La fascinación técnica, observable en las
carreras de ingeniería, nubla la vista ante tantas dificultades implícitas en
el know-how que, en gran parte, es
propiedad de empresas multinacionales. Pero como consecuencia nefasta acarrea
además una limitación intelectual que acompaña a la enseñanza especializada,
que impide hacerse las preguntas mencionadas. La porfía en el logro de una
investigación exitosa no deja ver cuáles serán las consecuencias cuando ese
objeto se aplique a su objetivo.
Tal vez un caso paradigmático sea el de Robert Oppenheimer (1904-1967), físico
estadounidense, director científico del proyecto Manhattan, el mayor esfuerzo investigativo, intenso y apremiante,
durante la Segunda Guerra Mundial para ser de los primeros en desarrollar la
primera arma nuclear en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México,
Estados Unidos. Su dedicación y esfuerzo se vio coronado con ese logro
científico. Expresó su pesar por el fallecimiento de víctimas inocentes cuando
las bombas nucleares fueron lanzadas contra los japoneses en Hiroshima y
Nagasaki. Dean Acheson, miembro del gobierno del presidente estadounidense
Harry S Truman (1884-1972), explicaba en el New
York Times del 11-10-1969 que tiempo después acompañó a Oppenheimer a la
oficina de la Casa Blanca. Contó entonces que el
científico le manifestó que sentía
todavía remordimientos de conciencia expresados retorcerse las manos: «Tengo
manchadas las manos de sangre». Este hecho nos muestra el divorcio entre la
investigación y las consecuencias posteriores a la aplicación de esos inventos.
Nuestro joven científico, Rodríguez Chala,
atribuye esto a la falta de una formación ética y filosófica que le permita
desarrollar un pensamiento más profundo y abarcador.
En este camino, se han cultivado los conceptos de paz, igualdad,
democracia, libertad y justicia, de mano
principalmente de filósofos de la talla de Kant, y de otros idealistas y
filósofos ilustrados. A su vez, se han trocado los pilares del discurso
establecido, de la fe, y han temblado con ellos algunos de los poderes más
longevos y asentados, con la Iglesia Católica a la cabeza. Prueba de ello son
los trabajos de Spinoza, Nietzsche o Marx, estandartes estos dos últimos, a su
vez, y a la par que Sigmund Freud, de una escuela de sospecha (como lo
expresaba Paul Ricoeur) otrora inadmisible. El valor de aquellas tesis roza lo
imponente, habida cuenta del impacto del freudismo en la ciencia de principios
del siglo XX y el de las obras marxistas, deudoras, por cierto, del pensamiento
de Hegel, en las revoluciones ulteriores. Y no solo en la Rusia leninista, sino
también en Cuba, en las independencias en el Viejo Continente y en los modernos
gobiernos de América latina.
Esa carencia en la formación científica
provoca ignorancia sobre los posibles resultados no deseados, aunque
previsibles, si se reflexionara seria y profundamente sobre los objetivos
últimos de las investigaciones de todo tipo. Rodríguez Chala, propone una
filosofía que abone el compromiso social de científicos e investigadores para
un acercamiento de la ciencia a los problemas de los más necesitados, algo que,
en parte, ha estado lográndose en
décadas anteriores.
Sin embargo, la filosofía no
ha sido solo el rostro visible de la agitación social, sino también del
desarrollo científico del que a la postre bebemos, somos herederos y actores
interesados. La filosofía, lejos de pasar de puntillas, ha jugado un rol de
envergadura en el plano de la ciencia. La biología, por ejemplo, abanderada en
el contexto por la bioética, y venida al pueblo llano al calor de los
transgénicos y las células madre, deviene de manera indefectible en litigios
filosóficos, de los que todos hemos sido partícipes de una u otra forma. Las
matemáticas: amigas y compañeras de los estudios filosóficos desde sus
orígenes, como revelan los trabajos de Leibniz, Newton o Descartes y
especialmente los desarrollos en lógica de Rusell o Godel (entre otros), cuyos
teoremas de incompletitud revolucionaron, sin duda, el pensamiento moderno. Los
fundamentos de la matemática siguen siendo, al día de hoy, objeto de contienda
entre los estudiosos del campo. De contienda que, también, es filosófica.
Termina afirmando:
La
filosofía supone, como pretendo mostrar, un ejercicio de importancia capital.
Una condición sine qua non del desarrollo mental. Y no hablo ya de los
clásicos, de los Principios de la razón
o de Así habló Zaratustra (que nos llenan asimismo de paz y vida, de amor y
fruición intelectual). Hablo de las pequeñas batallas. De opinar, de pensar.
Porque señores, reflexionar, discutir, posicionarse; todo eso es también
filosofía. Podría decirse, por tanto, que todos somos filósofos.
1 comentario:
Para que un científico aporte a la evolución humana, aparte del conocimiento que le ofrece la ciencia, debe tener Sabiduría, que está en uno mismo, y en la propia filosofía. Un científico que pretende una transformación social debe tener una propia filosofía crítica.
Porque las únicas personas capaces de cambiar el mundo son quienes van con él, y no en él.
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