El paso necesario
que se fue dando en las décadas de los sesenta y setenta fue ir trasformando
las relaciones entre las personas en una
relación entre imágenes aparentes, mientras la subjetividad se fue aislando hacia
el mundo de lo estrictamente privado. El ser
de cada persona, en tanto tal, se desliza en una bruma angustiosa, mientras
exhibe su apariencia en el mercado de las
relaciones. La cultura Occidental apeló, para resolver este problema, al
alcohol y/o la droga o sustitutos menos dañosos pero, al mismo tiempo, menos
eficaces[1]. La importancia
de la imagen radica en la denuncia de su vacío interior: es nada más que
apariencia. Las relaciones entre las apariencias son un juego fatuo, trivial y
evanescente, por lo tanto, altamente insatisfactorio que termina vaciando de
contenido espiritual a la persona. Se podría pensar en la metáfora de las
mascaritas del Carnaval.
Debord califica ese
tipo de vida como una sociedad del
espectáculo. Recurramos a la Real Academia para entender mejor este concepto:
«Función o diversión pública celebrada en un teatro, en un circo o en cualquier
otro edificio o lugar en que se congrega la gente para presenciarla. Cosa que
se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la
atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos
más o menos vivos o nobles». Su etimología nos dice: «El vocablo espectáculo
viene del latín “spectaculum”, apelativo nominal del verbo “spectare”, ‘mirar’,
‘contemplar’, ‘observar atentamente’». Ante esa función, sólo cabe la actitud
del espectador. Sin embargo, este pensador da un paso más y hace de la vida
cotidiana un escenario en el que cada quien re-presenta el papel que elige, por
lo cual es para los otros sólo lo que aparenta ser:
Toda la vida de las
sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se
presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido
directamente se aparta en una representación. El espectáculo se muestra a la
vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de
unificación. En tanto que parte de la sociedad, es expresamente el sector que
concentra todas las miradas y toda la conciencia. Precisamente porque este
sector está separado es el lugar de la mirada engañada y de la falsa
conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es sino un lenguaje oficial de
la separación generalizada.
El avance de la
concentración de medios en las condiciones que ofrece la sociedad de masas convierte la vida
social en noticia: es esta la
fuente mayor, casi excluyente, de información. La vida es percibida como una representación acorde con la información recibida. La realidad
percibida, pensada y vivida es nada más que la realidad comunicada, mediatizada,
en tanto tal editada y reinterpretada desde una propuesta homogeneizadora:
El espectáculo no debe
entenderse como el abuso de un mundo visual, el producto de las técnicas de
difusión masiva de imágenes. Es más bien
una cosmovisión que ha llegado a ser efectiva, a traducirse materialmente. Es
una visión del mundo que se ha objetivado.
[1] He publicado algunas notas sobre estos temas en el blog www.pensandodesdeamerica.blogspot.com
con el título de El amor en los tiempos
de la globalización y La subjetividad
posmoderna y el buen vivir.
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