Como el diagnóstico
del Dr. Barcia nos precipita en conclusiones tan tremendas, detengámonos a
revisar el actual cuadro social educativo. Sus análisis se centran en las
deficiencias que presentan el sistema educativo y el contexto familiar y
cultural. Parte de una tesis por mí compartida puede enunciarse así: la
educación requiere, de parte del docente, autoridad intelectual, dedicación y atención
de los recorridos educacionales de los alumnos, para atender sus carencias; y,
de parte del alumno, dedicación y disciplina para estudiar. Entonces se
pregunta:
¿Por qué se ha perdido esta
autoridad educativa? Porque la escuela normal ha perdido su vigencia, ha sido
desplazada y postergada. Y la formación docente se ha ido deteriorando, porque
las universidades han sido poco realistas en el enfoque y en la aplicación para
la formación de los docentes. Las universidades han sido cada vez más autistas
y más independientes de la realidad y entonces producen un egresado que no
tiene conciencia de lo que es enfrentarse con alumnos en un grado de la
secundaria. Parafraseando a Aristóteles, «la única verdad es el aula», es
decir, no se preparan para la realidad.
La desconexión
entre la realidad social y el ámbito del aula es un problema serio; sin embargo,
esa desconexión puede encontrarse también en la educación familiar. Se produce
una especie de autismo educativo por el cual lo que debe incorporar el alumno
lo define el aula y lo que debiera aprender en sus primeros años no lo enseña
la familia. Aparece una gran desorientación —aunque se está trabajando sobre
ello— en el estado de la conciencia colectiva de los padres y de los docentes
de primaria y secundaria, sobre todo en los de más edad: muestran una falta de
pasión por lo que hacen (con las consabidas excepciones), con el diagnóstico
depresivo de que “nada se puede hacer con estos chicos”. La verificación del pobre
equipamiento intelectual, emocional y conductual con el que llegan al nivel
universitario es más que elocuente. A ello responde Barcia:
Lo que está pasando es una
gran apatía. Se ha perdido la promoción
y los alumnos solo pasan de año. La
idea de la promoción es un ascenso, la de pasar por año es el mismo nivel pero
con otra categoría y no hay elevación. Y cuando egresa, no se puede adaptar a
las exigencias del mundo real, entonces el padre protesta y habría que
responderle que en realidad se gestó lo que él mismo alentó al no permitir que
se exigiera lo que ese joven era capaz de dar. La ley de la exigencia permite
que uno crezca, es como un músculo que es necesario ejercitarlo para que dé su
mayor potencia. En síntesis, es la cultura
del esfuerzo lo que está faltando.
El permisivismo
familiar tiende a repetirse en los ámbitos institucionales en los que el niño
deba actuar, donde pretenden e intentan reproducir el cuadro de las relaciones
familiares. Hay en este tema una distorsión del concepto de autoridad, probablemente como herencia
del autoritarismo del Proceso
Militar, aunque no solamente de allí. Dice Barcia:
Autoritarismo es un vicio de
la democracia, es el pisar la cabeza del de abajo. Pero la palabra autoridad[1]
viene del latín y significa hacer crecer y promover. Es decir, el que tiene
autoridad no es el que pisa la cabeza, sino el que promueve y lleva a un
proceso de crecimiento, de elevación. La autoridad genera confianza, permite y
alienta la conciencia crítica, no quiere que se desarrolle como él sino mejor.
Me animo a afirmar que en términos generales, los temores en materia educativa
generan pusilánimes, y la autoridad deja de ser tal por temor al autoritarismo.
Y cuando en una institución democrática no se ejerce la autoridad como
corresponde, se la destruye. Los padres tienen un rol fundamental. Deberían ser
los primeros educadores.
[1] Potestad, facultad, legitimidad. Prestigio y crédito que se reconoce a
una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en
alguna materia, según la Real Academia Española.
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