Puede sonar bastante apocalíptico lo afirmado
hasta aquí; sin embargo, después de haber oído y leído exposiciones de tantos
jóvenes, me siento autorizado a decirlo. Abundo: esta anomalía no es nada nueva,
pero ha ido empeorando en las últimas décadas. Se ha expandido de modo tal, que
muy poco queda no alcanzado por la onda expansiva: periodistas, comunicadores,
locutores, conductores de programas radiales y televisivos que utilizan el
lenguaje oral y escrito desaprensivamente, sin ruborizarse. Esta capacidad de
hablar sin decir algo sustancioso, que se pueda entender correctamente, se ha
convertido en la normalidad. Ante
nuestra supuesta incapacidad de entender
lo expresado, consultamos si hemos entendido bien y recibimos la respuesta:
“yo no quise decir eso”. Entonces, ¿qué se quiso decir? La dificultad debe
buscarse a causa de la cantidad de palabras que se emplean en el lenguaje
cotidiano. Agrega el Dr. Barcia:
La lengua tiene alrededor de
cien mil palabras, y va creciendo constantemente. El joven, hace diez años,
hablaba con unas ochocientas palabras, mientras que ahora emplea menos de la
mitad. Sí, esto se va empobreciendo, lo vemos nosotros gradualmente en el trato
con la gente. El ejercicio oral se ha perdido y esta es la mayor dificultad.
Entonces uno termina tomando exámenes escritos y todo conlleva al hecho de que
el muchacho se empobrezca. La culpa no es del alumno, que es el producto del
sistema, sino del sistema que está mal enfocado. La oralidad es mucho más
importante que la escritura.
Acompaño la cita anterior con la opinión del
Dr. José Manuel de Pablos Coello[1],
expresada en un artículo suyo: Necesidad
de aclarar conceptos y terminología:
Es muy probable que uno de
los defectos de la sociedad de fines del siglo XX –sin relación alguna con la
teoría de la sociedad de la información– sea el del mimetismo. Lo malo del
mimetismo, con ser malo intrínsecamente, es que el ser mimético es una persona
que generalmente no hace uso de la capacidad de reflexionar, de pensar las
cosas un poco antes de aceptarlas, o no lo hace con la frecuencia que es de
esperar en animales racionales. Tal vez por esa causa vivimos en un ambiente
donde los temas nos asaltan, como una clara manifestación de la insensatez de
algunas decisiones y de mucho discurso, todo esto se refleja de manera muy
clara, tanto que es preocupante. En
realidad, este fenómeno del mimetismo, de repetir lo que otro ha dicho sin
pararse a pensar si se trata de una incorrección o es acertado, se ve con
frecuencia en el mundillo de la comunicación. Lo importante sigue siendo el
contenido y no los procedimientos.
El argumento
justificador del hablar mal parte de una pedestre verificación de entrecasa que
sostiene que la gente “igual se entiende” y que esto se comprueba prestando
atención a las conversaciones cotidianas. Ante este tipo de explicaciones
nuestro profesor agrega:
Aceptemos que las palabras
sirven para comunicarnos y nos entendemos lo mismo con el empleo de unas y
otras, las voces adecuadas y las inadecuadas, pero también parece cierto que
hemos de tender a aplicar los términos correctos frente a los que no lo son
tanto. Este sería un camino para resolver tantos malos entendidos.
La preocupación por el deterioro del habla
coloquial de los jóvenes, que ha colonizado el habla de los adultos, y que se
impone casi como el modo normal del uso de la lengua castellana, ha promovido
en la Facultad de Ciencias y Educación de la Universidad Distrital Francisco
José de Caldas, Bogotá, Colombia, una investigación que diagnostica el estado
de la cuestión:
A través de los diferentes
medios de comunicación se pueden evidenciar los distintos cambios que realizan
los jóvenes dentro de un aula de clase y fuera de ésta, principalmente en las
redes sociales frente al uso de la escritura sin valorar su idioma español
generando así una pobreza lingüística. Esto se debe a que los jóvenes están
llevando hasta el máximo su abreviación por ejemplo para escribir “te quiero”
lo abrevian simplemente con una “T”; esto es muy notable en las redes sociales
en las cuales los jóvenes llegan a tal punto de escribir sus propios nombres
con abreviaturas, agregando o cambiando letras.
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