El valor de las palabras IV
Ese valor que debemos recuperar y al que ayudar
para una toma de conciencia de su importancia, aparece resaltado en la
exposición realizada por la licenciada Isabel del Valle, representante del Maine Humanities Council en la Argentina,
sobre la relación de la palabra con la enfermedad, y su camino hacia la
recuperación:
La dimensión narrativa es
constitutiva de lo humano. El hombre pone su vida en palabras, no sólo habla
con palabras, sino que sufre, piensa, ama, sueña y se proyecta en palabras. En
ese contexto, la palabra es una mediación simbólica que permite la construcción
de la identidad. Al narrar situaciones de su vida, el sujeto construye y
reafirma su identidad desde una lógica interna de sentido propio. Pero a lo
largo del ciclo vital, hay circunstancias en las que esa lógica interna se resquebraja,
el sentido se desbarata y la identidad se fragmenta.
Esa circunstancia
puede presentarse a través de la enfermedad, física o psíquica. La enfermedad
es una crisis vital que atraviesa a la persona toda e impacta en la configuración
de la identidad; nos vuelve indefensos, cambia el sentido de la realidad y
amenaza nuestro proyecto vital. En ese sentido, continúa Isabel del Valle:
La palabra es uno de los
recursos más válidos para tratar de limitar ese episodio que se percibe fuera de
control. Como toda situación de alta intensidad emocional, la enfermedad
reclama ,y hasta exige, ser puesta en palabras como forma de acotarla y
entenderla. Vivir en la sinrazón es una exigencia intolerable para cualquiera.
La primera forma de marcarle las fronteras a la enfermedad es darle un nombre.
Bautizarla. El primer peldaño en el uso de la palabra. Poner
la enfermedad en palabras es buscar explicaciones en el afán de dar sentido a
la contingencia. El sentido será el puente entre esa añorada integridad pasada
y el estado de fragmentación presente. Es un recurso indispensable para
defender el mundo propio amenazado. El sentido permite instaurar una nueva
lógica allí donde la había perdido. Hallar algún sentido posible donde parece
ya no haberlo, ayuda al enfermo a reintegrarse y a mantener una actitud
proyectiva.
Es muy interesante
poder pensar la importancia de la palabra a partir de hechos pasados, presentes
o posibles en los que alguna circunstancia inesperada nos coloca ante una
situación nueva que nos exige comprender lo sucedido, encontrarle una
explicación y una probable solución. Nada de ello es viable sin el concurso de
la palabra que, cuanto más clara y significativa sea, mejor y mayor será la
posibilidad de hallar la salida deseada. De lo que podemos proponer una
conclusión transitoria: vida humana y palabra son dos modos de decir lo mismo.
Sigamos leyendo:
En este contexto, podemos
concebir la vida como un gran espacio de texto en blanco que se va escribiendo
a medida que vamos viviendo. El hombre se vale de la palabra para contar
historias ajenas, para narrarse a sí mismo y para posicionarse en el mundo. Al
contar historias propias, se objetiva, se mira de frente y perfil, se explica,
se escucha, se interpreta, se reedita una y otra vez. En ese ejercicio se
convierte, al menos por un rato, en un visitante de sí mismo, lo que le da la
posibilidad de pensarse, repasarse, reconocerse y comprenderse desde diversos
ángulos y con nuevos juegos de luces. En ese marco, la palabra es constitutiva
de su identidad personal.
Somos lo que
decimos, y lo decimos como pensamos, pensamos de acuerdo con lo que hemos hecho
de nosotros. Siempre la palabra ha sido el vehículo de las diversas formas en
que nos proponemos vivir. La sagacidad proverbial del escritor uruguayo Eduardo
Galeano nos propone pensar: “La palabra es un arma y puede ser usada para bien
o para mal; la culpa del crimen nunca es del cuchillo”. Así como el arma en las
manos de un principiante puede ser un peligro, la mano diestra hará un uso más
eficaz de ella. Sin embargo, eso no nos asegura el sentido prudente y responsable
de quien la porta.
Una simple sesión
de televisión, de alguno de los tantos programas en manos de inconscientes en
el uso de la palabra, nos abre la posibilidad de recapacitar sobre lo peligrosa
que es la mala utilización de la palabra, es decir el mal uso de la lengua. «Bendito
sea el hombre que no teniendo nada que decir se abstiene de demostrárnoslo con
sus palabras», dijo Thomas S. Eliot[1]
(1888-1965). Y esto vale para todos nosotros.
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