Una asombrosa
paradoja encierra el imperio del pensamiento
único, desprendimiento sorprendente de
un pragmatismo que ha abandonado toda exigencia de verdad. Aunque la filosofía contiene la reivindicación, la de ser
un camino para acceder a una verdad que pueda ser sostenida argumentativamente,
estos propósitos han caído en desuso por la nueva práctica del opinionismo[1]. En
las últimas décadas, se ha ido imponiendo su ejercicio cotidiano en el habla
coloquial: se presenta como una libertad
de opinión que ha renunciado a la búsqueda de su veracidad, con lo que
puede no necesitar una cierta coherencia o una fundamentación lógica. Es lo que
ha definido el concepto de opinión
pública en la sociedad de masas, entendido esto como la opinión de
cualquier ciudadano de a pie que se
siente con derecho a opinar sobre
cualquier tema, sin necesidad de la mínima versación o preparación, por haber
estudiado o investigado un poco algún aspecto de ellos.
Queda oculto, en
esta práctica social, que esa opinión está incentivada por un sistema
informativo que abusa de la noticia sin verificación de evidencia, de noticias
que aparecen y desaparecen fugazmente sin que se sienta la obligación de informar sobre su finalización.
De este modo, la opinión pública es el resultado de la catarata informativa que arroja sobre el
espacio público un caudal imposible de metabolizar por el receptor. Todo ello manejado
con una aparente irresponsabilidad de personajes, llamados periodistas, en muchos casos, también con una mínima formación
intelectual. Estos hacen gala de un desconocimiento del lenguaje que asombra y,
por su pobreza, expresan un discurso chato, superficial, necio, insubstancial. Este
modo del discurso periodístico exhibe un uso
desaprensivo de la relatividad del pensamiento.
El profesor Viñuela
Rodríguez avanza en este sentido:
El
relativismo es otra forma de muerte de la democracia, si todas las opiniones
son iguales, si todas son equivalentes, al final la opinión que sirve es la del
más fuerte, he aquí el fascismo emergiendo de la propia democracia. Y eso es
hoy en día lo que ha ocurrido cuando se ha establecido la equivalencia de las
opiniones. Se ha eliminado el pensamiento y con él la filosofía. Se ha
eliminado, en definitiva, la democracia. Se nos ha confundido por parte del
poder político y se nos ha hecho pensar en una equivalencia que no es tal, la
supuesta equivalencia entre la libertad de expresión y el respeto de las
opiniones. Pues no, una cosa es la isegoría[2],
la libertad de expresión, y otra el respeto a cualquier opinión. Lo que la
democracia y la filosofía que la sustentan nos dicen es que lo respetable son
las personas y que las opiniones son para debatirlas. El respeto a las
opiniones por ser tales es la pérdida del diálogo, el pensamiento y, con ello,
abrir la puerta a la opinión del más fuerte. Es decir, a la tiranía. Es
abandonar la civilización para caer en la barbarie. Barbarie tecnocrática,
precisamente, que es en la que nos encontramos por el engaño del poder que nos
ha hecho abandonar el pensamiento. Y por eso defendemos aquí la vinculación
causal de democracia y filosofía. Sin filosofía no hay democracia y sin ésta lo
que hay es barbarie: fascismo, totalitarismo, tiranía, absolutismo, fanatismo,
violencia… hoy en día nos encontramos en una barbarie tecnocrática y un
fascismo del mercado, una ausencia de valores y de ética y una democracia de
papel.
El profesor defiende el concepto de isonomía[3] como
modelo de democracia ateniense. Considera una de las características que
definían la democracia, mediante la cual la herencia griega se presenta como
portadora de una civilización sustentada por la igualdad ante la ley:
Todos somos iguales ante la
ley, y la ley tiene su origen en el pueblo. La ley no es arbitraria, no depende
del poder del más fuerte, ni del más rico, ni del clero. La ley emana del
pueblo y nadie está por encima de la ley. Esto es lo que nos enseña la
democracia y ésta es la conquista filosófica que tiene como modelo ejemplar a
Sócrates, “a las leyes se las obedece”, lo cual nos saca de la incerteza
jurídica.
Podemos concluir diciendo: el ataque contra la
filosofía como instrumento necesario para la educación en el pensamiento
crítico, es un tiro por elevación contra la posibilidad de una democracia deseable
según el modelo que expone el profesor.
[1] Se define como “opinionista”, palabra de origen italiano, a la persona
que se expresa sin argumentar, partiendo desde su propio modo de pensar sin
aportar más argumento que ése. Hace gala de conocimientos que no tiene y demuestra
que no le preocupa no tenerlos.
[2] En época anterior a la democracia, los griegos usaban la palabra “isegoría”,
que procede de isos = ‘igual’, y ‘ágora’ = asamblea.
Significa un sistema en el que todos hacen uso de la palabra de igual a igual.
[3] La isonomía es el concepto de igualdad de derechos civiles y políticos
de los ciudadanos. Es la consigna política que expresaba de la forma más
sucinta el carácter propio de la democracia, opuesto al ejercicio ilimitado del
poder por parte del tirano. Era el término en uso para designar un régimen
democrático, antes de que el concepto de democracia se generalizara.
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