domingo, 17 de marzo de 2013

El valor de las palabras III



Lo que parece ser un menosprecio por el buen hablar y escribir se percibe en cómo se elogian algunas habilidades lingüísticas que se intentan colocar en el altar de las grandes letras. Por ejemplo, comenta un joven periodista español, Francisco J. Girao, en castellanoactual.blogspot.com:
No pretendo ser una especie de azote de periodistas, sólo pretendo llamar la atención sobre el mal uso que se hace a veces de nuestra lengua, de lo abandonada que la tenemos y sobre todo intentar que se tome conciencia de lo bonita que es.
Algo que merece decirse y ser subrayado es que, al pertenecer a una cultura, estamos sumergidos en un mundo, con un modo de ver y pensar las cosas, que define un modo de ser. De allí que con una misma lengua se pueda hablar de muchas maneras diferentes, con matices diferenciados en sus sentidos y percibir, además, la musicalidad de su entonación, en la que se hace manifiesta la raíz de la tierra a la que pertenece.
Sin embargo, por la influencia de un aspecto superficial de la cultura moderna, predomina una concepción técnica, instrumental del idioma, que lleva a creer que es, como se suele decir ahora con una palabra multiuso, una herramienta. Google habla de “herramientas del idioma” ¡Salvaje herejía! La Real Academia la define como «Elemento, por lo común de hierro o acero, con que trabajan los artesanos». Puede parecer inocente, a primera vista, pero no dejemos de observar que afirma que es de metal duro, nos dice algo de su poca flexibilidad y de la aplicación específica para determinados menesteres, es decir no es de uso universal ni de amplia y flexible utilización.
Si, por el contrario, la metáfora utilizada fuera, por lo menos, el vocablo instrumento veríamos que la Academia lo define como: «Conjunto de diversas piezas combinadas adecuadamente para que sirva con determinado objeto en el ejercicio de las artes y oficios». Aparece una complejidad en la definición que habla de un artefacto más refinado de variada aplicación. Aunque esto parezca sólo un juego de palabras y algún joven me increpe así: “¿Qué más da herramienta o instrumento?”; “¿Para qué tantas vueltas con cosas tan simples?”. Las preguntas desnudan una negación a pensar, dominante hoy. Pero deberían aparecer preguntas más reflexivas, que nos exijan detenernos a pensar de qué se trata.
Francisco J. Girao exhibe una actitud distinta; continúa masticando el tema:
Hay idiomas que son más útiles que otros, tu visión del mundo depende de en qué idioma pienses. El español, como heredero del latín es muy poderoso, el latín tiene unos métodos para formar palabras y unos matices asombrosos; todo eso se está perdiendo por la influencia de idiomas como el inglés, en el que por ejemplo, chip puede ser desde una pastilla de silíceo a una patata frita.
Todo, al fin y al cabo, comienza y concluye con el idioma, con el que, aunque no reparemos en ello,  procesamos lo real y lo que no lo es tanto, pensamos y hablamos sobre una máquina o nos deleitamos en las florituras de una poesía o en la descripción de una paisaje. La genialidad de Thomas Mann[1] (1875–1955) puede describir pasajes de una sinfonía: la música convertida en palabras. En contraposición con esto, nuestro joven periodista comenta:
Encuentro la inspiración y las fuentes de las que extraer la información de lo que me rodea. El último tema sobre el que he escrito tuvo origen en la sorpresa que me produjo la letra de una canción que llamó mi atención: “En el vergel del Edén”, del grupo Mamá Ladilla, todo un ejemplo de virtuosismo en el lenguaje en lo que parece un homenaje a una letra: la “e”, pues no se puede encontrar en sus mordaces palabras ninguna otra vocal.
El ejemplo vale, porque nos enfrenta a la evidencia de cómo se convierte un simple juego de palabras, algo menor que hacer un crucigrama, en un éxito que será repetido por mil voces diferentes sin siquiera tomar conciencia de la banalidad en que se hunde la palabra en ese juego. Por ello, sumidos en una cultura que se expande como una nube negra sobre los pueblos del planeta, se torna imprescindible recuperar el valor de la palabra, revalorizar el habla y su relación con la identidad personal y colectiva.


[1] Gran escritor alemán, nacionalizado estadounidense, Premio Nobel de Literatura en 1929.

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