901)
que nos alerta acerca de cuánto de nosotros ponemos en lo que miramos: «En este
mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según del color del
cristal con que se mira». Sin que esto nos empuje hacia el escepticismo,
debemos recoger de allí la sabiduría de diferenciar los resultados de nuestra
mirada pesimista o escéptica de la que nos da la mirada esperanzadora. La
realidad contiene ambas posibilidades.
Podemos comenzar por unas reflexiones del profesor
de Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona, Jaume Botey, quien nos
advierte respecto de las dificultades de ser esperanzado:
El siglo XX ha sido el que
mayores esperanzas y frustraciones ha generado: trajo la libertad y el
reconocimiento de la dignidad de las antiguas colonias, los enormes avances en
la tecnología que cambiaron e hicieron pequeño el mundo… Sin embargo, también
trajo injusticias agudas: a principios del siglo XX, la distancia entre la
quinta parte más rica y la quinta parte más pobre de la humanidad era de 10 a
1, y a finales de siglo era de 82 a 1… Ha sido el siglo más belicoso de la
historia… Se calcula que casi 190 millones de personas han muerto de manera
directa en conflictos armados… antes moría el que iba a la guerra, y hoy el
objetivo principal de la acción militar es la población civil: de cada 100
muertos en guerra, 7 son soldados y 93 civiles, de los cuales 34 son niños.
Ya estoy oyendo las voces de los que me dicen
¿cómo poder ser esperanzado si ese siglo nos muestra que ha empeorado la
conducta humana? Sigamos pensando, sin dejar que los malos pensamientos nos
invadan.
Yo percibo un modo de llenar el vacío que
dejan los viejos ideales marchitos: ceder a las tentaciones del mercado y
cubrir con consumo las insatisfacciones que se ocultan. Recordemos los sueños
efímeros de los noventa: comenzábamos a entrar en el Primer Mundo, lo que daba
a entender que no estábamos en "ese mundo" pero que, por fin, se nos
daba la posibilidad. De allí se puede deducir, sin gran esfuerzo, que de los
tres mundos de los sesenta-setenta, uno se había disuelto: el segundo, el soviético. El imaginario
social dejó que esta caída arrasara con el tercero.
La terminología comunicacional lo ha reemplazado por un conjunto de países emergentes. Reflexionar sobre
esta posibilidad de múltiples mundos nos lleva a tomar conciencia de la
complejidad del orden social de estos tiempos y de la cantidad enorme de
facetas que presenta.
El pertenecer a un mundo está lejos de ser un
tema geográfico o cósmico; está profundamente emparentado con las culturas, los
proyectos de vida (individuales y colectivos), la tabla de valores, los deseos,
las ambiciones, las posibilidades de cada uno, y tantas otras cosas muy largo
enumerar. Y quedaba aún otra posibilidad que nos costó percibir: junto a todos esos mundos aparecía con mayor claridad otro
más, el mundo de los excluidos, de
los que ya no contaban en los estudios de los investigadores.
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