En la actualidad, el proceso de
desnacionalización continúa presente tanto en el discurso de funcionarios de
los gobiernos de los países centrales, como así también en los del Fondo
Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). De ese modo, se ha
posibilitado y promovido la entrada incondicional de los capitales transnacionales,
que han comprado las empresas nacionales, los medios básicos de producción, y
controlan los mercados. Y para obtener la infaltable seguridad jurídica que los proteja de los descalabros provocados,
las diferencias que puedan
presentarse deben ser litigadas en el Centro Internacional de Arreglo de
Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), una institución del Banco Mundial
con sede en Washington. Son ciudadanos
extranjeros privilegiados que no se
someten a las leyes de los países en donde operan.
Las empresas multinacionales, cuyos contratos
en los países periféricos se han formalizado a lo largo de la nefasta década de
los noventa, han operado con métodos y técnicas mucho más sutiles. Pero, en el
fondo, con los mismos objetivos de los piratas de los siglos XVII y XVIII:
robaban para la corona. Hoy lo hacen para los dueños de las multinacionales.
Sus objetivos excluyentes apuntan a obtener y sacar del país donde se
establecen, las mayores ganancias,
cuya consecuencia directa debe medirse por las imposiciones de ajustes presupuestarios para responder a
las enormes deudas financieras que
son la contrapartida de este diabólico plan de negocios. Las dos caras de este
proceso son endeudamiento y ajuste presupuestario en el dinero
dedicado a la protección social, salud, educación, etc.
El intento de estas páginas es encontrar una
explicación abarcadora que posibilite comprender una ecuación diabólica: unos
pocos se enriquecen con índices exponenciales y, en la misma medida, muchos se
empobrecen con índices similares. La relación fundamental pero encubierta por
la información pública debe establecerse entre esos planes y las
privatizaciones de las empresas de servicio público, aplaudidas por los
representantes mediáticos de esos intereses, con la enorme deuda social que fue
acarreando. Los deficientes servicios que antes prestaban esas empresas en
manos del Estado no mejoraron mucho, pero fueron cada vez más caros. Nuestro
país es un buen ejemplo de todo ello. Todo servicio social para satisfacer los
derechos de la población fue convertido en mercancía
con precios de mercado, sometida a ese tipo de reglas, y muchas veces
equiparado con los valores internacionales. Con esas condiciones, los estados
nacionales fueron desmontados hasta convertirse en simples aparatos de
seguridad de las transnacionales.
Anteriormente, comencé planteando el fenómeno
de la globalización, que en muchos aspectos llegó para quedarse. Sin embargo,
lo que no debe aceptarse es que el modelo implementado sea el único posible. Esta posibilidad de
pensar en un modelo diferente no aparece mencionada en el espacio público por
ningún especialista, intelectual, profesional que, en el mejor de los casos,
propone algún maquillaje para hermosearlo dejándolo avanzar en sus nefastos
propósitos y consecuencias. Por eso, es necesario tomar conciencia de lo que se
esconde por debajo de tantos debates publicitados, con la complicidad de muchos
dirigentes de los más variados sectores del quehacer social, político y
económico, avalados académicamente por esos profesionales tarifados que se
prestan a hablar.
Esta última etapa de la globalización —lo
pongo en estos términos, porque también queda oculto que es la conclusión de un
proceso de expansión imperial y colonial comenzado en el siglo XV, con la
incorporación de las tierras americanas al juego de los intereses
internacionales— debe ser caracterizada por el predominio del pensamiento
neoliberal, como versión financiera del capitalismo internacional, el capitalismo salvaje, como fue muy bien
caracterizado.
Creo que, planteadas las cosas de este modo, dentro
de este marco más abarcador, se puede comprender la terrible injusticia que hoy
muestra, como su faz más criminal, la distribución inequitativa de la riqueza.
Esto es lo que pretendo transmitir como modo de entender lo que, sin embargo, aparece
como un fenómeno natural: cómo crece
y decrece, como resultado de un mecanismo desconocido, la distribución de
bienes en cada uno de los dos polos de este proceso.
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