Sin embargo, un
académico destacado, miembro del establishment
estadounidense, el doctor Lester Thurow[1] (1938), volvía sobre el tema
del conflicto larvado que los intelectuales triunfantes suponían ya
superado. En la década de los noventa, plantea con claridad el nudo del
conflicto irresuelto en su libro El
futuro del capitalismo (1996). El tono del análisis contenía una
advertencia respecto de una contradicción que se estaba agudizando, aunque
todavía no hubiera síntomas en superficie. Lo expresaba en estos términos:
La democracia y el
capitalismo tienen muy diferentes puntos de vista acerca de la distribución
adecuada del poder. La primera aboga por una distribución absolutamente igual
del poder político, “un hombre un voto”, mientras el capitalismo sostiene que
es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes
del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La
eficiencia capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las
desigualdades en el poder adquisitivo. Para decirlo de la forma más dura, el
capitalismo es perfectamente compatible con la esclavitud... En una economía
con una desigualdad que crece rápidamente, esta diferencia de opiniones acerca
de la distribución adecuada del poder es como una falla de enormes proporciones
que está por deslizarse.
Las dificultades
presentadas por la gobernabilidad en una sociedad que distribuye inequitativamente
la riqueza producida siguió preocupando a los hombres fuertes del mundo
empresarial y académico. Pero es necesario volver a subrayar que la implosión
de la Unión Soviética (1991) alejó definitivamente el fantasma del comunismo que anunciaba Karl Marx en el Manifiesto Comunista (1848), por lo cual
se vivía una primavera capitalista. Sobre el final de la década de los noventa,
el capitalismo ya deja ver cómo emergen sus peores métodos y resultados.
Despreocupado por
la desaparición de su enemigo secular, el comunismo, se lanza a una carrera
salvaje por la obtención del mayor lucro
posible, sin reparar en costos de ninguna naturaleza. La desarticulación de los
estados distributivos en todo el mundo occidental dio lugar a una demolición de
las leyes sociales por la apropiación, cada vez mayor, de la riqueza producida.
La batalla ideológica comenzada a fines de los setenta, en los noventa mostraba
sus banderas triunfantes. El mundo empresarial, las academias y universidades,
los medios de comunicación concentrados se habían convertido al nuevo
evangelio. El neoliberalismo imperaba con un consenso sólido, como lo analiza
el Doctor Roitman.
El doctor Denis de
Moraes[2], en
un libro titulado Medios, poder y
contrapoder, propone diferenciar el neoliberalismo como práctica
económico-financiera de la ideología sustentadora. Si bien ya se pueden
percibir en el escenario global los comienzos del fracaso de sus políticas
económico-financieras, el entramado de ideas ha calado muy hondo en la
conciencia colectiva y continúa presente en el imaginario colectivo. Sin
embargo este es un problema que no aparece con la claridad necesaria. Nos
advierte que es
Una distinción que los
propios medios hegemónicos ocultan, para encubrir la preeminencia de su propia
hegemonía cultural. En los países en los que todavía está vigente, el
neoliberalismo no para de exhibir rotundos fracasos, pero sin embargo, incluso
en los países en los que ha sido derrotado políticamente, no lo ha sido en los
planos ideológicos y culturales. Allí
permanece actuante, vigoroso, incisivo.
[1] Economista estadounidense político, profesor del MIT. Se doctoró en
Filosofía y Letras en la Universidad de Harvard. Actualmente es decano de la Sloan Business School. Se lo considera
uno de los economistas más destacados de la actualidad.
[2] Doctor en Comunicación y Cultura por la Universidad Federal de Río de
Janeiro; profesor del Programa de Doctorado en Comunicación de la Universidad
Federal Fluminense e investigador del Consejo Nacional de Desarrollo Científico
y Tecnológico, en el Brasil.
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