Mientras la Filosofía guardó para sí el
tratamiento de los temas hasta aquí analizados (siglos XVI al XIX,
fundamentalmente) la Ética y, con ella, la Esperanza fueron temas insoslayables
del pensar filosófico. Pero el avance de las ciencias sociales, sometidas al
paradigma moderno, con su concepción de los hechos y su correspondiente
metodología, fue desplazando a la filosofía de este territorio del pensar, con
lo que aquellas terminaron adjudicándose prepotentemente la exclusividad científica de su
investigación. Estos temas han ganado mucho en extensión y especificidades,
pero han perdido en hondura y madurez. El prestigio ganado por las ciencias de
la naturaleza, sus importantes avances y éxitos, fueron hurtados
subrepticiamente por las ciencias del hombre, y el ciudadano de a pie se ha
visto envuelto en una problemática académica que lo superaba y sobre la cual no
le quedaba mucho por decir.
El filósofo colombiano Mario Domínguez[1]
intenta volver a colocar las cosas en un terreno que permita volver a pensarlas
desde una perspectiva más amplia y humanista:
Lo
que se pretende, pues, al situar al hombre y al mundo en estado inacabado, es
situar a la filosofía, en tanto ésta aborda al hombre en relación con el mundo,
como una filosofía que debe ser pensada, desde el pasado pero sin quedarse en
él, desde el presente como su campo de acción y desde el futuro, especialmente,
como garante de saber, como conciencia de supervivencia. Queremos hacer énfasis
en el carácter de futuro como conciencia de supervivencia de la filosofía,
porque si bien ésta tiene que plantearse los problemas que se presentan
actualmente, tiene que pensarlos desde las implicaciones que estos puedan tener
para la humanidad en un mañana, pues, ciertamente, ya tiene implicaciones en la
humanidad del hoy. Todo esto puede ser elaborado muy bien desde los interrogantes
¿cuál es el mundo que queremos para las próximas generaciones? ¿Cuál es el tipo
de hombre que estamos construyendo y que en realidad queremos construir? Esto
último teniendo en cuenta que la realidad objetiva permea a todo ser humano en
ella inmerso y que por tal le afecta. Son, en definitiva, el futuro del hombre
y, con él, el del mundo los que deben ser pensados.
Este reclamo para
el quehacer filosófico pretende recuperar un espacio propio para pensar lo que
las ciencias sociales, en tanto tales, no logran hacer, puesto que, si las
leyes que rigen el mundo deciden los pasos futuros, éstos no serán otra cosa
que una repetición machacona de un presente
perpetuo. Pero, si parafraseáramos las míticas palabras de Galileo: «Eppur
si muove» (Pero sin embargo se mueve), la supuesta repetición cíclica del proceso social se desvanece por el peso de
los hechos históricos. Aparece aquí otro aspecto en común con la denuncia de
Leibniz, ya citada, respecto de los hombres del pasado griego. También
encontramos en esta reflexión una de las causas de las incapacidades de estas
ciencias para decir alguna palabra certera sobre el futuro.
Este tiempo de lo
que vendrá comienza a colorearse de posibilidades cuando sacamos al individuo
espectador de la historia y lo colocamos en el centro de ella como un actor
más, alguien que se suma al coro de los actores aportando su voluntad y sus
deseos en la tarea de pensar y construir un futuro compartible, más equitativo,
más humano. No otra cosa han sido los grandes cambios históricos. Y nada dice
hoy que no sean tan posibles como ayer.
Pensar y caminar
hacia el adelante es abrir el horizonte, es permitir el viaje. Es zarpar mar
adentro, es atreverse a escalar la inacabada colina de la vida, individual y
colectiva; es, según Ernst Bloch[2]
(1885-1977): «avanzar en el autoconocimiento, a partir del conocimiento del
mundo, de la realidad. Emprender el viaje, permitir que se pueda navegar así en
sueños, que sean posibles sueños diurnos, muy a menudo sin garantía, esto es lo
que caracteriza el gran lugar de la vida todavía abierta, todavía incierta en
el hombre». Todo viaje supone la esperanza. Sin ella, no hay posibilidad de un
futuro mejor.
[1] Filósofo egresado de la Fundación Universitaria Luis Amigo (Medellín,
Antioquia-Colombia). Docente candidato a Magister en Filosofía de la
Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Antioquia-Colombia).
[2] Filósofo alemán. En 1955, le otorgan el Premio Nacional de la
República Democrática Alemana. Además, se convierte en miembro de la Academia
Alemana de Ciencias.
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