miércoles, 6 de marzo de 2013

El periodismo y la libertad de los pueblos III



Insisto en seguir con la exposición de Ramonet para que podamos, un poco más adelante reflexionar sobre qué está pasando en nuestro tiempo con el periodismo. Afirma que Martí:
Siempre al servicio de la libertad de Cuba, siempre al servicio de la integración latinoamericana, siempre al servicio de la perfección del ser humano, siempre al servicio del bienestar de la humanidad. Él mismo define el periodismo, o al periodista, como un soldado de la palabra; es decir, alguien que está luchando con un arma que le es particular que es la palabra, la palabra escrita, la palabra difundida rápidamente, inmediatamente, efímeramente para defender una concepción humana. Dice José Martí sobre este aspecto: “El desinterés del periodista es esencial. Aflige cobrar por lo que se piensa y más si, como se piensa, se ama. Un periódico sin generosidad, dice Martí, es un azote. Un periódico generoso es una columna”. O sea que tiene una concepción extremadamente generosa y romántica de lo que debe ser el combate periodístico. Estas frases son de él: “Un periódico sin generosidad es un azote”, “Un periódico generoso es una columna”, como lo demuestra la obra entera de José Martí.
Decía yo, en una nota anterior, que Ramonet comenzaba a tender un puente que adquiere una característica tecnológica, no exenta de ciencia ficción. Al preguntarse por cómo se sobrellevaría Martí en este siglo XXI:
De hecho, estaba ya comportándose como un facebuquero o un twittero. Era ya evidentemente un bloguero, o un twittero o un facebuquero, “pero siempre al servicio del progreso humano, de la ética y siempre contra la reacción, siempre con una misma generosidad, que es un ejemplo para todos los periodistas”. Esta frase es una en la que todos los jóvenes periodistas digitales, todos los jóvenes periodistas de hoy, deberían meditar. En un artículo teórico, he dicho antes que José Martí no solo fue periodista, sino que fue un teórico del periodismo. En un periódico en el que plantea esa teoría, publicado ya al final de su vida en 1892, en el periódico Patria, Martí define al periodista de diario de la manera siguiente: “Que no haya una manifestación de la vida cuyos diarios accidentes no sorprendan al diarista. Eso es hacer un buen diario”. Pero en realidad podríamos aplicarlo, por ejemplo, a Twitter esa frase.
Exponer sobre la vida, la obra, las ideas de José Martí sobre el periodismo, le ha dado oportunidad al conferenciante para trazar un paralelo con el mundo, el periodismo de hoy, sus valores y sus conductas:
Podríamos decir con Martí que no haya una manifestación de la vida cuyos diarios accidentes no sorprendan al twittero o blogero. O sea que, lo que he tratado de demostrar es que Martí, con una concepción elevada, exigente, comprometida del periodismo, también tiene una concepción de la intervención inmediata como lo permiten hoy los medios digitales y, en ese sentido, Martí es a la vez un gran periodista y un gran revolucionario.
Después de haber definido cómo debía ser el periodismo según José Martí, pasa a analizar el desempeño de los medios en el mundo de hoy, haciendo especial hincapié en América Latina. Como el tema es un tanto espinoso, recuerdo la autoridad profesional y académica de quien está disertando:
Aquí en América Latina, son los grupos mediáticos locales los que se hacen eco de campañas internacionales con sus propias guerras sucias contra los gobiernos progresistas. Es importante ver cómo hoy son los medios de la oligarquía los que han asumido un rol político de oposición contra los gobiernos democráticos neoprogresistas. Es una batalla violenta que se está llevando a cabo en Venezuela, pero también en el Ecuador, en Bolivia, en la Argentina, en el Brasil y en otros países, donde los latifundistas mediáticos tratan de frenar —a veces con manipulaciones— las reformas progresistas democráticas que se están llevando a cabo. En algunos países como Honduras y el Paraguay son los medios los que han tomado la dirección ideológica de la contrarrevolución alentando y acompañando, cuando no dirigiendo, los golpes de Estado, como el caso de Honduras contra Manuel Zelaya, y del Paraguay contra Fernando Lugo, dos presidentes constitucionales.

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