Si este tipo
de crítica puede llamar la atención del lector desprevenido, o desconocedor de
la enorme capacidad autocrítica que se mantiene en el seno de la Iglesia, signo
de salud y vitalidad, a pesar de las conductas y afirmaciones de varios
miembros de la jerarquía, es en gran parte porque nada de todo ello aparece en
los medios de comunicación, fuente casi excluyente de donde se extrae la
información que circula para el gran público. Sin embargo, a pesar de todo este
desconocimiento, los debates internos no se acallan y se puede encontrar en
ellos posiciones muy sólidas en defensa de una distribución más justa de la
propiedad. Una explicación a los desvíos doctrinarios podemos encontrarla en
las palabras del sacerdote Luis González-Carvajal[1] (1947), profesor de teología del Instituto
Superior de Teología de Madrid, quien habla de los comienzos de estos desvíos
doctrinales y prácticas sociales:
Las
cosas empeoraron a partir del siglo IV, cuando comenzó la época de la
monoinculturación. Se impuso a todo el mundo una teología elaborada a partir de
las categorías grecolatinas, una liturgia inspirada en los ceremoniales de las
cortes imperiales, una legislación construida en los talleres del derecho
romano y una autoridad marcada por el modelo monárquico.
Todo ello fue
desarrollando un modo de entender la realidad social que llevó
lentamente a modificar la interpretación doctrinaria del concepto de propiedad,
siendo arrastrado éste por los valores de la cultura del Imperio romano y, más
tarde, por los de la cultura medieval, feudal y monárquica. Este lastre de
valores no propios del cristianismo lo lleva a este profesor a decir:
A
partir del momento en que comenzó el proceso de secularización de la sociedad
(entre los siglos XVI y XVII), la Iglesia - incapaz de descubrir los valores
evangélicos que subyacían al mismo- se negó a despedirse de la cultura que
fenecía, comenzando así una etapa de creciente aislamiento. Podríamos decir que
desde el siglo XVI la Iglesia ha vivido permanentemente a la defensiva...
Alguien ha dicho cáusticamente que la Iglesia lleva siempre “una revolución de
retraso”: cuando tuvo lugar la Revolución Francesa la Iglesia se aferró al
Antiguo Régimen, logrando que la burguesía se volviera ferozmente anticlerical;
cuando comenzó a fraguarse la revolución proletaria la Iglesia empezaba a
sentirse a gusto en medio de la burguesía y se alió con ella frente a los
trabajadores.
Estas contradicciones, a las que alude nuestro teólogo, nos permiten
comprender por qué las manifestaciones que, muchas veces, salen de algunos
miembros de las iglesias no coinciden con el fondo profundo y permanente de las
verdades evangélicas. A veces, por la falta de formación o de discernimiento
que logre separar debidamente conceptos claros en los textos de las
filtraciones de valores ideológicos de las culturas dominantes. No se puede
ocultar que en esas palabras también se advierten dos cosas: a.- que se
descubre una pobre formación intelectual en algunos de sus miembros que los
lleva a ignorar gran parte de lo que se ha escrito durante siglos y b.- algo
que es bastante frecuente, una especie de esquizofrenia que separa lo que se
lee en los textos, entendidos como doctrinas universales pero que no aplican
tantas veces a ciertas situaciones puntuales.
Otro aspecto que no se debe rehuir aquí es la incidencia de ideologías
conservadoras y compromisos políticos que inciden en las posiciones a adoptar,
por sobre la responsabilidad social con los más necesitados. Ese compromiso que
se declara constantemente no aparece siempre acompañado por actitudes en
consonancia. Esto se percibe, más de una vez, en las manifestaciones
periodísticas de algunos dignatarios eclesiásticos, más preocupados por
posiciones políticas circunstanciales olvidando las verdades de los contenidos
tradicionales de la Iglesia cuando analizan situaciones sociales, políticas o
económicas.
[1] Es Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca,
Profesor de la Facultad de Teología y Director del Departamento de Teología
Moral de la Universidad Pontificia Comillas.
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